capitulo 2

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Cuando la subdirectora, que había entrado sólo a gorrear, se metió dos trozos de tarta ella sólita y más tarde empezó a lamerle la oreja  el encargado de impartir dicho crédito. A lamerle la oreja... En público. Wei Ying nunca pensó que la marihuana fuese afrodisíaca. Pues lo era. Y mucho por lo que pudo ver ese día.O como el día, hacía ya dos años, en que el guapísimo pero memo de Gorka lo había intentado sobar en la habitación de las tizas y los borradores.

Sin duda, su queridísimo amigo A-Ning le había tomado el pelo al pobre chico, diciéndole que el quería verlo en la habitación del magreo —más conocida como la habitación de las tizas. —Gorka había ido súper ilusionado. Por fin iba a poder tocar ese cuerpecito que tenía embelesado a media universidad. Pues bien, el sí que lo atizó bien. Lo cogió de los huevos, los apretó hasta casi tocar con los dedos la palma de su mano y luego lo lanzó contra la puerta, haciéndolo salir disparado y cayendo de espaldas en el pasillo más concurrido de la facultad. Aquel día tuvo una discusión con A-Ning sobre lo que eran bromas de buen y de mal gusto. Aquella no había sido una de buen gusto ni por asomo. Gorka jamás le volvió a dirigir la mirada. O como el día en que... Toc toc.

Wei Ying, se levantó de la silla y abrió la puerta de su habitación. Un chico de unos treinta años, ligeramente más alto que el, de cabello oscuro, de ojos negros y grandes le sonreía. Lo miraba con dulzura y esperando recibir permiso para entrar.

—Buenas noches, Wei Ying —lo saludó con voz amable.
—Hola, Wen Xu —le respondió. —Entra. Se echó a un lado y lo dejó pasar.
—Hoy has llegado temprano —lo miró sonriendo.
—Sí —dijo él dejando la maleta negra sobre una de las mesitas de noche. —Hoy por suerte me
he adelantado al tráfico —le sonrió.

En Barcelona, a hora punta, era imposible conducir por la ciudad sin verte inmiscuido en una caravana de tres cuartos de hora.
Wei Ying se sentó sobre la cama y le ofreció el brazo izquierdo. Había hecho ese gesto todas las noches desde los siete años y estaba lleno de automatismos. Lo hacía con una gran naturalidad, ya no se sentía incómodo. Ni él tampoco.

—¿Cómo te has encontrado hoy? —le preguntó sacando de la maleta un medidor de tensión arterial. Lo miró esperando una respuesta.—Como siempre. Perfectamente.—¿No has sentido mareos, ni sudores fríos ni hormigueos? —Nada —negó con la cabeza haciendo que algunos mechones azabache resbalaran por las sienes.

Wen Xu siguió su pelo rebelde con un deseo irrefrenable de ponérselo detrás de sus finas orejas. Carraspeó y volvió a concentrarse en su labor.
—Eso está bien —dijo con la voz algo ronca.
Wei Ying levantó una ceja y lo miró de soslayo. No era tonto. Sabía exactamente lo que provocaba en los hombres, y Wen Xu, aunque se esforzara en ser diplomático, no era inmune a sus encantos.

El no pretendía llamarsu atención. Nunca lo había pretendido. Pero sabía que lo hacía.—Siempre ha sido así —le dijo intentando relajarlo. —Gracias a ti, tengo la diabetes perfectamente controlada. Mi dieta está equilibrada, baja en grasas. Hago deporte a diario y cada noche me inyectas la insulina. Más control no puedo tener, ¿no crees? —sonrió. —Cada noche las mismas preguntas y las mismas respuestas.

Nunca se sabe, Wei Ying —rodeó su brazo con la cinta azul y lo presionó. Miró el medidor y
sonrió conforme. —12/8. Estás...—Estoy bien. ¿Te he dicho ya que como siempre? —arqueó las cejas. Wen Xu negó con la cabeza mientras hacía esfuerzos por no darle la razón. —La diabetes es caprichosa a veces.

—Pero no conmigo, por suerte. Dudo que haya alguien que esté tan vigilado como yo. Lo miró directamente a los ojos y se quedó en silencio. Wei Ying lo miró incómodo y enseguida intentó desviar su atención. Él se dio cuenta de su encantamiento y tomó de la maleta el medidor de azúcar. —Dame tu dedo índice —lo tomó de la mano.—No, pínchame en otro —le dejó el dedo anular. —Éste ya lo tengo muy dolorido. Cada dos semanas cambiaba de dedo de la mano. La máquina del control de azúcar lo acribillaba sin compasión. Wen Xu tomó la gota de sangre roja y espesa que salió de la yema del dedo y la colocó sobre una tira blanca, que estaba encajada a un aparato digital.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora