Extra. Todo lo que quería saber

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Enero de 1985.

En la habitación 342 se encuentra una mujer y su marido, su primera hija ha nacido.

La enfermera camina por los largos pasillos blancos y pulcros, mientras carga a la recién nacida que por supuesto aún no tiene nombre.

Toca la puerta de la habitación y recibe el pase de la voz de un hombre. Al entra recibe la calidad imagen de ese mismo hombre abrazando a su esposa, mientras su esposa sonríe al ver a la enfermera.

—Aquí está la pequeña —dice la enfermera, enternecida por la familia, camina hacia la mujer y se la entrega.

La mujer analiza a la pequeña bebé, es casi del tamaño de su brazo, pero se siente más pequeña, le da miedo siquiera tocarla.

—Hola, bebé —dice ella con una voz delicada, apreciando cada facción de su pequeña—, soy mami, aquí está papi. Nosotros siempre te vamos a cuidar, mi pequeña Juli.

Juliett Marié Heller, así decidieron nombrarla. El sueño de la madre siempre fue nombrar así a su primera hija.

—Hola, mi niña —saludó el padre esta vez, era como si supiera que debía tratarla como lo más delicado del mundo—, soy papi, me llamo
Eric, pero siempre seré tu papá.

Intento cargarla, para dejar que su mujer descansara. Él ya había practicado mil veces en casa, con miedo aún la tomó en brazos. Sintió un enorme calor que lo rodeaba.

Marissa observó a su bebé y supo que ella siempre sería su razón de vivir. Era demasiado pronto, pero imagino cada momento que quería vivir a su lado.

Ni Marissa ni Eric pudieron evitar soltar algunas lágrimas al sentir al fruto de su amor.

Eric se acero a Marissa y depósito un beso en sus labios. Su esposa le había dado la segunda mejor bendición de toda su vida, porque la primera había sido haber aceptado casarse con él, un hombre que no tenía mucho y que apenas se había graduado.

Marissa sintió el calor de su familia. Su pequeña familia. Podía tener poco, pero esa familia, esas personas, siempre estarían para ella.

***

Actualidad.

Juliett tomó entre sus manos la taza de café, ya estaba tibio, miró a su papá directamente a los ojos.

—¿Tú sabes cuando ella dejó de quererme? —preguntó Juliett y carraspeo un poco—, es un tema que ya he asimilado, pero no dejo de preguntarme eso.

Eric sabía a que se refería, dejó sus documentos a un lado y se quitó los lentes.

—Juls, mi Juli —la miró enternecido.

Apesar de los casi 42 años que ya tenía, seguía mirándola con los mismos ojos.

—Nunca dejó de quererte —reconoció él—, la primera vez que te vio no sabes cuanto lloró, mejor dicho, cuanto lloramos —río recordando—, eras tan pequeñita y nosotros tan primerizos que los primeros meses no queríamos dejarte sola ni un solo segundo. Ella decía que eras su Juli.

Juliett escuchaba la historia atentamente.

—¿Entonces por qué... —quiso preguntar nuevamente, pero Eric no la dejó.

—Ella fue la más feliz al enterarse que venías en camino, eso sí, teníamos miedo. Apenas había terminado la universidad y ella estaba a nada de terminarla, temía que yo la dejara —le aseguró— ¿y sabes qué? Nos apoyamos mutuamente, yo le ayudaba a terminar sus tareas de la universidad, mientras ella preparaba alguna clase de refrigerio, a veces al revés, fuimos los más felices, pero ella estaba enferma.

En ese momento Juliett puso más atención que nunca, probablemente eso le quitaría todo el peso de encima.

—Cuando tu naciste los doctores nos dijeron que al hacer tanto esfuerzo por dar a luz, una parte de su cerebro se vio dañada, nos asustamos, pero te teníamos con nosotros ¿Qué podía salir mal? Decidimos dejarlo pasar y vivir con nuestra bebé recién nacida —confesó—, si de algo me arrepiento demasiado fue que nunca me atreví a ayudar a tu madre cuando más mal la vi, preferí alejarme, divorciarme. Ella hizo cosas que su mismo trastorno la hizo hacer y aunque nadie se daba cuenta, estaba enferma.

En ese punto, Juliett lloraba, recordaba cada cosa que había pasado junto a su madre.

—Hicimos muchas cosas mal, que sin duda te afectaron, me siento tan agradecido de que de una u otra forma tu misma forjaste tu camino, hiciste a tu propia familia y la cuidas como nadie —la felicitó—, no hicimos nada para apoyarte, pero se que tu madre si te amó, solo que nunca supe ayudarla. Antes de que cumplieras tres años comenzó a tener cambios bruscos de ánimo, al no recibir ayuda empeoró y pronto disocio su realidad, cuando quise hacer algo era demasiado tarde y el daño estaba más que hecho.

—Siempre pensé que había decidido estudiar psicología para ayudar a la gente —dijo Juliett con los ojos brillosos—, pero en el fondo fue para poder entenderla.

—Me siento tan orgulloso de ti, mi Juli —se acercó y acarició el rostro de Juliett—, siempre fuiste tan independiente, desde bebé. Cada cosa que ha pasado, la haz sabido afrontar a tu manera y ser más fuerte ¿sabes? Se que haz sanado esa herida que ocasionó tu madre, pero es momento de que te sanes a ti misma.

—Marissa hizo demasiadas cosas malas y nada justifica sus acciones, pero saber esa historia de verdad que ha curado a la pequeña Juliett que hay dentro de mí —agradeció a su padre.

—Hoy todavía sigo aprendiendo y se que la Marissa que conocí diría lo orgullosa que se siente de tenerte como hija, de cada logro que tuviste —reconoció, se levantó de su silla y se acercó a Juliett.

Ambos se abrazaron y rompieron a llorar.

La verdad es que, en ese momento era aquel padre primerizo y una pequeña niña que necesitaba el consuelo de su padre.

***

Frente a su ventana, Juliett veía el atardecer, recordando su día. Con una gran sonrisa y un par de lágrimas, se sentó en su cama.

Sea como sea, una Marissa, no sabía cuál, la había amado con la intensidad con la que una madre debía amar.

Y eso era todo lo que tenía que saber Juliett.

Eso era todo lo que quería saber.



Nota de autor: tenía la duda de si realmente Marissa odiaba tanto a Juliett, y escribí esto.

Se que Marissa es el personaje que más odian, pero en algún universo me gustaría imaginar a Marissa dándole un abrazo sincero a Juliett.

Feliz navidad, atrasada.

Déjame Ir | FinalizadoWhere stories live. Discover now