031

5.1K 467 30
                                    

—¿Jugamos un tutti frutti?

Lo miré y solté un suspiro, negando con la cabeza.

—No, siempre hacen trampa ustedes dos.

Federico y Alejo me miraron como si hubiese dicho el peor de los insultos, y acto seguido giraron la cabeza para expresar su indignación.

Escuché la sonora carcajada de Santiago y las burlas de papá, hace media hora estaban peleando por elegir un juego para jugar entre todos. Les habíamos encontrado la parte mala a todo, ¿La oca? No, Santiago se enojaba si perdía y se encerraba, ¿Monopolio? Papá no sabe jugar y es imposible enseñarle de alguna forma en la que entienda, ¿Ahorcados? Mamá les tira las respuestas a Fede y Ale, ¿Tutti frutti? Ale y Fede hacen trampa, ¿Chinchón? Nunca aprendí a jugarlo.

—¿Y si mejor jugamos al ludo? —sugirió papá.

—Sí, porque a vos te encantan los toboganes. Re familiarizado estás —se burló Santi.

—Ah, claro. Sí, ¿Los chistes fáciles para el pelado, no?

Escuché el timbre entre las risas de mi familia y las burlas hacia papá y como pude, me bajé a Alejo de las piernas y fuí a abrir la puerta.

Un Enzo bastante sudado se encontraba del otro lado, tenía a Olivia dormida en sus brazos y un bolso colgando de sus hombros. Sonreí y lo saludé con un beso en el cachete antes de agarrar a la bebé e invitarlo a pasar.

Mi familia se había tomado con bastante naturalidad las visitas de Enzo, a Nico y Santi no les caía muy bien por lo que había pasado antes. Pero muchas veces hablé con ellos sobre que estaba todo bien y que yo no tenía problema en ayudarlo, simplemente no lo entendieron porque según ellos soy muy buena.

Miré de reojo a Enzo cuando terminó de saludar a mi mamá, tenía una mano en el pecho y las gotas de sudor caían por su frente, tenía el ceño medio fruncido y una expresión de miedo.

—¿Puedo pasar al baño? —lo escuché decir con voz temblorosa.

—Sí, es el del último pasillo —le indicó mi mamá.

Dudosa, llevé a Oli dormida a mi pieza y la de mis hermanos, la recosté sobre mi cama y me quedé unos minutos parada de pie a ella para verificar que estuviera durmiendo y que no se fuera a despertar.

Una vez tuve la certeza de que estaba tranquilamente dormida, emprendí paso al baño con el ceño fruncido. La actitud de Enzo me había parecido bastante extraña, esta vez no había llegado con una de sus sonrisas ni había hecho uno de sus chistes con mis papás.

—¿Enzo estás bien? —golpeé la puerta del baño, pero él no respondió.

Pensé que tal vez estaba ocupado, pero tenía una sensación extraña en el pecho y con bastante temor a ver algo que no debía o no quería, abrí la puerta.
Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones cuando lo ví, me petrifiqué en mi lugar presa del pánico y mis manos empezaron a temblar.

Estaba tirado en el piso de rodillas, con sus manos en su pecho que subía y bajaba a toda velocidad, parecía estar desvanecido pero aún así estaba consciente.
Rápidamente reaccioné y me tiré al piso con él para intentar descubrir qué estaba mal, puse una mano en su pecho y me asustó sentir lo rápido que latía.

Estaba teniendo un ataque de pánico.

—Hey, está bien —susurré intentando mantener la calma, y sostuve su rostro para que me mirase—. Estás bien, ¿Si? Estoy acá, no pasa nada.

—No puedo respirar.

Intenté que la desesperación no me invada y lo recosté en mis piernas con manos temblorosas, su pecho subía y bajaba a toda velocidad, sus manos temblaban casi tanto como las mías y su cuerpo tenía pequeños temblores.

Empecé a acariciar su pelo para intentar tranquilizarlo, y lo único que se me ocurrió fue tararear una canción que ni siquiera recordaba. Cerraba mis ojos para no verlo en ese estado, me daba miedo caer en manos de la desesperación y no empeorar las cosas.

Nunca lo había visto en ese estado de vulnerabilidad y me aterraba, me aterraba la idea de saber lo que estaba pasando por su cabeza en esos momentos. El Enzo sonriente y jodón ya no era el mismo que estaba ahora en esa situación, saber que hasta él podía tener esos momentos, y peor aún, ver que los pasaba solo me rompía el corazón.

Continué tarareando cuando ví que eso lo estaba calmando, era como si estuviera en otro universo y ahora volviera a la realidad. No hablé hasta que su pecho empezó a subir y bajar con normalidad, lo que nos llevó unos diez minutos.

—¿Me querés contar qué pasó?

Me miró por unos segundos y se levantó para sentarse al lado mío, no parecía querer mirarme a los ojos y lo comprendía a la perfección.

—Tengo miedo Sol, tengo miedo de arruinarlo todo —confesó—. Llegamos muy lejos, me da miedo lo que pueda pasar.

—Lo que tenga que pasar, va a pasar Enzo —tampoco lo miré, no quería hacerlo sentir incómodo—. Pero tenés que pensar que si llegaste hasta acá es por algo, mirá todo lo que hiciste con veintiún años, ¿Te parece poco? Tenés una carrera increíble con un talento fantástico, una hija hermosa que te ama, estás logrando cosas que seguro habrás soñado de chiquito.

—¿Y si la cago para todos los demás?

Sonreí. Entendí que el peso del mundial era demasiado para él, todo un país pendiente a sus acciones, a sus jugadas, todo el peso de un pueblo en sus hombros y la presión de este sobre él. Y solo tenía veintiún años.

—Le diste la más linda ilusión a un país entero, ¿Te pensas que te van a dejar de querer si perdemos? No seas boludo —reí y me miró extrañado—. Tenés pasión por la camiseta, vos y todos los chicos. A estas alturas, nos importa más verlos haciendo magia en la cancha que todo el mundial entero. Pudieron callarles las bocas a todos los que hablaron mal de ustedes, y hacernos sentir orgullosos a todos nosotros.

—Es la primera vez que te escucho decir una mala palabra —soltó divertido—. Gracias Sol, por todo. Por ser como sos, yo no habría hecho lo mismo que vos en tu lugar, no hubiera podido.

—¿Hacer qué?

—Estar acá conmigo después de todo lo que te hice.

—El rencor llena a las personas de odio, y el odio de infelicidad. Yo tampoco soy una santa Enzo, también me equivoco —esbocé una leve sonrisa, y golpeé su hombro amistosamente—. No te rindas justo ahora que estás tan cerca de ganar.

—¿Seguimos hablando del mundial?

Solté una carcajada. Ya estaba volviendo a ser el Enzo de siempre.

—Sí, estamos hablando del mundial —aclaré—. Y ahora vos tendrías que estar yendote porque en unas tres horas empieza el partido y tenés que entrenar, ¿No?

—Tenes razón.

Sobre Ruedas-Enzo Fernández Where stories live. Discover now