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—¡Sol vení a poner la mesa!

El llamado de mi mamá me obligó a ponerme de pie para ir a la cocina y dejar todo lo que estaba haciendo, busqué a mis hermanos con la mirada pero al parecer todos se habían rajado incluso antes de que yo me despertara.

—¿Qué cocinaste? —intenté sonreír a pesar de la situación que veía, mi mamá tenía un aspecto cansado y maltratado por haber estado trabajando en el taller todo el día.

—Hice sopa gorda, no me alcanzaba para más —suspiró con tristeza y me empezó a pasar los platos para que los colocara en la mesa.

Noté que faltaban dos platos en la mesa pero no dije nada, lo más seguro era que mis hermanos mayores comerían en la casa de algún amigo como lo habían estado haciendo los últimos tres días. La comida en casa ya no alcanzaba para todos así que buscábamos la forma de apañarnos para hacerla rendir.

—¿Nico y Santi no comen con nosotros? —pregunté intentando ser sutil, mi mamá sonrió decaída y me abrazó por los hombros.

—Santi sí come en casa, Nico se iba a lo de la novia después del trabajo.

—Falta un plato entonces.

—Yo no voy a comer —decretó y sentí cómo mi corazón se hundía, era el segundo día que hacía lo mismo—. No tengo hambre, estuve tomando mates todo el día en el taller con algunos bizcochitos que llevaron las chicas y estoy re llena.

Era mentira. Mi mamá siempre hacía eso, decirnos que estaba llena para no hacernos sentir mal y evitar comer así uno de nosotros podía hacerlo y al menos engañar al estómago.

La situación en mi casa no era la mejor, éramos cinco hermanos más mis papás y ninguno tenía un trabajo fijo. Mis dos hermanos más grandes hacían changuitas, yo me encargaba de mantener la casa limpia, mi mamá trabajaba en un taller de costura, mis hermanitos menores iban a la primaria y mi papá buscaba trabajo como loco para sacarnos adelante.

Hace un año era la vida que teníamos, mi papá solía trabajar en una empresa de construcción y tenía un sueldo para mantenernos a todos y vivir bien, pero cuando hubo recortes de puestos en su trabajo, nosotros lo perdimos todo. Desde entonces intentábamos arreglar nuestras vidas como pudiéramos, dejamos muchas cosas de lado pero jamás reprochamos eso, no estábamos en posición de hacerlo.

Mi hermano Santiago entró a la cocina lleno de grasa por algún auto que le habrá tocado arreglar, nos sonrió radiante y se acercó a mi mamá para chocarle el puño y no ensuciarla. Conmigo no fue así, mi hermano mayor vino directamente a abrazarme y llenarme de besos a propósito, quise quejarme pero estaba bastante contenta y por lo visto, él también.

—Andá a bañarte que ya está la comida —ordené y me hizo una seña de soldado antes de irse.

Escuché un pequeño sollozo y vi a mi madre de espaldas, estaba agachada y sostenía un repasador. Me acerqué a ella y puse mis manos por encima de sus hombros, nunca había visto a mi mamá llorar y no sabía cómo reaccionar para brindarle ayuda.

—Hey mami, ¿Que pasa? —sobé su espalda y ella limpió su nariz para después mirarme y envolverme en un abrazo.

—Perdón Sol, ustedes no se merecen esto —sollozó en mi hombro y cuando escuché las voces dulces de mis hermanitos entré en desesperación, no podía dejar que vieran a mamá así—. Vos y tus hermanos son unos ángeles y no merecen seguir pasando por una situación como esta, yo te prometo que con papá los vamos a sacar adelante.

—Tranquila ma, es la voluntad de Dios y estoy segura de que ya van a venir cosas buenas —sonreí y besé su cabeza—. Todo esfuerzo va a ser recompensado.

Sobre Ruedas-Enzo Fernández Where stories live. Discover now