Cuando la Madre Luna encantó las almas lobunas de los primeros Kim TaeHyung, Park Jimin y Jeon JungKook solo deseó que recibieran el amor que merecían, de que todo el mundo pudiera admirar y valorar tanto su fortaleza y alma como ella lo había podid...
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La catástrofe se cernía sobre él. Tantas veces había pasado. Tantas ocasiones similares en las que el suelo era lo único que venía hacia él con tanta energía. Las escaleras eran su peor enemigo y eso él lo sabía de sobra. Si bien era alguien atlético y construcción fuerte por su casta de Alfa, Park Jimin, aceptaba su estrecha relación con el suelo gracias a su torpeza y caídas continuas.
Voló por los últimos cinco escalones, cuando creía que habría llegado al final de estos a salvo. El mal presentimiento con las infinitas escaleras de la universidad había sido cierto cuando las vio por primera vez esa misma mañana.
Jimin se había mudado a Seúl desde Busan para acudir a la universidad de artes de la capital. Su beca como bailarín clásico siendo el aliciente que lo llevó a aceptar. Lo que no esperó, ni por asomo, fue ser rescatado cuando caía por las escaleras tras volver de la oficina de secretaria y recoger su horario lectivo.
Había sido un dominó de desgracias, un efecto mariposa si se ponía a pensarlo más filosóficamente. Al tropezar con sus propios pies y caer hacia delante por las escaleras, su cuerpo dio de lleno con quien las subía. El Omega castaño, que comenzaba su primer semestre en artes escénicas, lo atrapó contra su pecho.
Mas no pudo parar el impacto ante la rudeza y peso muscular del Alfa bajo y delgado. Jimin arrastró a TaeHyung con él escaleras abajo. O así fue hasta que, en el último escalón, la espalda de TaeHyung golpeó contra otro pecho ancho y cálido.
Cliché, amaban los clichés.
El Beta de cabellera negra y que iniciaba la carrera de artes plásticas paró el impacto de ambos cuerpos con algo de dificultad, pero de forma efectiva al abrazarlos con sus brazos llenos de dibujos en tinta imborrable.
Lo que, sin embargo, no pudo salvarse del estrepitoso accidente fueron la mochila del Beta que en ese momento estaba en sus manos, la bandolera del Omega que cayó de su hombro por el choque y el libro que el Alfa llevaba en sus manos.
-¡Ay, luna, como lo siento! -Exclamó el Alfa alejándose rápidamente de ellos. Avergonzado por su torpeza se arrodilló para tomar, tanto sus cosas, como las de ellos del suelo.
-No importa, ha sido un accidente. -Habló tranquilo el pelinegro que comenzó a ayudarlo a recoger sus cosas.
-Lo importante es que los tres estamos bien. -Añadió el castaño al agacharse para corroborar que el agua de su bandolera no había sido derramada.
Tres libros amontonados de forma desordenada fueron lo último en ser alzado del suelo. Tres manos coincidieron sobre el concreto, pieles cálidas rozándose. La pequeña del Alfa discernía con su fuerza y casta, siendo a primera vista frágil y dulce al estar repleta de anillos. La más grande, en contra de lo estipulado, era la del Omega que brillaba con un tono canela. Y la más pálida se camuflaba con restos de carboncillo bajo las uñas y tatuajes en los nudillos y dedos.
