Capítulo 42

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Pompas de jabón

El agua salada y fría le congela los pies mientras camina descalza por la orilla del mar. El canto de las olas la asusta, pero no tanto como el silencio del hombre que camina a su lado.

-La verdad es que no sé por dónde comenzar-le dice finalmente. Él ni se imagina que ha tenido que reunir todo su valor para no salir corriendo. Es lo que le apetece: huir, poner distancia por medio entre su miedo a perderle y hacer lo correcto.

-Empieza por aclararme una duda-le pide él anteponiéndose a cualquier cosa que ella pueda revelarle. Prefiere ponerla sobre aviso a propósito de lo que se imagina que trata todo este desmadre; prefiere que sepa que algo se huele para no correr el riesgo de que le mienta.

-¿De qué duda hablas?-cuestiona ella un tanto contrariada.
Silver la toma de las manos, se las acaricia, besa sus palmas, le habla con suavidad y la intriga aún más.

-Quiero que sepas que si es verdad lo que supongo hace un tiempo ya, no me voy a molestar, ni te voy a juzgar ni a exigir explicaciones por algo que, entiendo, pertenece a tu pasado. Solo te pido que me digas la verdad, cualquiera que sea. Te prometo que seré comprensivo-la miraba desde su altura y no sabe por qué, pero la sentía encogerse. Pensó que era por la vergüenza de saber descubierto su secreto.

-¿Me prometes que serás sincera conmigo, que confiarás en mí?-pregunta y la ve afirmar con un leve movimiento de cabeza. -Bien, aquí voy. ¿Jonás es el papá de Tadeo?-inquiere un tanto dubitativo y la ve abrir los ojos de golpe como si acabara de contarle un chisme buenísimo.

-Pero y tú de dónde sacaste esa locura. No, no y mil veces no. Dios libre a la humanidad de que ese despreciable ser tenga algún día descendencia-alega un tanto asqueada con el hecho de que Silver se haya planteado la posibilidad de que ella tuviera algo con ese tío que tanto detesta.

-Entonces dime de qué se trata todo esto. Cuál es el secreto que Jonás sabe sobre ti y que nadie más conoce, qué puede ser tan grave como para que él se sienta con el derecho de querer advertirme. Quiero la verdad DeLuca, y la quiero ahora-agrega y se cruza de brazos a esperar por su respuesta.

Robin no sabe por qué lo hace. Su instinto de supervivencia se hace presente en el acto y sí, le cuenta una verdad, pero no es la verdad que ella esperaba confesarle esta noche.

-Lo que Jonás sabe y ha estado molestándome para que te lo cuente, pues considera que eres víctima de un engaño mío, es que-hace una pausa y se llena los pulmones de agua de mar antes de continuar; -no tengo un hijo como todos ustedes piensan. No fui una madre soltera adolescente. No me quedé embarazada del desgraciado que me violó. Tadeo es mi hermano-dispara la noticia y le da la espalda.

No quiere que vea su cara de arrepentimiento cuando se da cuenta que ha vuelto a dejar escapar una oportunidad de hacerle saber la verdadera razón de su disputa con John. Ha perdido una valiosa ocasión de librarse del peso que carga ocultándole quién es ella en realidad.

Él se le acerca, la toma por los hombros, la gira y hace lo que ella jamás esperó: la toma de la cintura y la alza por los aires dándole vueltas como un demente, sin hacer caso a sus súplicas para que se detenga.

Ambos ríen, se abrazan, se besan como un par de locos amantes que acaba de descubrir que ya no hay nada que los pueda separar.

Él porque se ha emocionado con la romántica idea de que la mujer que ama, solo creará con él ese vínculo especial que surge entre un padre y una madre y que, aún si la relación no funciona, los mantiene unidos para siempre.

Ella por su parte, se ha dejado llevar por el alivio de saber que todavía no perderá su amor. Se ha dejado convencer de que ahora, con un poco más de tiempo, podrá preparar mejor la ocasión propicia para contarle todo, con calma y sin presiones de terceros.

Su pompa de jabón sigue intacta. Por ahora.

****

Con la morena aún en brazos, Silver se adentra en el mar.

El agua está fría, pero no le importa, él la calentará con sus besos y con su cuerpo. No se le ocurre otra manera de relajarse por el mal rato que acaban de hacerle pasar.

Ella puede gritar todo lo que quiera.
Una vez con el agua hasta el pecho, una vez más tranquilos, llegó el momento del interrogatorio.

-¿Por qué hacernos creer que tenías un hijo?, no entiendo qué querías ganar con eso-pregunta sin medias tintas.

-¿Qué yo les hice creer?, pero serás caradura. Yo nunca dije que tenía un hijo. Si mal no recuerdo, me aparecí en la universidad con el crío, una vez-hizo énfasis en el número gesticulando con una mano y prosiguió; -porque no tenía con quien dejarlo e inmediatamente todos sacaron sus conclusiones. Nadie nunca me preguntó. Yo solo les seguí la corriente-contestó sin preocupación.

-Desde que te conozco me he portado como un imbécil contigo sin razón alguna. Todavía no entiendo por qué me quieres-añade mientras le acaricia con la nariz el rostro mojado.

-Porque me atraen los gilipollas ¿será?-responde con un suspiro.
Él le pellizca la barriga en señal de protesta por lo que acaba de decir y logra que ella grite y le aviente un poco de agua a la cara, comenzando así una batalla de forcejeos, risas, chillidos y besos dados a la fuerza.

Si la felicidad pudiera resumirse en una imagen, esta que proyectaban estaría entre las ganadoras.

Cuando salieron del agua todavía no les apetecía volver a la casa. No querían tener que encontrarse con los chicos y pasar lo poco que quedaba de madrugada dando explicaciones sobre lo sucedido.

Robin le pidió a Silver que no entrara en detalles de la conversación que tuvieron. Que todos creyeran que habían solucionado las cosas, y punto.
Ellos dos estaban bastante mayorcitos como para tener niñeras y si a Jonás, solo por el hecho de que ella no le cae muy bien, le molesta que sea miembro del grupo, pues que se la chupe.

Ambos estaban acostados sobre la arena esperando el despunte del alba cuando Silver, colocándose de lado y apoyando la cabeza en su mano, se dirigió a su chica para hacerle una petición.

-¿Me prometes que ya no habrán más secretos entre nosotros. Que me contarás todo, aunque sepas que no me va a gustar?-la mira enternecido.
La ropa que lleva, una camiseta gris de tela fina, se le transparenta por el agua encima de su cuerpo y hace que la curva de sus senos se intensifique más. Por debajo luce un short de playa ancho y repleto de flores enormes que a él se le antoja ahora un gran estorbo.

Ella sigue horizontal sobre la arena. Ni siquiera lo mira. Teme claudicar, echarse atrás y contarle todo de una vez.

-«Robin por lo que más quieras, te está dando una nueva oportunidad de hacer lo correcto, cuéntale sobre Júpiter y el trabajo en el club. Puede que le cueste entender pero será peor si sigues callada»-tiene los ojos clavados al cielo y se habla a sí misma.

Pero el miedo a que todo se acabe de golpe y porrazo la silencia nuevamente.

Él se sube encima de ella al ver que no le contesta.

-¿Estás domida?-inquiere.

-No-replica ella enseguida.

-¿Por qué tan callada entonces?-le cuestiona.

-Solo pensaba-alega la morena.

-¿En qué, si se puede saber?-le pregunta.

-El amor es de acciones, no de promesas. No deberías conformarte con mis promesas, ni yo con las tuyas.

-Entonces qué sugieres.

-Que nos sigamos conquistando, con el día a día, cultivando la confianza. Las promesas pierden su valor cuando la desconfianza o la sospecha irrumpen entre dos vidas. Aunque se hayan prometido todo, ellas se encargarán de dejarlos sin nada. Así que no, no me pidas promesas porque no te las daré.

-¿Y qué estás dispuesta a darme entonces?

-No tengo nada para darte. De mí ya lo tienes todo-afirma sin dejar de mirarlo a los ojos.

Su confesión lo empuja a besarla con pasión y se atreve entonces a quitar del medio la ropa entrometida, para así poder tocarla sin reservas.

No vacila en tomar posesión allí mismo de lo que es suyo. Toda ella. Ni más, ni menos.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now