Naturaleza.

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[ Advertencia: Este capítulo contiene lenguaje violento contra una persona trans, mención de violación, mutilación genital, violencia y muerte. Si eres sensible con estos temas salta o espera al siguiente capítulo, procede bajo tu propio riesgo.

Favor de leer con discreción. ]


A lo lejos, múltiples disparos comenzaron a sonar.

—¿Es una amenaza? —preguntó comenzando a reir con un atisbo de temor.

—Estás aprendiendo a escuchar.

Un hombre herido llegó a la habitación, sudando y con la cara pálida se acercó a tomar a Atsushi del brazo, intentando jalarlo.

—¡Hay que huir, joven maestro! —gritó apresurado—. Es el rey ¡El rey ha resucitado!

De inmediato, el hombre que sostenía a Choromatsu se puso pálido y se unió a su compañero, comenzando a insistir a Atsushi.

—Huyamos por la parte trasera ¡No tenemos tiempo!

—¡Vaya! ¿Por qué la prisa? Acabo de llegar —gritó Osomatsu en la entrada, apuntando con una pistola y con su traje lleno de sangre. Sus muletas habían desaparecido.

Ambos hombres soltaron un grito y comenzaron a arrastrar a Atsushi por la otra salida, pero solo él pudo salir. Osomatsu disparó a sus tobillos y ambos cayeron al suelo.

Él se acercó lentamente, observando cómo intentaban levantarse. La cabeza de uno de ellos explotó y el otro comenzó a gritar. Pronto, en sus piernas también habían balas.

—Por favor, tenga piedad —sollozó el hombre, incapaz de levantar la cabeza para mirarlo.

—Ahora estoy siendo piadoso —dijo antes de dispararle en su cabeza.

—¡Choromatsu! -—gritó Karamatsu, llegando a la habitación y apresurándose a llegar a él, comenzando a cortar las cuerdas en su muñeca— ¿Estás bien?

Choromatsu se levantó rápidamente, limpiándose la suciedad de su ropa.

—¿Por qué estás aquí, Osomatsu? —cuestionó molesto.

—Vine a salvar a la damisela en peligro —respondió con una sonrisa.

—¡¿Ah?! —Choromatsu podía sentir la sangre subir a su cuello—. No importa, se llevaron a mi secretario.

—¿Preocupado por tu muñeca? —rió Osomatsu—. La recuperaremos pronto, a ese bastardo lo mataré yo mismo.

Su mirada estaba clavada en el moretón plasmado en la mejilla de Choromatsu. Apretó su puño, enojado.

Choromatsu chasqueo su lengua y se dió la vuelta, saliendo del lugar abandonado.

[ . . . ]

Michi era un hombre fuerte, desde el minuto uno sabía que su vida terminaría así, nadie tiene un final feliz cuando entra en el bajo mundo. Esperaba una muerte cruel, despiadada, que le hiciera olvidar lo que era humano, y lo que alguna vez fue su humanidad, dejando en el mundo una mancha de sangre. Siempre fue un hombre, y todos y cada uno que lo negaron estaban muertos. Incluso su misma madre, quien se jactaba de amar y adorar a su familia, se olvidó de todas esas promesas y amor que le tenía cuando le levantó la mano. Y él hizo lo mismo.

Incluso cuando deseaba tanto la muerte, ninguno de sus captores le dió la dicha de sentirla, y sólo se limitaron a profanar su cuerpo, humillando a su persona con las mismas palabras que los muertos.

Y con sus mismas excusas.

El suelo estaba frío y el lugar obscuro, no podía sentir nada más que el sabor de sangre en su boca. Cuando se llevó los dedos a sus labios, a pocos centímetros de él sintió un pedazo de carne, cuando lo tocó lo identificó como un pene.
Supuso que dentro de todo el pánico, le habría arrancado su miembro a alguno de esos hombres. Aún estaba tibio, por lo que también imaginó que no había pasado mucho desde que se desmayó.
Su cuerpo inferior lo sentía entumecido, en especial su entrepierna, el dolor se esparció rápidamente en cuanto intentó levantarse, sintiendo pinchazos en todo su cuerpo advirtiéndole que no se levantará, y se quedará en el suelo.

Pero su naturaleza es ir en contra de ella, aún si su cuerpo le imploraba que no lo intentara.
Apretó su mandíbula y movió sus piernas, levantó sus torso y con la fuerza que aún quedaba en su interior se puso de pie.

Sus piernas temblaban cuando comenzó a caminar, con esfuerzo comenzó a ignorar el dolor y llegó hasta una ventana, con sus dedos arrancó el papel tapizado en ella. De inmediato, la luz de un farol cegó sus ojos acostumbrados a la obscuridad, la calle estaba desierta.
Estaba en una casa abandonada, y también en un barrio pobre.
Michi buscó a su alrededor algo con qué cubrirse, encontrando una camisa gris vieja, la tomó y la vistió, cubriendo por fin su cuerpo maltratado.

De repente, escuchó un auto estacionarse y a un par de hombres discutiendo, con un tono enojado y un paso apresurado.
Ambos hombres entraron a la casa, y Michi no tuvo más opción que ocultarse.

—¡Le arrancó su pene! Esa perra... —gritó uno de ellos cuando abrió la puerta, deteniéndose en seco cuando no encontró lo que buscaba—. No está, ¡No está esa maldita puta!

—¿Qué? —respondió el otro, alarmado-. Está herida, no pudo ir muy lejos -dijo empujando a su compañero cuando entró—. Búscala.

El otro lo acompaño y se adentró, sacando una linterna para iluminar su camino.

No pudo moverse mucho antes de sentir que un par de brazos rodearon su cuello y comenzaron a asfixiarlo. Un grito ahogado salió de su garganta, haciendo que su compañero se diera vuelta, apuntando con su arma.

—¡Suéltalo! —gritó.

Michi escondió su cabeza detrás de la de su víctima, aprovechando su diferencia de tamaño y no soltó su agarre.

—Maldita perra... —susurró antes de disparar repetidamente en el torso de su compañero, mirándolo sangrar y finalmente caer al suelo.

En el suelo, el hombre observó el cuerpo inerte del otro, permitiéndose un momento de silencio y duda.
Duda que lo terminó matando, pues cuando se dió cuenta Michi ya le había disparado a él en la garganta desde el suelo con el arma de su difunto compañero.

Con ambos sujetos neutralizados, Michi se quitó de encima el cuerpo del hombre y se permitió descansar por un minuto.
Estaba exhausto, y sus piernas no estaban respondiendo, así que husmeo en el bolsillo de cadáver y sacó un celular. Afortunadamente no estaba bloqueado con contraseña.

Aliviado, llamó a la única persona a la que pediría ayuda.

[ . . . ]

—¿Dos días y aún no lo localizan? —preguntó enfadado Choromatsu—. Su incompetencia no tiene límites.

—Lo siento señor.

Su teléfono comenzó a sonar, interrumpiendo su regaño. Choromatsu no reconoció el número, pero contestó igualmente.

Choromatsu-sama... —se escuchó la voz cansada de Michi del otro lado de la línea.

—¿Dónde estás? —preguntó inmediatamente, levantándose por instinto de su escritorio.

No lo sé, lo siento —dijo tomando aire profundamente—. Siento haberlo dejado ahí.

—Eso no importa ahora ¿Puedes salir de ahí? —preguntó

No... Dudó que mi cuerpo pueda moverse ahora.

Choromatsu guardó silencio durante un segundo, hasta que tuvo el valor de reaccionar.

—¿Qué te hicieron?

Está vez, Michi fue quién guardó silencio.

Lo siento —susurró, rompiendo en un hilo su voz.

Choromatsu apretó su mandíbula, reteniendo la ira dentro suyo.

—Aguarda ahí —ordenó antes de entregarle su teléfono a su asistente—. Rastreen el número. Ahora.

Continuará...

Hitsuyō - Osomatsu-sanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora