Capitulo 8

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Él soltó sus nalgas a regañadientes y colocó las manos sobre la butaca, a cada lado de su cara. Murmuró algo indescifrable. Ambos respiraban entrecortadamente.
Él todavía tenía los incisivos largos, pero el color de los ojos no le había cambiado. Cuando el lo miró, pudo ver lo orgulloso que se sentía de avergonzarlo así. Era el ganador y el. Era el  derrotado.
—Así me gusta —lo miró con determinación y algo más que el no supo descifrar. —Que obedezcas a tu amo en todo.
¿Era orgullo? ¿Estaba orgulloso de el? No, no podía ser. Oh, por favor. Sólo faltaba eso para acabar de pisotearle el amor propio. Wangji echó un vistazo a sus pezones, su cuello y sus mejillas.
Estaban teñidas de rojo. Rojo pasión o rojo vergüenza. Le daba igual.
—Si te pudieras ver... Ahora sí que pareces una perro de verdad.
Wei Ying le prometió con la mirada que lo mataría si pudiese. Volvió a esconder la cara en su brazo y se echó a llorar como una loco desquiciado. Wangji intentó comprender la situación en la que se encontraba. Obviamente, tenía que sentirse derrotado. Se lo merecía.
Bajó la mirada para verse aplastado contra su sexo. Todavía estaba duro como una roca, él no había tenido ninguna liberación. Se levantó un poco apoyándose sobre sus brazos y vio como el pelo púbico oscuro y su miembro se transparentaba a través del short blanco mojado. Agarró el short y tiró de él. No podía aguantar más. Tenía que hundirse en el.
—No. Te lo ruego —gritó Wei Ying cogiéndole la muñeca con la mano buena.
Wangji tensaba el short con sus dedos. Ambos sabían que si le daba un tirón más, se desgarraría y lo dejaría como él quería verlo. —¿No, qué? —levantó una ceja divertido.
Aunque en realidad no había nada de divertido en lo que estaba pasando. Wei Ying no creyó jamás que pudiera odiar a alguien como odiaba a Wangji en ese momento. Él esperaba oír las palabras mágicas. Bien. El tragó saliva y sintió el sabor de la dignidad. Amargo. Muy, muy amargo.
—No, por favor... amo.
Wangji levantó la barbilla, tomó aire por la nariz, levantando el pecho con el movimiento, y cogió a su vez la barbilla de el para alzarla hacia él. —Vas aprendiendo. Nos llevaremos bien.
Colocó bien su asiento y de un salto se encaramó a la zona del piloto. Wei Ying que seguía temblando, lo miró de reojo sin tenerlas todas con el. Al menos ya no lo tenía encima. No estaba seguro de relajarse todavía. ¿Relajarse? Nunca más podría hacerlo en su vida, porque ya no tenía en quién confiar. No en el mundo de Wangji.
— Wangji, te acabamos de adelantar —dijo la voz de Wan Yin que resonó por todo el coche. Era el comunicador de última generación que habían instalado. —¿No has podido esperar, eh, pillín? Te lo has tenido que tirar, ¿verdad?
Wangji miró a Wei Ying que había vuelto a ocultar su cara entre sus brazos y se había hecho un ovillo dándole la espalda. Una espalda que se movía temblorosamente.
—Lo que hagamos el y yo no te concierne.
—Lo tiene pequeño y es un marica... Como todos vosotros... —gritó Wei Ying enrojecido y furioso.
—Abusones de mierda...—dijo esta vez con un hilo de voz y atragantándose.
Abrió la puerta del coche, se deslizó por el asiento, cayó a cuatro patas en el asfalto y empezó a vomitar. Tuvo que dejarse de apoyar en la muñeca rota, así que se quedó a tres patas mientras tenía que oír como a través del manos libres los otros tres rompían a carcajadas.
Wangji lo miró muy seriamente. Un músculo de la mandíbula le temblaba sin control. Nadie lo avergonzaba así. Nadie.
—Así que la tienes pequeña... —añadió Wan Yin ahogando la risa.
Él seguía sin contestar. Estaba impasible. Su rostro como esculpido en granito. No apartaba la mirada de el.
—¿Habéis localizado al otro guardaespaldas que había entre los pinares? —seguía mirándolo fijamente. Mientras el chico vomitaba, él observaba como los músculos de su espalda se tensaban y se movían sin descanso. —Lo tiré allí.
—Sí, era el hermano gemelo del que se ha cargado Guangyao. Le hemos inducido la imagen mental de que su hermano se había enamorado de una asiática y que se iban a casar a las Vegas esa misma noche, él, de John Travolta y ella, de Olivia Newton-John. Tenía una fractura en la pierna. Recordará que se la hizo en un accidente de tránsito. Y también hemos tratado con todo el servicio. Les ha quedado muy claro que mañana cuando se despierten se acordarán que el señorito Wei Ying y el señor Ruo Han han tenido que hacer un viaje relámpago por un asunto de negocios, y que cabe la posibilidad de que pasen una larga temporada fuera para conseguir nuevos clientes. Por supuesto, ellos deben seguir sus vidas con normalidad.
—Muy bien. ¿Qué hay del cuerpo de Ruo Han y de su guardaespaldas?
—Están ocultos bajo el suelo de su propia casa. Todo controlado, Wangji. Ahora sólo queda saber si eres capaz de domar a ese tigre que va contigo. No va bien para tu reputación de rompecorazones que un chico te toree así.
—Tranquilo. Sólo está conmocionado por lo que le he hecho. Volvieron a sonar las carcajadas.
—Os veo en el avión.
Apagó el comunicador y salió del coche con determinación y una mirada muy peligrosa. Parecía mentira que el joven tuviera tantas agallas estando como estaba.
Wei Ying había dejado de vomitar, pero seguía apoyado sobre las rodillas y su mano izquierda. Respiraba agitadamente, pálido y abatido.
Wangji lo agarró del pelo de nuevo y lo levantó. Wei Ying pensó que si seguía haciéndole eso, lo
dejaría calvo.
Abrió la puerta del copiloto y lo metió dentro de un empujón.
Wei Ying siguió con los ojos a Wangji hasta que él también entró en el coche.
—Cuando lleguemos a Inglaterra, te demostraré lo pequeña que la tengo de todas las maneras,
Posibles —susurró entre dientes mientras ponía la primera marcha para arrancar.
Wei Ying no supo qué responder. Sólo sabía que estaba muy cansado y que le dolía todo el cuerpo. A lo único que se podía amarrar para salir de aquella pesadilla, era al hecho de que ninguno de ellos sabía que el era diabético. Ése era su as en la manga. Con un poco de suerte, al dejar de tener la vida habitual y controlada que hasta ahora había tenido, si su cuerpo dejaba de recibir insulina, caería enfermo de un modo o de otro. Sin atenciones moriría. Los riñones le fallarían, los vasos sanguíneos de las piernas se bloquearían e iría perdiendo sensibilidad a las heridas de cualquier tipo, puede que incluso tuvieran que cortarle las piernas. Podría quedarse hasta ciego.
Entonces así, ya no les serviría ni a ellos, ¿no?Pensar en todo eso le estaba revolviendo más el estómago, si era posible. Pero preferiría morir antes que convertirse en el puto de nadie, y menos del monstruo que tenía al lado.
El mundo desapareció de su vista, y esperó a que llegara la oscuridad. EL VIAJE hasta Inglaterra fue menos problemático de lo que en un principio parecía que iba a ser.
Cuando llegaron al avión privado, Wei Ying tuvo que hacer un esfuerzo para caminar hasta las escaleras de abordaje. Lo consiguió gracias a los empujones que recibía de Wangji. Miró a su alrededor. No sabía ni dónde estaba ni si todavía seguía en España. ¿Era aquel el primer avión que tomaban?
Ya en el confortable avión, Wangji lo hizo sentar a su lado alejado de los otros tres, que le echaban miradas lascivas y furtivas. El se cubría el torso como podía, pero el brazo lisiado le dolía tanto que apenas podía levantarlo. Se hizo un ovillo y volvió a darle la espalda a Wangji, mientras tiritaba. El aire acondicionado del avión estaba demasiado fuerte. Pero antes de cerrar los ojos, tuvo que aguantar cómo Xingchen le sacaba la lengua varias veces y la movía haciendo círculos. No podía dormirse. Lo intentaba, pero no podía. ¿Y si lo hacía y se encontraba con que lo habían desnudado y...?
No, eso no. Fingiría que dormía, por si acaso. Era mejor cerrar los ojos que verles las caras.
Todavía esperaba que esos seres demostraran algo de compasión. Si luchaban por los suyos, y vengaban a los que habían matado, eso significaba que tenían corazón, ¿verdad? Y si tenían corazón, todavía había esperanza para el. O tal vez no.
Cuando llegaron a Inglaterra, dos Cayenne como los que había visto en Barcelona les esperaban en el aeropuerto.
Entraron en los coches y se dirigieron a algún lugar en particular.
Intentando averiguar dónde se encontraban, Wei Ying pudo leer un cartel que ponía West Midlands, luego otro que indicaba Birmingham y el último que pudo leer, Dudley.
Si fueron más lejos de allí ya no lo supo, porque dio una cabezada. Los ojos empezaban a cerrársele, ignorando sus esfuerzos por mantenerlos abiertos.
El coche paró en seco. El miró hacia atrás y vio las luces del otro Cayenne que se apagaban, al igual que ambos motores. Dios mío. Ya había llegado.
Quiso parecer sereno y digno, pero no pudo. Cuando Wangji lo sacó del coche, sus rodillas parecían gelatina y no podía andar. Tiritaba sin control y seguramente tendría muy mal aspecto.
Él lo miró de arriba abajo, despreciando cada centímetro de su cuerpo.
—Vamos.
Lo tomó del codo y empezaron a andar.
Los alrededores eran tan oscuros... Sin embargo, sabía que donde estaba había mucha vegetación. Lo sabía porque olía igual que su jardín cuando estaba húmedo después de regarlo. Se acongojó al recordar su casa. ¿Y Brave? ¿Estaría bien? Alguien tenía que cuidarlo. No tenía más de tres meses, todavía era un cachorro, su cachorro.
Lo llevaron por unas escaleras que descendían a unos túneles subterráneos. Wei Ying no podía ver nada, pero ellos parecían tener visión nocturna o a lo mejor se dejaban guiar por el sonido como los murciélagos. No se imaginaba a ninguno de ellos convirtiéndose en un murciélago.
Abrieron una puerta y se hizo la luz. Ante ellos aparecieron un montón de pasadizos con las paredes de piedra y con símbolos grabados en ellas con una belleza inusual y mística. Los techos tenían cornisas de oro macizo, con cenefas e incrustaciones de piedras preciosas. El suelo era de mármol, un mármol claro y pulido, que hacía sonar los tacones de las botas militares, que sólo ellos llevaban, con gran elegancia.
Wei Ying miró hacia abajo. Sus pies seguían descalzos y con rasguños. Puede que se cortara con el asfalto o que alguna piedra se le clavara en la planta del pie.
Se adentraron por un pasillo más ancho y largo que los anteriores. Al final del pasillo había una puerta de madera de roble con las empuñaduras de oro en forma de garras.
Wangji puso la mano sobre la empuñadura, no sin antes darle una última mirada a Wei Ying. El agachó la cabeza, no quería mirarlo. Wangji abrió la puerta y apareció el lujo.
Era un salón circular tan grande que de pie podrían caber hasta dos mil personas. Algo impensable de encontrar en un subterráneo. Sin embargo, aquel lugar era bonito y fastuoso, aunque Wei Ying pensaba que lo que sobraban eran los seres góticos que había en ella. En el centro del salón, se encontraban seis butacas elegantes y grandes con motivos celtas. En ellas estaban sentados cuatro hombres y dos mujeres, vestidos con capuchas y sotanas púrpuras, y alrededor una gran multitud de gente con copas de cristal de bohemia en las manos Wei Ying advirtió que eran copas vacías.
Los hombres que allí se encontraban eran grandes y robustos. Peligrosos y amenazadores. Fríos e... irresistiblemente hermosos, pensó Wei Ying. Y todos, sin excepción, lo miraban a el con ojos hambrientos.
Las mujeres eran elegantes y de belleza etérea. Parecían diosas. Eran tan guapas... De igual modo lo miraban a el. Con curiosidad, sí, pero con hambre y odio también.
En el salón sólo había silencio. Toda la atención recaía sobre el, y el hacía lo posible por no echarse a llorar.
Guangyao lo empujó y cayó de rodillas sobre el círculo con un pentágono dentro que había dibujado en oro grabado sobre el suelo. ¿Acaso no era eso el símbolo de la brujería y de la magia?
Delante de el las seis butacas que dibujaban un semicírculo a su alrededor. Wei Ying miró hacia atrás con el gesto furioso e irritado. Estaba harto de que aquellos cerdos lo maltrataran así.
Wangji lo miró desde lo alto con gesto impasible.
—¿Dónde está su padre? —preguntó uno de los encapuchados. A tenor de la voz varonil que había mostrado, era un hombre.
—Baja en la operación, Rix1 Gwyn —contestó Wangji.
—¿Baja?
— Guangyao perdió los estribos —contestó mirándolo de reojo. Xingchen y Wan Yin asintieron para apoyar a Wangji.
—¿Guangyao? —el hombre sacó una mano robusta para invitarle a que se explicara. —Explícate.
Wei Ying miró a los seis en una ojeada relámpago. No se les veía el rostro a ninguno de ellos, sólo los labios, sensuales tanto los de las mujeres como los de los hombres.
— Zi Xuan era mi hermano, Rix —explicó Guangyao. —Sabes tan bien como yo qué tipo de procedimientos utilizan los humanos cazadores contra nosotros —lo explicaba con gesto indiferente como si realmente no le importara lo que dijeran los demás. —No me merecía compasión ninguna. Y cuando lo tuve en mis manos... lo maté.
—Hum... pero no podías matarlo—contestó la mujer que había al lado del que había hablado.
—¿Debemos entender que desobedeciste las órdenes de Wangji por voluntad propia?
Guangyao pareció incómodo ante la acusación.
—No fue por voluntad propia, Mormuro
Beatha.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora