Capitulo 55

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—No quiero que te controles, Wangji. Te... necesito ya —levantó las caderas pero él se apartó para que no se empalara con violencia.
Wangji gruñó, lo tomó de las caderas y lo clavó en la cama.
—Tranquilo, tigre —lo tranquilizó con besos dulces. —¿Lo quieres duro? —le costaba respirar, necesitaba zambullirse en el como un desesperado. —¿Cómo lo quieres? —se introdujo en el poco a poco, apretando los dientes para no soltar obscenidades por la boca.
Wangji... —echó el cuello hacia atrás y lo agarró de las nalgas empujándolo hacia el.

—Está bien —de un empujón se impulsó hacia delante y se lo clavó hasta lo más hondo. Wei Ying gritó y lo arañó. —Sí, yo también lo quiero así contigo—le separó más las piernas con las manos y lo penetró más deslizando las palmas por sus nalgas y apretándoselas para acercarlo más a él. En el interior estaba ardiendo y mojado. Wei Ying no se podía mover porque él lo tenía apresado.
—Me gusta —exhalo entre gemidos.
—No te quiero hacer daño.
—Sujétame bien, Wangji. Está bien.
Wangji tomó sus muñecas y se las alzó por encima de la cabeza. El lo miró y sus ojos brillaron desafiantes.
—No te da miedo, ¿verdad? —preguntó él con cautela. Volvió a impulsarse profundamente en el.

—No. Pero no me ates. No me gusta —sus ojos brillaban porque el placer se los humedecía.
—No te voy a atar. Ni te voy a lastimar.
—Lo sé. No me das miedo —se alzó y lo besó. Le mordió el labio y tiró de él.
— Wei Ying, voy a hacer que te corras tantas veces que luego no sabrás ni quién eres —inclinó su cabeza y se llevó un pezón a la boca. Lo devoró literalmente. Lo chupó y lo mordió haciendo oídos sordos de las súplicas de Wei Ying.
—No lo soporto... muévete.

—¿Quieres esto? —meció sus caderas brutalmente. Arriba y abajo. Entrelazó los dedos con el y lo besó. Fue un beso arrollador. Mientras le hacía el amor el se retorcía de placer, aplastado por su cuerpo y sin poder mover los brazos. Abierto para él e indefenso. —Mmm... Wei Ying... eres puro fuego.
—La muñeca... —susurró escondiendo la cara en su pecho. —La muñeca me arde. No pares.
Wangji miró su muñeca y lo vio. El nudo perenne aparecía en el interior de su muñeca derecha.
Un nudo perenne precioso y perfecto, quemándole la piel ligeramente, y en el centro una gema de color verde. El color de ojos de él.

Wei Ying empezó a llorar y quiso soltarse de su amarre, pero él se lo impidió.
—Me duele... —sollozó.
Wangji lo penetró aún más. A él también le estaban sellando la misma muñeca, sólo que su gema era lila, como los ojos de Wei Ying.
—Ya está, cariño —lo consolaba mientras lo estiraba hasta el límite. —Ya está... ya no duele.

—Sí.
—No —repuso él buscándole la boca. El dolor había desaparecido. —Ya está, cielo —cuando
Wei Ying lo miró entre las lágrimas entendió que ambos habían ganado algo en ese interludio. —
Wei Ying... mi Wei Ying. Eres tan bonito... Tan suave... No llores — Wangji, me estás haciendo enloquecer —se miraron el uno al otro. Reconociéndose.
Midiéndose. Aceptando humildemente lo que había entre ellos. Él le besó las lágrimas y le dio
un beso ligero como una mariposa en la mejilla.

—Tú me estás enseñando a sentir —le susurró clavándose de nuevo en el y quedándose quieto en su interior.
—¿Y te gusta? ¿Es bueno?
—Sí —sonrió abiertamente y ese gesto iluminó la habitación. —Me gusta.
—Bien —entrelazó los dedos con fuerza a los suyos. —No pares, amor —le pidió Wei Ying
poniéndose tenso y alzando las caderas.
—No — Wangji no le soltó las manos mientras se movía más y más rápido y los hacía llegar a los dos a una escala de deseo y placer más allá de lo que era posible.

Wei Ying clavó sus colmillos en su cuello y se convulsionó a su alrededor y él se corrió, llenándolo con su simiente. Cuando cedieron los temblores y Wangji se desplomó sobre el ambos respiraron agitadamente. El aliento de él en la oreja derecha de Wei Ying. Los corazones de ambos resonaban en sus cabezas. El inclinó la cabeza hacia el oído de él.
—Ha sido increíble.
Wangji alzó la cabeza.
—No hemos acabado —le dijo él saliéndose de el poco a poco.
—¿No?
—No, cariño. No te muevas —le ordenó.
Wei Ying resopló extasiado.
—Como si pudiera moverme —murmuró mirándose la marca que tenía en la muñeca. Era tan bonita. El era suyo.
Wangji entró en el baño y trajo una toalla húmeda con él. Se arrodilló entre sus piernas y le puso la toalla en su entrepierna, limpiándolo y acariciándolo.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Where stories live. Discover now