Capítulo 55

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Lágrimas

La sala de espera de la clínica donde llevaron a Don Gonzalo estaba casi desierta.

Unos pocos sacrificados médicos y enfermeras, de esos a los que el deber para con su profesión los obligan a permanecer lejos del hogar y la familia en días festivos, se paseaban por los salones sin reparar siquiera en los dos chicos apostados frente a la puerta donde ya, fuera de peligro, descansaba su padre.

Hacía poco tiempo su madre les había hecho saber que su papá había tenido un pre infarto y un leve derrame cerebral producto de una súbita subida de tensión.

Por el momento permanecía sedado y así continuaría por unas horas.
Al día siguiente lo someterían a una serie de estudios para determinar si el episodio había desencadenado consecuencias permanentes en su organismo, por lo que era probable que permaneciera por unos días internado.

Dentro de la habitación solo se permitía un acompañante y Doña Silvia se negaba a abandonar a su esposo. Por eso los hermanos se resistían a irse, para no dejar sola a su madre. En cambio, permanecían en el pasillo, uno a punto de fundirse con la pared y el otro con intenciones de abrir una trinchera en el piso de tanto caminar de un lado a otro.

—Qué mierda. Venir de tan lejos a intentar matar a papá. De esta nuestra madre no me invita más a otra cena familiar—sonrió con pesar el menor de los hermanos, al tiempo que se sentaba, por fin, en un banco cercano.
Silver se apresuró a ocupar un lugar a su lado y puso una mano sobre el corpulento hombro de Sergio.

—Hey, no tienes que culparte ni arrepentirte de nada. No le haces daño a nadie con tu preferencia sexual. Al señor Mur debió haberle dado un infarto sí, pero no por la noticia que nos diste, sino por la vergüenza de saberse un padre incapaz de aceptar y amar a sus hijos por lo que son—argumentó.

Sergio lo miró extrañado y bromeó.

—Pero, qué diablos han hecho contigo. ¿Dónde está el tío recto que creía con fe ciega en las doctrinas del viejo?

—Sigo aquí, solo que abrí los ojos. Me di cuenta que no todo puede ser blanco o negro. Que la vida es una gran paleta de colores y todos tenemos derecho a dibujarla como mejor nos parezca o nos complazca. Y si resulta que las personas a tu alrededor quieren pintar su vida usando matices que nos parezcan feos, raros o extravagantes, pues siempre será más sano aceptarlo, disfrutarlo o ignorarlo, en vez de juzgar. Esa es la mejor manera de lograr la paz—añadió el primogénito y procedió a recostarse a la pared, pues comenzaba a sentir el cansancio del día.

—¿No te molesta entonces que haya decidido ponerle un poco de tono rosa a mi vida?—indagó el menor de los Mur, tratando de seguir la analogía que estaba usando su hermano.

—Para nada—Silver torció los labios al responder. —Si eso te hace feliz, a mí me vale—contestó.

A Sergio le pareció que el pecho se le ensanchaba de orgullo. Sus pies ya no eran de plomo; así de pesados los sintió cuando se encaminaba a presentar a Bruno ante su familia y la misma sensación lo había embargado en cuanto empezó a hablar del tema con Sil.

Para él, una cosa era aceptarse a sí mismo y estar cómodo con su propia decisión, pero otra muy distinta era lo que de ello podía pensar su hermano mayor, lo más cercano a una figura paterna que había tenido jamás. Le valía verga el criterio de la gente e incluso el de Don Gonzalo, pero el rechazo de Silver era algo que no quería, o más bien que temía experimentar. De ahí el alivio.

–Gracias bro. Tu apoyo significa mucho para mí—ambos se miraron y como movidos por un resorte, se lanzaron a abrazarse.

—Feliz año nuevo hermanito—le dijo Silver mientras besaba su pelo, como hacía cuando eran críos y se despedían, así fuera para ir a la vuelta de la esquina.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now