Capítulo 59

60 7 135
                                    

Después del vendaval

Las calles también hablan. Parlotean, ríen, lloran, gritan, susurran. Te cuentan historias con finales felices, como la de aquel árbol que vieron crecer sano y robusto, al que dieron cobija y alimento y que hoy les retribuye el gesto interponiendo su forraje entre el asfalto y el calor ardiente del sol.

Pero también gustan hablar de sus cicatrices, esas que dejan las tragedias y que marcan para siempre sus arterias.

Hoy la avenida 27 ha sido tatuada por el mal, y por eso permanece quieta, callada, atenta, pendiente al ensordecedor ruido de las patrullas policiales y las ambulancias, y del ir y venir de gente ajena, extraña e incluso no bienvenida, que entra y sale sin descanso de la casa señalada con el número 49.

Para mañana, ya tendrá un doloroso y perenne recuerdo del que hablar, uno que detallará la odisea de Robin por librarse para siempre de la persona que más daño le ha hecho en esta vida.

—¿Estás bien?—Silver le pregunta mientras le acaricia el pelo desbordado sobre la almohada.
Está sentado a su lado desde que la trajo a casa del hospital. Afortunadamente no presentaba ninguna lesión preocupante, salvo las marcas en sus muñecas y tobillos causadas por las ataduras, y que permanecerán sobre su piel por unos cuantos días.

El golpe que recibió en la cabeza tampoco provocó estragos y sicológicamente no presentaba signos que indicaran a los médicos que debía permanecer con ellos y no en casa, donde una desesperada anciana la esperaba.

Por eso estaba ya en su cama, bajo los cuidados de Sil y de Ivanna, quien al verla se abalanzó sobre ella sumida en un llanto incontrolable. Las lágrimas no la dejaban hablar pero cuando pudo hacerlo, solo atinaba a pedirle perdón por lo que le había hecho su hijo, una actitud que la morena no dudó en reprender.

—Nadie más que él es responsable por lo que acaba de pasar. No quiero volver a escucharte pedirme perdón por eso, ¿entendido?—le espetó la muchacha mientras volvía a refugiarse entre sus cansados brazos, aunque no se sabía a ciencia cierta quién refugiaba a quién.

Tras este reencuentro Silver llevó a Robin a su cuarto.

La ayudó a bañarse, a vestirse, a comer, a meterse a la cama y luego se sentó a su lado y tomó con extrema cautela una de sus manos entre las suyas.

No quería dejarla y ella no quería que se fuera.

Habían estado juntos en la ambulancia que la sacó de aquel horrible lugar. La había esperado afuera de la sala cuando los médicos la analizaban, la acompañó cuando la policía entró a tomarle declaraciones sobre todo lo sucedido y luego de regreso a casa.

Estaría con ella incluso cuando se durmiera.

Esta noche le velaría el sueño. Necesitaba cerciorarse de que nadie más vendría a arrebartársela otra vez.

—Sí, estoy bien, no te preocupes—le respondió a sabiendas de que no le haría caso, y que seguiría angustiado por un tiempo. Lo conocía tanto.

—Deberías dormir un rato para reponer fuerzas—casi que le imploró él.

—Está bien, prometo que lo intentaré, pero antes quiero hablar contigo sobre algo—respondió ella al tiempo que se incorporaba un poco para poder verlo bien a los ojos.
La conversación era seria.

—Dime, de qué quieres que hablemos—dijo el trigueño bajando disimuladamente la vista. Sabía perfectamente a qué venía esta plática.

—¿Por qué lo hiciste?—fue lo primero que preguntó la chica.

—¿A qué te refieres?—Silver intentó hacerse el desentendido y siguió mirando al piso.

—Sabes perfectamente de lo que te estoy hablando. Crees que no vi a Mat en el suelo todo golpeado. Crees que no sé que fuiste tú quien lo dejó así—Ro se quedó mirándolo como quien espera una respuesta inmediata, pero su chico de plata seguía sin captar la indirecta.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now