Capítulo 3

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Júpiter

Media hora antes de iniciar su jornada laboral, Júpiter, como se hace llamar en aquel lugar que tanto detesta pero que al mismo tiempo le es tan necesario, se sienta frente al espejo del tocador y como cada jueves, se dispone a transformarse.

De forma algo mecánica, sin el menor atisbo de entusiasmo, comienza a aplicar base color carne en su rostro pálido, tapando las pecas de sus mejillas, esas casi invisibles para los demás a su alrededor pero que están ahí, ella sabe que existen, y eso le basta para odiarlas.

Sus pronunciadas ojeras también necesitan camuflaje. Las detesta, incluso más que a sus pecas, pero igual las soporta, las acepta, porque vienen en el paquete. Son consecuencia de su vida convulsa, de los golpes del destino y de sus malas decisiones.

Las marcas bajo sus ojos, tan oscuras como su mirada, van ganando luminosidad a medida que las viste con el producto de belleza. Es lo último que hace-una vez satisfecha con el resultado-antes de pasar a decorar sus párpados.

Eligió una bonita combinación de sombras en tonos entre el rosa y el melocotón, los cuales aplicó en la mitad externa del párpado móvil, como creando un degradado. Luego se decidió por un delineado marrón muy natural y un toque de iluminador en el lagrimal.

Ha pintado sus labios de un rojo vino intenso. Sabe que a los clientes los impacta, aunque eso a ella le da lo mismo, lo usa porque le encanta, porque luciéndolo se siente poderosa, dueña de la situación y porque es consciente de que le sienta fenomenal.

Su boca es, por mucho, lo que más le atrae de su cuerpo. Su labio inferior es el doble de grueso que el superior y ese rasgo hace a esa parte de su anatomía apetecible, sobre todo cuando la tiñe con carmín. No obstante, casi nunca lo hace, solo los jueves, cuando trabaja en el club.

Por eso aprovecha para disfrutar el ritual que para toda mujer supone, pasar el lápiz labial por allí. Junta ambas líneas carnosas para repartir el color por su superficie y sonríe.

Le ha hecho gracia recordar lo que dicen en la red sobre aquellos que lucen labios como los de ella.

«Las personas con este tipo de boca son divertidas, curiosas, abiertas, independientes y apasionadas. Les encanta llevar a los demás a nuevas aventuras. Son perseverantes en su trabajo».

Eso de ser divertida, aventurera y abierta no eran características que le pegaran mucho, pero en lo demás sí que habían acertado un tanto, sobre todo con lo de la perseverancia en el trabajo; sino fuera así, ya habría abandonado esta vida, o mejor dicho, ni siquiera la habría aceptado.

No era una prostituta. De hecho, nunca se había acostado con un cliente; sin embargo, cada noche de jueves llegaba a casa sintiéndose usada, sucia, inmoral.

Al club "Pleasure Queens" había llegado hace unos meses, cuando lo inauguraron a inicios del verano, por mediación de alguien cercano. Alguien que estaba segura no le había conseguido el trabajo de buena fe, sino porque vio la oportunidad de ponerla a comer de su mano.

Pero aún así, aceptó, porque lo necesitaba.

Su trabajo como lavaplatos en el hotel de lujo de la ciudad solo lo tenía a tiempo completo durante el verano-por la temporada alta-, una vez esta concluía, volvía a ser contratada únicamente los fines de semana.

Ya el pasado año la pasaron muy mal en casa con las cuentas por pagar porque el dinero no era suficiente. Por eso cuando le hicieron la propuesta del club y le hablaron del salario, casi que ni se lo pensó.

Además, pagaban nocturnidad, peligrosidad, un seguro de salud y todo eso por un servicio que prestaría solo una vez a la semana, qué más podía pedir.

Lo único malo era lo que le exigían hacer en ese trabajo. Algo un poco raro la verdad, -pero qué cosas son normales hoy en día-, se convenció.

Aquel lugar ofrecía a sus clientes VIP una amplia gama de placeres: los que tenían que ver con los sentidos, que eran atendidos por siete trabajadores, cuatro mujeres y tres hombres, uno por cada día de la semana, quienes se hacían llamar: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno y Sol.

Por otro lado, los que daban placer por medio de juegos, imaginación y hacían cumplir fantasías, se agrupaban en los meses del año y se llamaban según eran conocidos estos meses en el calendario. A estos solo se les veía entretanto duraba el mes. Seis de sus compañeros se ocupaban de este "departamento", unos 60 días de labores al año en este club. Así de exclusivo era.

Por último se encontraban los que ofertaban placer por medio del dolor. Esos eran igualmente seis compañeros, con la diferencia de que por la complejidad del tema, estos eran profesionales que eran traídos de clubes y casas donde el sado-masoquismo estaba a la orden del día.

Júpiter había clasificado gracias a su buena figura. Ese cuerpo bien formado del que no le gustaba presumir y que más de una vez la había metido en problemas, incluso siendo una adolescente a la que todavía le quedaba mucha anatomía por desarrollar.

Lo suyo dentro de esa habitación se basaba fundamentalmente en lucir sus curvas, moverlas mientras bailaba (una de sus grandes pasiones) y procurarle al cliente o los clientes de turno, el placer visual que buscaban.

También los podía tocar, masajear, besar, si así lo demandaban. Tenía que estar dispuesta además, a ser olida, tocada y lamida, siempre que nada de ello suponiera un acto sexual que involucrara desnudos o penetración de cualquier índole.

La habitación estaba plagada de botones que solo ellos conocían su posición y que podían apretar en caso de problemas, ante lo cual, la seguridad del lugar irrumpiría sin dilaciones, tan rápido como si estuvieran escuchando tras la puerta.

Una vez que nuestra chica terminó de colocarse su máscara de belleza, soltó su pelo que se precipitó en bucles dispersos sobre su espalda. Tenía el cabello naturalmente castaño y un poco descuidado, pero era tan sedoso que casi no se le notaban sus imperfecciones.

Se puso una bata de satín rojo sobre el conjunto de lencería negra y se dispuso a salir, no sin antes colocarse el antifaz de plata que la ayudaba a mantener el anonimato, le daba un toque de misterio al personaje que se había creado y en cierta forma la protegía de la vergüenza de ser descubierta por alguien conocido, en vista de que solo quien le había ayudado a obtener el trabajo, sabía de sus actividades.

-Ojalá el de hoy sea un buen tipo y no un patán asqueroso-se dijo a sí misma ante el cristal reflector. Y pensó en él.

Tres respiraciones profundas después, salía del improvisado camerino hacia el salón, donde desde hacía 10 minutos, alguien con voz de trueno, la aguardaba.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now