Capítulo 54

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La pesadilla de Don Gonzalo

Robin salía del baño ubicado en el pasillo de la planta baja de la casa, a donde había ido a lavarse las manos antes de sentarse a comer, cuando sintió un fuerte tirón en el brazo. El miedo que percibió en un principio ante el intespectivo ataque, se convirtió en sorpresa en cuanto advirtió que era Silver quien tiraba de ella.

Su chico de plata la introdujo sin dilación en la habitación contigua al cuarto de baño donde se encontraba. Era una recámara en penumbras que, a juzgar por lo poco que pudo apreciar en medio de la tenue oscuridad, parecía un espacio destinado a guardar muebles y otras cosas en desuso.

La morena no esperó un segundo siquiera para saltar a reclamarle en cuanto lo sintió cerrar la puerta, con seguro.

—¿Estás loco acaso?, déjame salir. Tu madre fue a avisarle a tu padre que ya está puesta la mesa, notarán nuestra ausencia y me voy a morir de vergüenza si piensan que...—otra sacudida para nada cortés silenció su alegato. Silver la arrimó a su cuerpo lo más que pudo y le habló sereno.

—Nunca te han dicho que hablas demasiado—dijo torciendo el labio en ese gesto tan peculiar que a ella se le antojaba siempre tan sexy. -Me debes un beso DeLuca, y lo quiero ahora-no esperó respuesta ni que le concedieran permiso, quería besar esa boca roja y tentadora desde el momento en que la tuvo delante más temprano esa noche y sabe que no aguantará hasta que acabe la velada.

Así que, una vez avisada de sus intenciones-que nadie diga que Silver no era un caballero-fue directo y sin escalas a sumergirse en la humedad de sus labios.

Obviamente, fue un beso de esos que disparan las alarmas del deseo y las suyas, ya sonaban más que campana enloquecida, tan fuerte que casi no escuchan los gritos que Doña Silvia andaba lanzando por toda la casa, mientras los convidaba a acudir a la mesa.

Ella se separó como pudo de él.

—Sil, para ya—le advirtió tratando en vano de liberarse de su abrazo.

—Cállate y bésame—le ordenó y volvió a apropiarse de su barbilla y nuevamente de su labio inferior.

—Por favor, tu madre nos llama—casi le imploraba, aunque en el fondo quería pedirle que no se detuviera.

Él finamente cedió.

—Puedo decirte algo antes de que tenga que compartirte con todos allá afuera—preguntó.

—Sí, claro—respondió la chica y se tomaron de las manos.

—Ro, yo nunca imaginé que una persona podía ser tan feliz. Mucho menos yo, que siempre creí que el amor era un ave de paso. Pero tú volaste a mí y te quedaste, incluso cuando yo hice de todo para espantarte; y no solo me diste alas y me enseñaste a volar en libertad, sino que compartiste conmigo tu nido y eso es lo más cerca que he estado jamás de tener un hogar. Por ello espero que sepas que quiero y que haré todo lo que esté en mi mano para estar a tu lado, amándote todos los días de mi jodida existencia. No es una promesa, es una convicción—acunaba el rostro de la muchacha entre sus manos mientras le hablaba, y ella se sentía levitar escuchándole.

—Yo también soy inmensamente feliz sintiéndome amada por ti Sil, y ojalá seas consciente de que te voy a amar, no sé hasta dónde o hasta cuándo, ni quiero saberlo, porque me basta con la certeza de que te quiero en mi vida, hoy, mañana y todos los días que nos esperan juntos.

Sellaron su pacto con un beso menos largo y apasionado que los anteriores. Después ella corrió a retocarse el maquillaje irremediablemente perdido y él volvió al comedor a sentarse a la mesa donde ya estaba toda la familia reunida.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now