📓Capitulo 17 📓

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Bob le sonrió y Wei Ying, a su vez, le sonrió con tristeza. Así se despidieron.
Había gente buena en el mundo. Gente muy buena en Inglaterra, en Wolverhampton. No todo
iba a ser malo, ¿no? Estaba convencido de que volvería a ver a Bob.
De repente se encontró solo frente al parque que le hacía sentirse pequeño no sólo de estatura,
sino de edad. Curiosa sensación, pensó.

Se adentró por los caminos y sintió cómo se le ponía la piel de gallina. Parecía recordar el lugar.
Pero era imposible, porque el no había estado allí, jamás. Olía a hierba mojada, a verano y a dulce, a nube dulce. A mano derecha, un río serpenteaba y pasaba por debajo de un puente.
Se le paró el corazón. Un puente.
Las manos le empezaron a sudar y tuvo que inclinarse y apoyarse sobre sus rodillas para volver a tomar aire. No era buen momento para un ataque de pánico.

La gente paseaba por su lado como si fuese un día normal. Pero aquel no era un día normal. El
lo sabía perfectamente. Un grupo de vampiros psicópatas lo habían tomado con el y había tenido un sueño en el que recordaba la vida de una pareja y su hijo. Además había perdido a su padre y, para colmo, también la virginidad. Ahora tampoco le daba mucha importancia al hecho de haberla perdido, pero sí al modo en que lo había hecho. Tenía que dejar de pensar en ello y centrarse en su sueño.

El lugar. Aquellas personas. El puente.
Salió del camino y se tumbó en la hierba. Había mariquitas revoloteando por el césped y mariposas cerca del agua del río. Cayó de culo y se cogió las piernas.
Todos los instintos le decían que estaba en el sitio y en el momento correcto. Que hacía mucho tiempo alguien escondió un regalo bajo ese puente, en una piedra mágica. Un puente no muy grande, pero dotado de un especial encanto.
Una imagen atravesó su mente. El en brazos del hombre y de la mujer. De noche, en pleno verano. El día de su cumpleaños. Un ladrillo del puente abierto y algo que introducían en el interior.

Luego colocaron el ladrillo de nuevo.
Sacudió la cabeza y se la agarró entre temblores.
Estaba enfermo. No había otra explicación. Aquella visión era una alucinación.
No. No era ninguna alucinación. Joder, Wei Ying, despierta... Lo había mordido el hombre más increíblemente hermoso y malvado que había visto en la vida. Lo había mordido con sus colmillos.

Había caminado por subterráneos y conocido a los llamados vanirios. Había soñado con otra vida que, a lo mejor y sin lograr entenderlo, le había pertenecido alguna vez. ¿Qué había de sus
recuerdos antes de los cinco años? ¿Dónde estaban?
El niño del sueño se llamaba igual que el pero eran nombres exactos.
Wangji estaba en lo cierto. Su diabetes estaba perfectamente controlada, nunca había tenido
ningún problema. ¿Cuándo se la diagnosticaron? A los siete años. ¿Qué le pasó? ¿Recordaba
haberse sentido mal o haberse desmayado para que le diagnosticaran esa enfermedad? No. De hecho, no recordaba nada antes de eso.

Wangji estaba en lo cierto. Cuando Wen Xu lo pinchaba, no tardaba más de diez minutos en caer en la inconsciencia hasta el día siguiente. Después de la diabetes, dejó de soñar. Entonces, ¿antes soñaba?
Fuese lo que fuese, estaba vivo todavía y tenía la oportunidad de saber si ese sueño había sido o no la visión de una vida que había perdido en los retazos de su memoria.
Hacía sol, pero a la luz del día no podía colocarse bajo el puente. Los guardias forestales del
parque le llamarían la atención. Esperaría a que no hubiese casi nadie para hacerlo, aunque se
arriesgaría a que llegara la oscuridad y con ella, Wangji y su clan.
Se estiró y sin quererlo ni creerlo, se relajó.

A las doce de la noche, cumpliría veintidós años. Ya no sería el mismo Wei Ying. ¿Cómo podría
serlo?
Pensó en los planes de futuro que tenía: en el proyecto de formación de pedagogos en Londres, en el deseo de poder ayudar a la sociedad a través de un nuevo método de educación. Ya no podría seguir su sueño.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Where stories live. Discover now