Cap. 1

7.4K 294 80
                                    

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


De pequeños nos enseñan que los monstruos son esos seres terroríficos que se esconden bajo la cama o dentro de un armario. Criaturas que permanecen agazapadas en la sombra, esperando el momento idóneo para asustar. Sin embargo, con el tiempo aprendemos que esos, son de mentira, pues los monstruos de verdad, a veces se esconden tras una sonrisa o un abrazo. A veces te invitan al zoo y te compran una piruleta.

Otras veces, las peores, el monstruo vive en tu propia casa. Y tú, tonta e inocente, quieres a ese monstruo. Porque no sabes de lo que es capaz, porque a ti te muestra su cara amable. Así que cuando creces y descubres que la vida es una mierda y que nada es lo que parecía a simple vista, entonces te enfadas. Te cabreas con el mundo, porque nadie te avisó de lo que estaba por venir. ¡Qué gran putada!

Y ahora, por culpa del peor monstruo de todos, viajo en un taxi hacia Leaza, un pueblo en el norte que mi madre juró no volver a pisar jamás.

"Al menos tú, cumpliste la promesa que hiciste".

Hace tres meses que murió y sigo hablando con ella como si estuviera sentada a mi lado. No puedo evitarlo, la echo tanto de menos que lo único que me queda es imaginar que allá donde esté me escucha y así, la distancia se acorta una pizca.

—Ya casi hemos llegado —me anuncia el taxista.

Después de ni sé las horas de viaje, me enderezo en el asiento, con la curiosidad de quien ha viajado poco y apenas conoce lugares. Aunque he vivido varias mudanzas, siempre han supuesto unos pocos kilómetros de distancia entre sí y nunca me había alejado tanto de lo que hasta ahora conocía. Observo por la ventanilla el paisaje, tan verde que parece artificial, como una foto a la que le han subido a tope el contraste. La carretera zigzaguea entre montañas plagadas de pinos, eucaliptos y una sucesión de pueblos asentados en valles.

Al poco de entrar en Leaza, el taxista se desvía a un aparcamiento junto a unos bloques de pisos. Me apresuro a pagarle lo que corresponde y unos minutos después me encuentro en medio del lugar, con un par de maletas y sin idea de qué hacer.

Nunca he estado en casa de mi tía, así que cojo mi equipaje y echo a andar hacia la acera, mientras busco el móvil para darle un toque y decirle que ya estoy aquí.

La puerta del portal más cercano se abre y mi tía Sandra sale a toda prisa, lo que me hace pensar que lleva horas pegada a la ventana esperando mi llegada. "Si lo de la vigilancia le viene de profesión". En cuanto me ve, una enorme sonrisa se dibuja en su rostro y corre hacia mí con un entusiasmo más habitual en una adolescente que en alguien que sobrepasa la treintena. Me envuelve en un prieto abrazo y me zarandea hasta dejarme sin respiración. Me pongo rígida, no llevo bien las muestras de afecto por parte de desconocidos. Y ella de momento lo es.

—¡Por fin estás aquí! No sabes las ganas que tenía de que llegaras. —Me suelta y directamente toma una de mis maletas—. Vamos, ¿qué tal el viaje? Se te habrá hecho largo, ¿no?

El diablo se comerá tu almaWhere stories live. Discover now