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Creo que no había pasado ni un minuto, ni siquiera terminábamos de procesar lo que acababa de pasar, ni siquiera habían dado final al partido ni nada. Y el Kun Agüero ya había llegado a la cancha y ya estaba abrazando a los chicos, era increíble.

Miré a la cancha con los ojos lagrimosos, pude ver cómo Enzo lloraba cuál nene chiquito tirado en el piso, estaba abrazando al dibu que también parecía estar lagrimeando, no tanto como los demás, pero ahí estaba. También pude ver a Julián, que al igual que nosotros, parecía no terminar de procesar el hecho de que acababa de ganar el mundial.

No sé cuánto pasó, habrán sido unos quince minutos o menos, tal vez solo cinco. Lo único que sé es que ahora estaba siendo escoltada por unos guardias a la cancha mientras tenía a Oli llorando, me habían dicho que toda la familia de los jugadores iba a bajar a la cancha.

Bajé a Oli al piso para que se calme, y las dos caminamos desorientadas por la cancha, ella claro, no sabía ni dónde estábamos. Y yo por otro lado, veía a tanta gente en la cancha que no podía distinguir quién era quién.

Finalmente, pude ver cómo Enzo estaba de espaldas a mi, pero frente al público con una mano en su frente tapando al sol que parecía darle en la cara, al parecer estaba buscando a alguien y tuve una leve sospecha de quién podría tratarse. Alcé a Oli a upa y camine hasta Enzo, puse una mano en su hombro y se dió vuelta con mala cara aunque cuando me vio, de inmediato se esfumó esa expresión mala y se largó a llorar de vuelta.

—Estoy muy orgullosa de vos —dije en voz alta ya que no se escuchaba por la música, y después me acerqué a abrazarlo con Oli.

Ver a su papá llorar, hizo que la bebé llore también. Y caer en cuenta de lo que había pasado, hasta a mí me hizo llorar.

—Gracias Sol —sentí su cálido aliento en mi cuello cuando su susurro llegó a mis oídos, y casi de inmediato la piel de mi nuca se erizó—. Gracias por apoyarme como nadie lo hizo, a pesar de todas las cagadas que me mandé.

—No tenés que agradecerme Enzo.

—Sí que tengo, porque cuando me caí y lo di todo por perdido fuiste vos la que me obligó a levantarme.

Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando rompí el abrazo y una leve idea vaga rodó por mi cabeza, pero de inmediato la descarté y me recompuse dándole una palmadita en el brazo.

Enzo miró a todos lados y su expresión fue un total poema, su mirada viajaba desde las cámaras que se acercaban a la cancha hasta las gradas completamente llenas de personas llorando, tanto franceses como argentinos. Después, me miró a mi y podría jurar que ví sus ojos brillar tanto como brilla el sol en un atardecer naranjita con rosita.

Estiró una mano y acarició mi mandíbula sin apartar la mirada de mis ojos, y como si hubiera compartido la misma idea loca que yo me había planteado, me besó.

Fue un beso relativamente corto, pero fue suficiente como para hacerme sentir un zoológico entero en la panza, fue suficiente como para escuchar alrededor de diez flashes y unos diez mil gritos. Fue suficiente como para que todos desaparezcan, y sentir que Enzo y yo éramos las únicas personas ahí. Fue suficiente como para darme cuenta de lo que realmente sentía.

—Perdón, no me pude aguantar más —dijo mirando al piso, seguramente había notado mi inexistente reacción.

Si no tuviera a Olivia en brazos, probablemente lo habría besado otra vez. Pero simplemente entrelace mi mano con la suya y le dediqué una sonrisa que según yo, decía todo.

Pude ver a varias personas correr hacia nosotros, distingui entre todos esos al dibu y a Julián. Una vez que se acercaron, pude ver a Oriana y Paulo correr de la mano también.
Enzo agarro a la bebé y en cuanto lo hizo, todos me taclearon haciéndome caer al piso aunque no me lastimé, porque el dibu puso sus brazos en mi espalda para evitarlo, pero me faltó el aire al tenerlos a todos encima.

—¿Qué hacen?

Oriana me miró con una sonrisa y me dió un beso en el cachete, empujando a Paulo de arriba mío para poder levantarme.

—El dibu se dió cuenta de una cosa —dijo Julián.

—¿Qué cosa?

—Que desde que vos llegaste, nunca perdimos un solo partido —habló Emiliano con una mirada bastante desquiciada.

—Y te vimos besarte con Enzo, al fin. Ya habían tardado.

—¡Te dije que no le digas nada, tonto! —Oriana le dió un golpe a su novio y sonó como una mamá retando a su hijo, lo que me hizo reír.

—Sos nuestro amuleto de la suerte solcito —dijo el dibu extendiendo sus brazos, rápido lo abracé y sentí como me daba un beso en la cabeza—. Gracias por llegar.

Los chicos se alejaron cuando Enzo les gritó y me abrazó por la cintura, noté que ya no la tenía a Oli pero que tenía la copa del mundo. Fruncí el ceño hasta que ví a Oli en los brazos de Julián, los dos tenían la misma expresión distraída.

—¿Y si ahora sí me das el beso que me merezco? —Escuché decir a Enzo en voz baja y lo miré con incredulidad—. Por lo menos para la foto.

—¿Qué foto?

—Esta —Enzo volvió a besarme pero esta vez fue un beso diferente, uno que hizo latir con fuerza mi corazón. Sentí una luz blanca que me obligó a abrir los ojos y cuando lo hice, tenía a Lisandro cagandose de risa con el celular de Enzo en la mano.

—¿Cómo te sentís? —Le pregunté a Enzo cuando ví que no me soltaba.

—Como si estuviera tocando el cielo con la palma de mis manos, rubia —habló levantando la voz para que lo escuche, con una de sus sonrisitas—. Así me siento desde que me dijiste que no eras una viejita.

—¿Eh?

—El día que te conocí, fue lo primero que me dijiste.

Solté una risita nerviosa, no me acordaba de eso en realidad.

—¿Cómo haces para acordarte?

—Me acuerdo todo lo que esté relacionado a vos.

Sobre Ruedas-Enzo Fernández Where stories live. Discover now