Capitulo 19

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No contestó y la comunicación mental quedó descolgada. Inmediatamente Wangji, que
sobrevolaba la zona límite entre Wolverhampton y Dudley, perdió todas sus fuerzas y cayó al suelo
y se quedó sin respiración.
—No, Wei Ying...
Ya no lo detectaba, no lo sentía. No podía haber muerto. Ese chico no podía haber muerto. Era
fuerte como ninguna otro que había conocido. No, sonrió aliviado. No estaba muerto. Lo percibía.
Era el dolor por el, la empatía que corroía su conciencia y su corazón, en milenios dormido, lo
que había provocado que a Wangji se le fueran las fuerzas.
¿Era Wei Ying su cáraid?
¿Podría su cáraid odiarlo tanto?
¿Podría perdonarlo?
Rememorándolo todo, seguro que no.
—CORRE, Wei Ying... Corre, Wei Ying... No mires atrás...
El recuerdo de las voces de su madre y de su padre se entremezclaba con el viento y con los
pasos de esos hombres que lo perseguían. Respiraba agitadamente, temeroso de mirar hacia atrás.
Una mano lo agarró del cuello, lo tiró al suelo y le dio un batazo en la cabeza. Se quedó con los
ojos medio abiertos, pero no estaba del todo consciente. Lo único que vio fue un rostro de barba blanca y mirada aguileña que se inclinó sobre el. Ruo Han, algo más joven. Además, tenía el muslo desgarrado por tres arañazos.

—Lo podrías haber matado, estúpido... —reprendió Ruo Han al que llevaba el bate.
—Creo que está en estado de shock.
—Lo que está es inconsciente. Cógelo, nos lo llevaremos. Veremos cómo sacarle provecho.
—¿Y los padres?
—Los dejaremos en el centro de investigación. Pero antes... déjame a la madre un ratito, se
arrepentirá de haberme desgarrado el cuádriceps. Mierda, puede que me quede cojo —susurró con vehemencia.
Había amanecido. O a lo mejor era que estaba muerto. No lo sabía.
Había soñado con lo que sucedió el día en que perdió a sus padres, porque ahora estaba
convencido de que se trataba de sus verdaderos padres. Había recordado el día en que quedó
inconsciente tendido en la hierba y Ruo Han se lo llevó con él.
Ruo Han era cojo por culpa de Yan Li, pues ella le había herido de gravedad intentando
defenderlo.
Debería estar impresionado por la revelación de que él no fuera su padre. Pero no lo estaba. Al
contrario, se sentía calmado y en paz por primera vez desde hacía... en fin, nunca se había sentido
así.

Sí, el era Wei Ying. Hijo de Zi Xuan y de Yan Li. No sabía a ciencia cierta lo que le había sucedido esa trágica noche. Los habían perseguido seguro, pero no podía aclarar nada más. Sin embargo, podía recordarlos. Podía recordar cuánto adoraba y admiraba a su madre Yan Li o cuánto amaba a su padre Zi Xuan. Sentía el amor que le procesaban, un amor grabado ahora en su sangre y en su corazón. La alegría de haberse sabido un hijo realmente querido y protegido le llenó el alma magullada. Se tapó la cara con las manos y se echó a llorar.
Necesitaba desahogarse. Demasiadas emociones en un corto intervalo de tiempo. Cuando se calmó, no sabía lo que sería de el a partir de ese momento, pero sabía que, puesto que nada iba a ser igual que antes, el debía amoldarse y tenía la seguridad de que iba a hacerlo. Siempre había sido así de práctico.
Debía hacerlo, debía encontrar el sentido a todo lo que le había pasado, el control de su vida,
fuese la que fuese.
Se frotó los ojos con la mano vendada y se sorprendió al notar que no le dolía. Enfocó los ojos a la muñeca. No parecía ni siquiera hinchada y se la habían roto la noche anterior. Con curiosidad empezó a deshacer el vendaje, poco a poco, hasta sacárselo por completo.

Parecía imposible. La muñeca había sanado por completo, como si nunca se la hubieran roto.
Se incorporó. Estaba en una habitación hecha toda de madera. Por la ventana se colaba la luz
de la mañana y aparecían unas vistas bien bonitas de árboles y montañas. Sin embargo, no hacía sol, pero por primera vez le gustó ese amanecer nublado.

Se sentía como nuevo. Tenía un hambre de mil demonios y necesitaba ducharse. Palpó a su
lado. ¿Y el libro? ¿Y el puñal?
Se levantó de un brinco y se quedó inmóvil. Miró sus pies, sus piernas... Vaya, por Dios, habían
vuelto a quitarle los pantalones. Qué manía tenían todos con desnudarlo...
Echó un vistazo a su estómago plano, su pecho y se tocó la cara. Algo había cambiado. ¿Qué
era?
Buscó un espejo en aquella cálida habitación. Y mientras giraba sobre sí mismo para localizarlo,
abrieron la puerta.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Where stories live. Discover now