Capitulo 39

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UN CUERPO inmenso y duro le daba calor en la espalda. Su cabeza estaba apoyada en el brazo
musculoso de Wangji, su pelo desparramado por la almohada. El vanirio le acarició la nuca con la nariz. El intentó mover las piernas pero él las tenía inmovilizadas con una de las suyas, mucho más grandes y velludas. Estaban encajados como dos cucharas, perfectamente amoldados.

Wei Ying sonrió. Wangji era una caja de sorpresas. Sintió un dedo de Wangji siguiendo su columna vertebral de arriba abajo. Toda la piel se le erizó. El contacto más nimio del vanirio, lo despertaba y lo hacía hervir como un volcán a punto de estallar. Qué locura.
—¿Te encuentras bien? —susurró Wangji en su oreja.
—Estoy... bien —sorprendido por la respuesta, dio gracias porque Wangji no viera lo sonrojado
que estaba.
—¿Te he hecho daño? —su voz sonaba preocupada. Para Wei Ying era su segunda vez, todavía era nueva en eso.

—No, no me has hecho daño... —contestó dándose cuenta de lo importante que era para él no volverle a hacer daño ni a intimidarlo en la cama— esta vez.
Wangji lo abrazó y apretó su pecho y todo lo que sobresalía de su cuerpo contra la espalda y las nalgas de Wei Ying. Tenía miedo de que Wei Ying no aceptara todo lo que había visto en él.
—¿Qué ha pasado ahí dentro? ¿En qué me he convertido? —exclamó el con incredulidad. —
Te he mordido.
—Mmm... sí y me ha encantado —cogió con los dientes el lóbulo de su oreja. —Así hacemos el amor los vanirios. ¿Y a ti? ¿Te ha gustado?
Wei Ying enmudeció y se pensó la respuesta.
—Sí —apretó la cara contra la almohada. Sentía vergüenza. —¿Cómo puede gustarme beber
sangre?
—Beber sangre es generalizar —lo corrigió él sonriendo. —A ti te gusta sólo mi sangre, que te quede claro precioso. Igual que a mí sólo me gusta la tuya. Tu sangre es muy poderosa —reconoció pasándole la lengua dulcemente por la oreja. —Nunca me había sentido tan bien.

—La tuya es... buena. Buena no, deliciosa.
—Gracias —le dio un beso húmedo en la nuca.
—¿Y si bebo tu sangre... ya no tendré hambre hasta...?
—Bebemos una vez al día el uno del otro y gracias a eso podemos disfrutar de la buena comida.
Ahora puedes alimentarte de cualquier cosa y sentir como la comida te sacia, porque mi sangre te ha saciado por hoy. Iremos a restaurantes preciosos y únicos en el mundo, mi pequeño Wei Ying.
Disfrutaremos juntos de tantas cosas... —lo abrazó con más fuerza, demostrándole la alegría de haberlo encontrado por fin y de ser aceptado.
Pensando en sus palabras, Wei Ying recordó como lo había llenado en todos los sentidos. Su sangre era un manjar y su manera de hacer el amor... estaba sorprendido de que todavía siguieran vivos.
Entonces almacenó todas las imágenes de la vida de Wangji. Habían pasado ante sus ojos como una película mientras se alimentaba de él.

—Ahora yo también lo sé todo de ti —susurró el.
Hubo un largo y prolongado silencio.
—Te he visto pelear contra romanos, Wangji. Contra vikingos... —Germanos —le dijo él con un tono duro.
—Sí... —se giró hacia él sin salir del círculo de sus brazos. —Fuisteis de los pocos que aguantasteis el asedio del antiguo imperio romano.
Asintió con la cabeza. Wangji lo miraba con atención, intentando averiguar si había rechazo en su mirada. Tomó un muslo de Wei Ying y lo colocó por encima de su cadera.
—No, espera —se quejó el. —Quiero...
—Tranquilo —le dijo él acariciándole la pierna. —Me gusta sentir el peso de tu cuerpo. No te haré nada... por ahora —un brillo travieso iluminó su mirada. —Pero no soy una momia, te lo advierto.

—Tienes dos mil años —lo pinchó el sonriendo. —Ahora estate quietecito ¿vale? Quiero que hablemos de lo que he visto y no puedo pensar si tu...
—¿Si te toco? —dijo él alzando las cejas y sonriendo pícaramente.
Wei Ying se sorprendió admirando la sonrisa genuina y traviesa de Wangji. Se estaba deshaciendo por él. Obligándose a centrar sus pensamientos, prosiguió con sus visiones.
—Céntrate, quiero hablar de lo que he visto el mirándole la barbilla. —Tú y mi padre
liderasteis al pueblo celta en sus guerras —se le humedecieron los ojos. —Lo querías mucho.
—Sí —asintió él con sus ojos verdes abiertos y solemnes. —Ya te dije que era como un hermano para mí —le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Era muy guapo ¿verdad?
—Supongo —hizo una mueca y luego sonrió divertido. —Sólo hay que verte.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora