Capítulo 4

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Un masaje, y huímos

Silver se levantó de la cama con timidez cuando tuvo delante a la chica con cuerpo de maravilla, rostro invisible y mirada misteriosa. Le tendió la mano y le ofreció su nombre como si temiera de antemano el rechazo de aquella beldad.

Pero ella le devolvió el gesto sin dejar de mirarlo. Silver no la había reconocido, ella sí a él; sin embargo se mantuvo impasible en su papel y también lo premió, dejándole saber cómo podía llamarla.

—Soy Júpiter, y estoy aquí para darte placer-la escuchó recitar la frase manida que seguramente era su tarjeta de presentación ante cada cliente, pero a él no le importó lo que dijo, pues estaba concentrado en la melodía en forma de palabras que salía de su garganta.

—Te han dicho cómo funciona esto ya o prefieres que te explique—continuó, y enseguida se dispuso a dar rienda suelta al discurso tantas veces repetido, pero Silver le puso freno a sus intenciones.

—Un masaje. Para empezar me gustaría un masaje—casi tartamudeó.
Según los expertos, un masaje está pensado para que el cuerpo logre un estado de tranquilidad y relajación, que se consigue con los movimientos apropiados sobre la piel. Nada es mejor para combatir el estrés que un buen masaje para recuperar el equilibrio emocional, que es también una forma de obtener placer y en ese momento, eso era justo lo que él precisaba, aliviar de alguna manera el dolor mental que lo embargaba.

A Júpiter la habían preparado en un curso relámpago intensivo para poder ofrecer este servicio que entraba dentro de los placeres que se brindaban apelando al sentido del tacto.

Ya sabía ella por tanto, que lo primero que había que garantizar para empezar a dar un estupendo masaje, era un ambiente adecuado, pues el entorno es fundamental para lograr la atmósfera propicia, que es lo que permitirá que el masaje cumpla su verdadero objetivo.

—Necesito que te quites la ropa—fue lo siguiente que dijo y aquello más que petición, a Silver le pareció una orden, y no pudo evitar echarle una mirada de desconcierto.

—Creía que no...—no encontraba la frase adecuada para hacerle saber que no entendía lo del desnudo cuando se suponía que esas cosas no estaban permitidas.

—Nunca te han dado un masaje ¿verdad?—espetó la chica poniendo los brazos en jarra y dando por sentado que aquel chico, era un novato en esto de dejarse estrujar la piel en busca de relajación.

—A ver, te explico. Para dar un buen masaje, la persona que lo va a recibir debe tener el cuerpo desnudo o al menos la parte que se va a trabajar, en este caso, brazos, piernas y espalda. Lo demás puedes cubrirlo con una toalla. La puerta de la izquierda es el baño, puedes cambiarte ahí. Hay toallas limpias a tu disposición.

Mientras Silver se dirigía a cumplir la ordenanza de Júpiter, esta procedió a preparar la habitación.

Destendió la cama. La dejó libre de almohadas y cojines, apagó la luz principal y encendió las lámparas de las mesitas de noche y se dispuso a colocar sobre estas, de forma muy organizada, los aceites y las cremas que utilizaría.

Se decidió por un aceite de limón para las piernas, entanto emplearía lavanda para la espalda, los hombros y el cuello. Con las cremas limpiaría al terminar, los restos del aceite.

Por último, puso música, un instrumental a piano que se encargaría de regar paz, tranquilidad y armonía entre aquellas cuatro paredes.

Silver salió del baño vacilante. Todavía no entendía si era la novedosa situación en la que se encontraba o ella, lo que lo intimidada.

Se acostó boca abajo en la cama, con los brazos al lado del cuerpo, la cabeza ladeada hacia la derecha y los ojos cerrados. No tenía claro si le gustaría, no sabía a ciencia cierta si aquella mujer sabía lo que hacía, pero aún así, estaba dispuesto a rendirse entre sus manos.

Ella acercó un pequeño banco de madera a la cama, se sentó sobre este, aplicó una dosis mínima del líquido grasoso en la palma de sus manos, las frotó y cual si fuera una experta, se dispuso a masajear sus pantorrillas primero y sus muslos después.

—Pa su madre, qué manos más frías tiene—pensó él apenas sintió su toque.

—Mi Dios, este tío sabrá que ya se inventaron las cuchillas de afeitar, qué manera de tener pelos en esas piernas, parece oso—meditó ella mientras se afanaba en abrirse paso con los dedos entre tanto bello encaracolado y negrísimo.

Había optado por empezar desde abajo hasta arriba valiéndose de las palmas de las manos. Aplicaba presión de forma suave y local, realizando movimientos circulares y aumentando la presión de vez en cuando.

Llegó a los muslos y él se paralizó.
—Silver relájate por lo que más quieras. No pienses en sexo, no pienses en sexo—apretaba los ojos como si pretendiera exorcisar de su cabeza una imagen impura.

—Wow, pero qué músculos, son una roca—pensaba Júpiter entretanto ejercía fuerza y aflojaba luego. En algún punto rozó la base de sus glúteos y sintió su sobresalto. Fue entonces cuando decidió pasar a masajear la cintura con movimientos circulares.

—Te sientes bien. Estás cómodo—preguntó ella en un intento por lograr que se relajara más, puesto que lo sentía rígido bajo sus dedos.
Él sólo dejó escapar un sonido gutural que ella prefirió interpretar como una afirmación.

Ahora estaba laboriosa sobre su espalda. Se deslizaba con calma sobre aquella amplia y parduzca superficie que la incitaba, aunque inconscientemente, a remojarse los labios con saliva.

Usaba los puños haciendo pequeñas circunferencias con ellos. El recorrido que ideó, abarcaba desde la parte baja de la espalda hasta los hombros, procurando siempre evitar los omóplatos y la columna vertebral, tal y como la habían enseñado.

Le descubrió una mancha pequeña y rojiza en la zona del hombro y tuvo ganas de besarla. Se regañó a sí misma: —lo prometiste, ¿te acuerdas?—se dijo, y cambió inmediatamente de región.

Iba a ir a por el cuello, pero tampoco le pareció una buena idea. Lo mejor era poner punto final a la sesión. Quizá tuviera suerte y él ya no quisiera nada más.

Fue entonces que se pasó a su cabeza primero, dedicándose a masajear el cuero cabelludo. Sentía cómo sus suaves cabellos se escurrían entre sus dedos y por ese breve instante ya no le preocupó si su cliente estaba recibiendo placer, ella sí que lo estaba disfrutando. Todavía estaba presa en el limbo cuando inició un tímido ataque sobre sus orejas, pero ya no las masajeaba como ordenaba la técnica, las estaba acariciando, sin pudor alguno.

Tan ensimismada estaba que no escuchó cuando Silver le habló, mejor dicho, le gritó.

—Que te detengas dije, estás sorda—se paró de la cama a la velocidad de un auto de carreras y con el mismo impulso siguió hasta el baño, de donde salió vestido tal cual había llegado, minutos más tarde.

—Perdona, no fue mi intención molestarte—se disculpó ella. Aunque se quedó con ganas de saber si Silver la había disculpado, pues el chico salió de la habitación como una furia, dando un portazo que debe haber estremecido hasta las raíces del cedro, que había sido mutilado para darle vida a aquella puerta.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now