Capítulo 5

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La chica detrás del antifaz de plata

Esta noche solo ha tenido un cliente. Ese que salió corriendo como si ella le hubiera pegado una mordida en la oreja y no una caricia.

¿Quién entiende a los hombres?

Hasta ahora nadie había huido así tras un toque sensual suyo, aunque supone que por la primera vez se empieza. Estará perdiendo habilidades, pensó mientras se iba despojando poco a poco de sus escondrijos.

Otra vez volvían las pecas y las ojeras, no obstante, agradecía que él o quien sea que haya pagado su servicio, hubiera reservado toda la noche con ella, porque ahora que se fue por su propia voluntad, podía volver a ser quien era fuera de ese lugar: una chica sencilla y no un pedazo de carne.

No ve la hora de llegar a casa, donde alguien que la quiere así tal cual, con sus mejillas que simulan una pintura de Seurat y sus ojos sin luz, la espera con ansias.

Sin embargo, no puede dejar de pensar en Silver.

Creía que estos meses sin verle habían ayudado a sacárselo de los sentidos, pero no, ha sido volver a tenerlo delante y todo ha renacido, como si el tiempo se hubiera detenido la última vez que lo vio y reiniciado su marcha justo hoy, cuando apareció.

Debería estar acostumbrada. Cada verano era igual. Las semanas sin saber de él la aliviaban, incluso tenía momentos en los que se creía curada de todo lo que le hacía sentir, pero sus sentimientos por ese hombre eran como un cáncer, se suponía en remisión y festejaba, para luego descubrir que el maldito había hecho metástasis.

Todo era más fácil cuando poco tiempo después de conocerlo, comenzó a odiarlo por su forma de ser tan prepotente y arrogante. Compartían amigos, y cada vez fue mayor el tiempo que tenían que pasar juntos, aunque era evidente que no se caían muy bien.

Ellos dos se repelieron desde siempre. No tenían nada en común que los acercara, ni los gustos, ni las aficiones, ni la personalidad, solo los amigos los mantenían unidos; no obstante, su relación era como ese botón que pende de un hilo pero que aún así, se niega a abandonar la camisa.

Sus sentimientos hacia él habían empezado a cambiar una tarde que lo vio en el campo de fútbol de una escuela primaria, donde hacía de voluntario ayudando al entrenador de un equipo de pequeñajos.

Ese día lo descubrió sensible, entregado, humilde, responsable, animado, feliz. No era el mismo tarambana, egocéntrico y cruel con las palabras que conocía. Algo tenía ese trabajo que sacaba su mejor lado, uno que no mostraba a nadie y que ella empezó a observar con detenimiento, con fascinación.

Eso fue lo primero que la había incitado a mirarlo con ojos de mujer, y ese único vistazo fue su perdición.

Desde ese entonces habían pasado dos años y nada había cambiado. Para él ella no existía, o sí, pero la consideraba alguien sin importancia; mientras, ella seguía luchando, sin conseguirlo, por restarle valor.

Encontrarlo esta noche en el club, si bien no le supuso una sorpresa, puesto que ya esperaba su aparición por allí arrastrado por sus colegas, sí que no se imaginaba que le tocara justo a ella atenderlo. Vaya, que la vida tiene maneras muy jodidas de jugarnos malas pasadas. Por suerte supo mantenerse ecuánime, para no descubrirse. Ese sería su fin.

Por fortuna, el lunes comenzará su último año de estudios. Finalmente tendrá potestad para desarrollarse en una profesión que la apasiona: el magisterio.

Solo diez meses y ya no tendría que verlo a diario, ni sufrir retorcijones de estómago cuando lo escuchaba presumir de sus conquistas, o notar cómo se le llenaban los ojos de lágrimas por alguna frase hiriente que él no tenía reparos en escupirle a la cara.

—El tiempo será tu aliado Ro. Aguanta que falta poco nena—se dio ánimos mientras ponía en marcha su auto y lo enrrumbaba a casa.

****

Tras el portazo, Silver se ha anclado a la barra del bar de la disco y anda devorando chupitos como un vampiro sediento. Está molesto consigo mismo. Hasta hoy se creía un hombre capaz de controlar cualquier impulso.

No soporta no tener el control sobre algo.

En casa no podía tenerlo, porque le pertenecía a su padre, en todo momento. El señor Gonzalo controlaba qué se comía, a qué horas, qué cantidad, quién entraba, quién salía y a él le había controlado sus estudios y a veces pretendía controlarle la ropa que usaba, sus amigos y hasta sus aficiones.

Por eso, cuando su papá no andaba cerca, el objetivo de su vida no era otro que ser libre y para él la libertad era eso en parte, tener el control sobre la mayor cantidad de cosas que hacía.

Según él, controlaba cuántos cigarrillos se fumaba al día, cuándo tomaba hasta la ebriedad y cuándo no, cuándo dejarse llevar por las ocurrencias de Lo o por las opulencias de John. Controlaba sus ganas de mandarlo todo a la mierda, solo para no crear el caos en casa y no lastimar a su mamá. Controlaba sus deseos para satisfacer a las mujeres con las que estaba. Y no se había enamorado jamás, porque el día que sucediera, sería porque él así lo había querido.

De ahí su enojo.

Bajo las manos de aquella desconocida había tenido una erección que no pudo frenar. No consiguió, por más que lo intentó, ordenarle a su miembro que no se emocionara.

No entendía por qué no le obedeció, si ni siquiera la había visto en ropa interior, solo le daba un masaje, como se lo podían haber dado en cualquier otro lugar, como se lo podía haber propiciado cualquier otra chica.

Qué tuvo de especial aquel toque, aquella caricia sobre sus orejas para hacer que su cuerpo reaccionara así, tan desobediente, tan desvergonzadamente.

Desde que la había escuchado hablar tuvo la sensación de que ella lo haría volver a ese sitio, a su compañía. Pero ahora la vergüenza que sentía lo hacía dudar. Además, la había tratado mal, a gritos, no creía que aceptara volver a verle.

Aún así lo intentaría, por lo menos tenía que pedirle disculpas por su comportamiento.

Volvería el siguiente jueves, estaba decidido.

—Cómo te fue colega—la voz de Jonás a sus espaldas lo hizo dejar de darle vueltas al asunto de la erección que lo hizo salir huyendo de aquella mujer como si fuera virgen.

—Todo bien, una experiencia interesante—mintió. Ni loco le daría motivos a John para que se diera banquete a sus costillas. Lo conocía demasiado bien como para regalarse en bandeja de plata.

—Y el Lo, ¿aún no sale?—preguntó mirando a todos lados buscando la figura espigada de Logan.

—Juraría que le he escuchado gritar como una niña desde mi habitación—bromeó Silver al percatarse que su amigo se acercaba a ellos desde una esquina del antro.

—Pero qué dices atontao, sabes que yo solo grito cuando me vacunan. Me he portado como un hombrecito, y en cuanto aquella rubia despampanante ha sacado el látigo...he dicho la palabra de seguridad y todo ha acabado antes de empezar—contó el melenudo para provocar la risa estruendosa de sus compañeros.

Cinco minutos después seguían riendo y haciendo chistes del tema.

—Nos vamos ya o piensan seguir riéndose de mí hasta que salga el sol—preguntó Lo arrepentido de no haberse quedado callado.

—Se dan cuenta, esa es la razón por la que nunca se enterarán, de qué me hicieron disfrazarme en mi habitación—dijo el rubio modelo de revista y salió disparado rumbo a la puerta de salida.

Silver y Logan se miraron y supieron al instante que tenían una nueva misión: emborrachar a Jonás. Era la única manera en la que hablaría hasta por los codos, incluso de sus vidas pasadas.

La noche era joven todavía. Tenían tiempo.

El secreto de sus juevesحيث تعيش القصص. اكتشف الآن