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El rechinar de la mesa contra las tablas en el suelo resonaba al compás de los movimientos rítmicos del muchacho cuya respiración chocaba contra el cuello de la joven contra la que ejercía cierta presión

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El rechinar de la mesa contra las tablas en el suelo resonaba al compás de los movimientos rítmicos del muchacho cuya respiración chocaba contra el cuello de la joven contra la que ejercía cierta presión.

— ¡Cielos Aemond! Estas acariciando mis pulmones —Chilla la rubia tras un gemido de dolor.

A Aemond le cuesta detenerse debido al nivel de serotonina que recorre su sistema nervioso pero el miedo de estar lastimando a su esposa le hace parar.

— ¿Te hago daño? —Susurro en su oreja, su voz aún era ronca.

Magaelle sonrió traviesa empujando a Aemond, esta vez ella era quien le montaría a él.

—Nadie te permitió detenerte —Acusó mirándole con los ojos entrecerrados, la sonrisa lobuna de Aemond duro poco y fue reemplazada por una mueca de placer.

Al muchacho le era difícil de comprender como era que la adolescente hacía que llegase tan rápido al clímax, pese a que tenían sexo varías veces por noche en todas debía hacer un esfuerzo por contenerse.
Tan solo el tacto con su piel lograba encenderle.

Como buen caballero y esposo el príncipe tuerto ayudo primero a su esposa a acomodar sus ropas antes de preocuparse por el mismo.
Ambos tienen suerte de que los libros aún no hablan puesto que follar en una biblioteca no parece algo ético ni mucho menos.

Aemond besa el vientre de su esposa luego de terminar de ajustar su cinturón.

—Deberían descansar —Las mariposas en el estómago de Magaelle aletean cuando Aemond habla en plural, metafóricamente —Ya casi es hora del alba.

—Sobrevolare poniente junto a Azeroth —Avisa mientras se toma el tiempo de estirarse, aunque lo hace de forma delicada pues teme romper el vestido —Creo que me hecha de menos.

—Su esposo le besa la frente.

—Ten cuidado.

Ella asiente y aunque salen juntos de allí sus caminos se bifurcan no muchos metros después.
Como es de esperarse el dragón de escamas anaranjadas recibió la visita de su jinete con chillidos agudos y un revoleo de cola que Magaelle reconoció como emoción.
A ella no terminaba de agradarle del todo que su dragón estuviese encerrado y solo, para la princesa bastarda aquellas bestias debían convivir con sus amos el mayor tiempo posible. Así había logrado ella el vínculo que actualmente tenía con Azeroth.

Con entusiasmo el dragón levantó vuelo sobre poniente, Azeroth era ágil debido a su juventud, le gustaba jugar en el aire más no era rebelde, no con Magaelle.
Ganarse al dragon no había sido una tarea fácil, él no había eclosionado en un huevo junto a la cuna de su jinete como los demás dragones, si bien era una cría Azeroth era un dragón que medía al menos tres metros cuando Magaelle le vio por primera vez en monte dragón con tan solo seis años. Para ese entonces ella volaba junto a Daemon en Caraxes.

Princesa Bastarda [Aemond Targaryen] Where stories live. Discover now