Capítulo 7

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¡Y ole!

Si la conocía tan bien como creía que había aprendido a conocerla en estos casi cuatro años de continuas desavenencias, reproches, discusiones y miradas furtivas, esas que ella pensaba que él nunca veía pero que no se les escapaban, entonces estaría a punto de aparecer por el pasillo.

Y no se equivocaba.

Robin, con las manos aferradas a las asas de la mochila que cargaba a sus espaldas, se dirigía hacia él a una velocidad asombrosa; tanto así, que Silver se alegró de que aquella chica sin gracia, no fuera un auto de carreras sin frenos, pues de otra forma, lo habría estampado contra el metal de los casilleros.

La morena de vestimenta recatada se detuvo delante del estante donde, su compañero de clases, fingía buscar los libros que lo auxiliarían en la materia que les tocaba recibir en la siguiente hora.

—Necesito que hablemos—le dijo finalmente tras una batalla de incómodo silencio.

—¿Sobre?—preguntó él todavía sin mirarla.

—Me puedes explicar qué pasó hace un rato en el comedor. ¿Por qué me tienes que involucrar en tus líos de macho encolerizado?

—Yo no te he metido en ningún lío, en todo caso te metió ese tío cuando se le ocurrió decir lo que dijo sobre ti-protestó Silver arrugando el entrecejo.

—No logro entender qué pudo haber dicho ese pobre infeliz que fuera tan grave como para merecer que su nariz terminara sangrando. Además, cuándo fue que te declaraste mi protector. No te parece que eso viniendo de ti suena demasiado hipócrita.

No lo diría, pero para ella, era una sorpresa el hecho de que él se hubiera metido en una pelea por defenderla. Era cuando menos paradójico que se las diera de caballero precisamente él, que llevaba años siendo un patán, un energúmeno, un imbécil en grado superlativo al que no le preocupaba herirla con sus sarcasmos y sus ironías.

Por eso su gesto, —si es que podría considerarse una atención de un hombre para con una mujer, el salir a defender su honor, macana en mano, como si estuviéramos en la era de las cavernas—, le asqueaba, y esa sensación, la llevó a mirarlo con furia y a acercarse a él, lentamente.

Se empinó sobre los tacones de sus botas hasta poner su rostro a pocos centímetros de distancia del suyo y le habló despacio.

—Espero que sea la primera y la última vez, que te las das de Don Quijote conmigo. Yo puedo pelear sola contra mis molinos, llevo años haciéndolo, así que no te necesito—volvió a tomar distancia y sin decir nada más, comenzó a alejarse.

—Para que lo sepas, ese estúpido te llamó ramera—gritó él provocando que todos los que transitaban a esa hora por el pasillo, desesperados por llegar a tiempo a sus aulas, se voltearan a verlo. Y hasta cuchichearon al respecto.

Ella volvió sobre sus pasos y lo encaró nuevamente, ahora sin empinarse.

—Y qué. Es lo que piensan todos aquí de mí, incluso tú, y todavía no he visto que te hayas dejado un ojo morado o te hayas roto tú mismo la nariz. Al final no lo golpeaste por mí, sino por haber tenido los huevos de decir lo que piensa en voz alta.

No hacía falta decir nada más. Aquello había sido una sentencia, la suya y le importaba un rábano que Silver se hubiera quedado mirándola con ganas de agillotinarla. No ha dicho más que la verdad y saberlo le da fuerzas para empinar la cabeza y caminar erguida rumbo a su salón de clases.

Él, desde su posición, ve como el aula se traga su figura y no puede hacer más que resoplar cual si fuera un toro que se ha quedado con ganas de embestir el capote del torero. Ella ha disparado la última palabra y él podría jurar que todos a su alrededor han gritado: ¡Ole!

Le molesta que se haya mostrado tan malagradecida; le molesta tener que reconocer que en parte tiene razón; le frustra que haya tenido la sangre fría de hablarle de cerca y que lo haya obligado con ello, a echarle mano a toda su reserva de ecuanimidad; lo desubica que su olor aun estuviera turbando sus sentidos y sobre todo le preocupa que por primera vez desde que la conoce, su altanería, su prepotencia y su forma de defenderse, lo hayan exitado.

Sacude la cabeza y sonríe.

—No que va, esa mujer a mí no me gusta. Eso es impensable Silver, déjate de bobadas—se aconsejó y salió en dirección a su clase.

Con suerte sería la última de este día de mierda.

****

La semana transcurrió sin nuevos percances, aunque Silver y Robin parecían querer arrancarse la cabeza cada vez que se cruzaban. No hablaban entre sí, pero eso, indiscutiblemente, aumentaba la tensión entre ambos.

—Será que estos dos nunca van a arreglar sus diferencias—le comentaba Natasha a Logan en un cibercafé al que los tres futuros filósofos acudían a menudo a estudiar.

Era un lugar pequeño pero acogedor, con paredes llenas de fotografías de antaño, en blanco y negro, que daban la sensación de que se viajaba en el tiempo con solo cruzar la puerta de madera y cristal.

Habían cuatro mesas milimétricamente organizadas con cuatro sillas cada una y una barra donde se hacían los pedidos a un joven dependiente que parecía haber sido contratado durante las vacaciones de verano, a juzgar por la poca destreza con la que manejaba la máquina y porque era un rostro desconocido para los amigos, asiduos visitantes del local.

Lo, no tuvo ganas de ir a clases esa mañana y en su lugar, se había autoinvitado a acompañar al trío.
Naty decidió hacerle el comentario a su flacucho amigo motivada por las indirectas filosas que esos dos se lanzaban como cuchillos uno al otro a la menor oportunidad.

—Lo que tienen es que chocar y acabar de quitarse las ganas—dijo el pelilargo antes de darle un sorbo a su tercer café de la jornada.

—Tú crees que a Silver le guste Ro—preguntó la rubia sin poder disimular su asombro.

—Creo no, estoy seguro. Eso no es odio, es deseo, y apostaría que es cosa mutua. Como no hagamos algo para hacer que se den cuenta, van a terminar matándose un día de estos.

—¿Te parece que debamos intervenir?—volvió a mostrarse desconcertada la chica, haciendo con ello que Logan abandonara su bebida solo para embriagarse con sus ojos azules y su expresión de total ingenuidad.

—Mucho me temo que estamos obligados preciosa—sentenció—así que vamos, que para luego es tarde-la tomó de la mano y prácticamente la arrastró hasta el mostrador del lugar donde sus amigos habían ido, por separado, a pedir una nueva ronda de cafés.

—Chicos, se me antoja salir esta noche a divertirnos todos juntos un rato. Hace tiempo que no vamos de fiesta los cinco, qué les parece, se apuntan-indagó Logan poniendo cara suplicante.

—Sabes que a mí no tienes ni que preguntarme flaco—dijo Natasha dándole con el codo a su mejor amiga en un intento por convidarla al jolgorio.

—Lo siento Logui, yo no puedo ir. Tengo un compromiso ineludible-se disculpó Robin.

Silver le echó un vistazo a su teléfono y comprobó que era jueves, el día que llevaba esperando toda la semana. Hoy iría nuevamente al club, a disculparse con Júpiter por su actitud del encuentro anterior; así que también se excusó con su colega.
Logan y Natasha se miraron, conscientes de que habían perdido la primera batalla.

—Pues nosotros sí que iremos ¿verdad Lo?—dijo la rubia tomando de la mano al larguirucho para volver a la mesa.

—Ustedes se lo pierden—gritó este al tiempo que le susurraba a su compinche—fue un buen intento bonita, pero no te preocupes, vendrán otros. Esos dos aprenderán a quererse, o te juro que me corto el pelo—aseguró.

—¿Apostamos?—propuso Naty con evidente entusiasmo.

—¿Y si lo logro qué gano?—quiso saber él.

—Podrás pedirme lo que quieras. No me negaré—prometió ella y le ofreció la mano.

—Tenemos un trato mi reina—dijo mientras apretaba la diestra de su colega, con lo cual, quedó sellado el pacto contraído.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now