Capitulo 28

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Wangji se encontraba en su casa. Tendido sobre su cama todavía podía oler en el colchón el perfume de Wei Ying. Herido y abatido, había perdido tanta sangre que apenas tenía fuerzas para caminar, pero el aroma de el lo mantenía todavía despierto.

Wan Yin y Xingchen estaban muy preocupados por él. Si Wangji no lograba recuperar a Wei Ying, él no podría sanar ni usar sus poderes. Una vez se había bebido de su cáraid ya no se podía volver a beber de nadie más por riesgo a acabar perdiendo el alma. Sólo de el se podía. Su cáraid lo mantendría con vida hasta la eternidad, entre ellos. Su sangre se convertiría en el mejor manjar, en el origen de su poder. Sin el, poco a poco, el vanirio perecería. Y si bebiera más de una vez de otro que no fuera su cáraid perdería su alma y se convertiría en un nosferátum.
Wan Yin atendió las heridas. Las limpió y le puso una pomada cicatrizante que poco haría en aquellos cortes profundos y en aquella carne quemada y lacerada. Le había costado extraer los trozos de cristales que se habían quedado clavados en su espalda y alrededor de la columna.

Wangji recordaba la cara de Wei Ying cuando vio a Brave. Lo que el no sabía es que él había encargado a Wan Yin que se llevara al perro con ellos el mismo día que lo sacaron de Barcelona.
Entonces no entendió muy bien por qué iba a tener ese detalle con el, teniendo en cuenta que lo odiaba. Pero tal como habían ido las cosas luego no podía más que agradecer aquel instinto, aquella intuición. Aquel gesto podría hacer que ganase puntos con respecto a el.

Había sonreído por aquella sorpresa. Él lo había hecho sonreír, y quería volver a hacerlo. Estaba tan arrebatador con aquella sonrisa blanca que le llegaba a los ojos. ¿Y sus dientes? Sus colmillos eran pequeños y sexys. Estando como estaba, manteniéndose con las fuerzas que tenía en la recámara, sintió como se despertaba su virilidad. Ni medio inconsciente podía apagar el fuego que avivaba Wei Ying en su interior.
Iba a ser su fin. Wei Ying no podría perdonarlo. El no se entregaría a él. Pero había intentado protegerlo de los latigazos y además había oído cómo insultaba al prepotente de Huaisang por haberle pegado.

Y luego todavía no sabía si el contacto de su mano en la cara y los ojos tristes y llenos de dolor de su cáraid eran resultado de su abatimiento o realmente había pasado.
Lo necesitaba. Necesitaba tocarlo y sentirlo. Y todo, todo lo que le pasaba ahora, lo merecía. Ley de causa y efecto.Gruñó y hundió la cara en la colcha.

De nada servía lamentarse. Sus fuerzas irían menguando, volvería su mortalidad y con un cuerpo humano esas heridas le producirían fiebres, infecciones e incluso la muerte. Y si no eran esas heridas cualquier enfrentamiento con un lobezno, un nosferátum o un humano con un arma podría matarlo. Y si no, finalmente, lo mataría la sed que sentía por el. Ahora era vulnerable. Sin la alimentación de su cáraid, su cuerpo perdía todo el poder. Una debilidad que había sido capricho de los dioses. Los maldecía con toda su furia.Pero no se iba a rendir. Aquel bello joven de ojos lila y pelo azabache estaba muy equivocado si creía que él lo iba a dejar en paz. Lucharía por el hasta que su magullado cuerpo aguantara.
El dolor le advertía de que no aguantaría mucho, pero mientras tanto tenía que ir al aeropuerto en unas horas a recoger un regalo para Wei Ying.

Se encontraba en su nueva habitación. En la mansión de su abuelo Feng Mian. Había que admitir que su abuelo tenía un gusto exquisito para la decoración. En menos de doce horas, realizando unas cuantas llamadas y desplazando a todo un equipo de decoradores hasta su mansión, había preparado toda un ala sólo para el uso de Wei Ying. Una zona sólo de su uso exclusivo, con todas las comodidades a de su edad podía necesitar. La habitación había sido pintada en tonos ciruela y la habían transformado en una suite de lujo, muy informal y joven.

Ordenador, pantalla de televisión extraplana, equipo de música... El baño lo habían redecorado colocando una bañera hidromasaje de casi tres metros de diámetro. Y al lado, en una habitación contigua, habían montado un vestidor en tonos negros que no tenía nada que envidiar a nadie.
Sí señor. Su abuelo tenía clase y a un montón de gente dispuesta a trabajar para él. Pero nada de eso la había hecho olvidar lo vivido.
Sentado sobre la cama, apoyada sobre los grandes cojines de plumas, pensaba sobre lo dicho por Lan Xichen.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora