Cap. 41

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—Naroa ha desaparecido —me dice Mei entre lágrimas

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—Naroa ha desaparecido —me dice Mei entre lágrimas.

Estamos en la entrada del instituto y todos los corrillos tienen un único tema de conversación.

—¿Lo dices en serio?

La miro estupefacta mientras veo cómo se frota los ojos ya enrojecidos de por sí. Lanza miradas furtivas a ambos lados y cuando vuelve a hablar lo hace en un tono más bajo.

—Sus padres contactaron conmigo por la noche al ver que se hacía tarde y no regresaba. La llamaron al móvil una docena de veces pero nada. Pensaban que igual estaba en mi casa y se le había ido la hora.

—Madre mía —. No sé ni qué decir pues el primer pensamiento que cruza mi mente es que ayer era jueves. El mismo día que desaparecieron Amira y Unai.

—No sé qué hacer. En comisaría les dijeron que esperaran unas horas y que si por la mañana no había regresado, fueran a poner la denuncia. Ahora mismo están allí.

Se pasa la mano por la cara de forma nerviosa mientras mira a su alrededor.

—Tienes que tranquilizarte —le pido, mientras le paso la mano por la espalda en un gesto de consuelo.

—No puedo. Tengo la sensación de que todo el mundo me mira. Saben que es mi amiga...

Comienza a llorar de nuevo y creo que no ha sido buena idea que haya acudido al instituto.

—Deberías irte a casa. No es bueno que soportes esta presión y aún no has tenido tiempo de asimilar lo que está ocurriendo. Es mejor que te vayas y descanses.

Mei asiente sin mucho entusiasmo.

—Tienes razón. No sé qué hago aquí. Es imposible que pueda prestar atención en clase y apenas he dormido. Además, puede que no se trate de un secuestro. Puede que aparezca en cualquier momento, ¿no?

Le doy un abrazo al ver que comienza a llorar de nuevo. Me gustaría decirle que está en lo cierto pero la realidad es otra. Y después de todo lo que está ocurriendo, las posibilidades de que aparezca sin un rasguño son mínimas.

Cuando se va, me dedica una última mirada triste y quedamos en mantenernos informadas. Se aleja con paso errático y los hombros un poco más hundidos que al llegar. La viva imagen de la derrota.

—¿Esto no va a acabar nunca?

La voz de Samir me sobresalta, sobre todo porque suena muy cerca de mí. Tanto que podría apoyar mi espalda en su pecho solo con un ligero movimiento. En vez de eso, me giro y observo la dura expresión que nubla su rostro. Días como hoy solo sirven para recordar su propia lucha.

—Parece que ninguno de nosotros está a salvo y el culpable sigue haciendo y deshaciendo a su antojo. No sé cómo le puede resultar tan fácil.

—¿Qué tal está Mei? —pregunta con auténtica preocupación.

—Hecha una mierda. Lo normal, ¿no? No he querido decirle nada, pero no es buena señal que Naroa haya desaparecido justo en jueves. Demasiada coincidencia.

La sirena suena y nos encaminamos a la entrada principal.

—Arkaitz fue la nota discordante, pero estamos de acuerdo de que en su caso se trató de un movimiento ideado solo para desviar el foco de la cuadrilla de Andoni. Por eso el responsable ha vuelto a sus costumbres.

—Da igual que seamos capaces de trazar un patrón, seguimos sin tener una pista clara de la que tirar. Así no le pillaremos nunca —protesto.

—Está visto que como detectives no somos los mejores. En la ficción hacen que parezca todo tan fácil...

Tiene razón. Nos engañan haciéndonos creer que no habrá culpable que quede impune. Sin embargo, la vida real es otra historia.

—Quizás nos estamos engañando al pensar que podremos resolverlo.

Samir me sujeta del brazo para que me detenga.

—Mira, puede ser que nuestros esfuerzos no valgan para nada, sin embargo, no me daré por vencido. Sé que es muy difícil que nosotros atrapemos al culpable pero si conseguimos alguna pista que ayude a la Ertzaintza a ponerse en el camino correcto, entonces no habrá sido en vano.

—El caso es que mientras jugamos a los detectives, hay gente que sufre...

No soy capaz de prestar atención en clase y me pregunto si el resto de mis compañeros tendrán, al igual que yo, la cabeza en cualquier parte menos en la lección que está explicando el profesor. Miro el móvil de reojo para ver si tengo algún mensaje de Mei pero no tengo notificación alguna. ¿Qué quiero? Apenas han pasado unas horas y no vamos a tener noticias tan pronto.

Golpeo con el bolígrafo sobre el cuaderno, incapaz de esconder mis nervios. ¿Y Sandra? Lo de Arkaitz le afectó más de la cuenta pues no pudo evitar sentirse culpable al no haber avanzado ni lo más mínimo con el caso. Ahora, con Naroa desaparecida, todos los focos mediáticos estarán apuntando una vez más a la Ertzaintza y los periodistas aprovecharán para tildar de inútiles a los agentes responsables del caso. Mi tía me contó que después de encontrar el cuerpo de Arkaitz, comenzaron a recibir en el mail de la comisaría, mensajes de gente enfadada por su falta de eficacia.

A personas como Sandra, que llevan su vocación al límite, les cuesta mucho aceptar que no salen siempre las cosas como una quiere. Yo sé mucho sobre eso. En un mundo perfecto, mi ama hubiera podido continuar con su vida al margen de mi aita. Sin temer por su vida a diario, sin esperar que un día él llevara hasta el final sus amenazas.

Cuando salgo al descanso, aun le estoy dando vueltas a todo lo que está pasando y se me hace raro estar sola sin Mei. Busco con la mirada a Samir pero no le veo por ninguna parte, así que me dirijo a las escaleras para sentarme. Antes de llegar a ellas, Ane se acerca con paso decidido y por un momento pienso que me va a pegar o algo. Sin embargo se detiene frente a mí y me dice en voz baja:

—Tienes que acompañarme.

Lo cierto es que esas palabras, viniendo de ella, no son muy halagüeñas. Entenderá que después de lo ocurrido en el bosque, no voy a ir. No estoy tan loca.

—Creo que te equivocas de persona. Una petición así sería mejor que se la hicieras a alguno de tus muchos amigos.

Tuerce el morro y sé que le gustaría pegarme un guantazo. Pero se aguanta. Durante toda la semana nos hemos ignorado, haciendo que la conversación del domingo parezca un espejismo. Y ahora de repente, ¿viene a buscarme desesperada? ¿Qué está pasando aquí? Se rasca la nuca con gesto nervioso y mantiene la vista en sus zapatillas durante un instante antes de volver a mirarme.

—No sé a quién más recurrir. De verdad, necesito que vengas.

—¿A dónde?

—Te lo cuento por el camino. Vamos, tenemos que darnos prisa.

Echo a andar tras ella, que con paso rápido se dirige a la verja de entrada. Al parecer sí que estoy tan loca.


¡Y muy loca! Ya veis que al final Maite se va con ella. ¿Para qué necesitará Ane su ayuda? ¿Se tratará de una trampa? Seguid leyendo el próximo capítulo y lo sabréis...

El diablo se comerá tu almaWhere stories live. Discover now