Capítulo 45

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En el noveno círculo

El rubio fortachón se vio obligado a contarle todo lo que sabía a sus amigos con pistas y señales. No se guardó nada, y al terminar su relato, ya Silver estaba al tanto de que Robin llevaba meses trabajando en el «Plesuares Queen», casi desde su inauguración, y que fue él quien le consiguió el trabajo.

No necesitó decir más. Al trigueño solo le hizo falta escuchar esos detalles para sacar sus propias conclusiones de todo lo que había pasado.

Robin estuvo jugando con él todo el tiempo, hizo que le expusiera sus sentimientos hacia ella haciéndose pasar por otra persona, lo engañó, lo manipuló, quien sabe si hasta había estado fingiendo lo que decía sentir por él.

Llegado a ese punto, Silver no sabía si sentir rabia, asco, repulsión, tristeza o decepción por ella.

Qué cínica. Y todavía se ofendía y se daba el lujo de sentirse traicionada por algo que ni siquiera conoce las causas de por qué ocurrieron.

Él sí que tenía justificación para lo que hizo, ella no, solo que al contrario de ella, él sí que quería una explicación de por qué le había hecho eso. Quería entender que la llevó a actuar de esa manera y quería entenderlo en ese preciso instante.

De nada valieron los intentos de Logan y de John para calmarlo. Salió disparado y sus amigos pensaron que iría directo a verla y exigirle explicaciones, pero no. Se fue a su casa, no a pensar, si no a planear una estrategia digna de la jugada que ella le había planteado.

Llegó a casa de Ivanna par de días después.

Antes, pasó por una tienda a comprar un regalo.

La señora Larry lo recibió como siempre, con gusto de verlo, y él tuvo que hacer de tripas corazón para no tratarla con pedantería. Ella no se lo merecía. Su problema, su enfado, su contrariedad, era con la chica que vivía bajo su techo, no con la anciana que se había ganado su respeto y admiración en tan poco tiempo.

Silver le pidió que no le avisara de su presencia a su protegida. Quería hablar con ella a solas y lo mejor para ello era que se mantuvieran en la intimidad de la habitación.

Cuando tocó la puerta, fue enviado a pasar por una confiada Robin que estudiaba sobre la cama y tenía, por tanto, muchos libros desparramados encima de las sábanas.

Fue verlo aparecer ante ella y el color de sus mejillas pasó de normal a rojo intenso en solo segundos.

—¿Qué viniste a hacer aquí?, ¿creo que te dije que necesitaba pensar y que te llamaría cuando quisiera hablar contigo?—sostuvo ella intentando parecer serena.

—Ahora mismo no estás en posición de imponer tus condiciones—dijo logrando que Robin lo mirara de manera inquisitiva. —Además, vine a traerte algo—siguió hablando al tiempo que le extendía una pequeña caja negra.

—No entiendo, ¿por qué me traes regalos? Espero no pienses que todo volverá a estar bien entre nosotros solo porque me hayas traído un obsequio—escupió ella ignorando por completo el presente que Silver le extendía.

—Las cosas nunca volverán a estar bien entre nosotros Robin. Estoy convencido de ello, por eso quise traerte esto. Tómalo como una despedida, algo con lo que acordarte de mí para toda la vida—estaba enfrente de ella, tan serio como no recordaba haberlo visto jamás e insistía en que tomara la caja.
Finalmente aceptó.

—Ábrela por favor. Me gustaría verte la cara cuando descubras el contenido que hay dentro—su petición sonaba casi como una orden.

—No entiendo por qué dices esas cosas. A lo mejor me he pasado un poco por no haber querido escucharte. Sé que me he portado un poco borde pero podemos hablarlo, no tiene por qué ser una despedida—sus palabras de arrepentimiento le causaron gracia al chico Mur, que empezó a reír exageradamente.

—Es el mejor chiste que me has contado nunca. Así que ahora sí podemos hablar de lo que pasó. ¿Qué cambió con respecto a dos días atrás DeLuca?—ella hizo ademán de responderle pero él la frenó de golpe. —No, no te molestes, no quiero saber, no me interesa. Lo único que quiero es que abras el regalo—dijo él apretando los puños dentro de los bolsillos de su pantalón.

—Pero...—Robin seguía sin hacer caso a su ordenanza y eso terminó con la poca paciencia a la que Silver estaba apelando, porque lo cierto era que no quería permanecer un minuto más allí.

No quería continuar viendo su cara de mansa paloma. Lo que le apetecía era restregarle la verdad, tan solo que supiera que él estaba enterado de todo.

Se había arrepentido incluso de escuchar sus explicaciones, para qué, si no le creería, si ya era imposible restaurar la confianza que ella trituró con su mentira.

—Que abras la maldita caja te dije—su grito inesperado hizo saltar sus alarmas. Algo andaba mal, muy mal. Pero no se enteraría a menos que complaciera los deseos de ese hombre iracundo, irreflexivo e impaciente que tenía delante.

Cuando tiró del lazo, su sexto sentido volvió a avisarle que estuviera preparada para lo peor.

Recordó entonces el momento exacto en el que su madre ingresó a la unidad de cuidados intensivos. Recordó las palabras de los médicos pidiéndoles que fuera fuerte para ella, recordó la esperanza que se hacía presente cada vez que llegaba un nuevo día y su mamá seguía respirando, recordó los continuos sobresaltos cuando se movía o cuando las máquinas dejaban escuchar algún sonido raro.

Todos son interminables sustos hasta que llega la tarde en la que esos mismos equipos, te dejan saber que ya no queda vida que ellos puedan mantener.

Lo que ahora sentía, era la misma sensación de angustia que te atrapa cuando sientes que ha llegado el final y este era el fin de su historia de amor. Lo supo cuando destapó la bendita caja de los mil demonios y encontró en su interior la pieza de impresionante belleza que la colmaba.

No era la manzana de la discordia, ni el caos que guardaba Pandora, ni el payaso sorpresa que la hacía mearse encima de niña lo que le reveló el pequeño empaque de cartón negro. Lo que le mostró, fue un antifaz, uno esplendoroso, más hermoso que todos los suyos juntos y tan plateado como el que ella usó una vez en presencia de él.

El adorno de plata la enmudeció. Clavó sus ojos al piso sintiéndose derrotada, sorprendida, descubierta y él no necesitó otra cosa que su silencio para confirmar lo que ya sabía.

—Eso suponía—dijo él rompiendo la pausa en la que ambos habían caído tras destaparse el obsequio.
Ella casi le salta encima cuando se dio cuenta que estaba tomando rumbo a la puerta con intención de marcharse.

—Por favor Silver no te vayas así, vamos a conversar. Sé que lo que hice no estuvo bien pero tuve mis motivos y...—no pudo seguir defendiéndose. Él le tapó la boca con fuerza y empezó a hablarle con rabia.

—Ahora soy yo quien no quiere escucharte. No quiero que me expliques nada, sabes por qué, porque no pienso creerte una sola palabra. Me das asco Robin DeLuca, me repugnas y espero no tener que volver a tener que oírte ni verte cerca de mí en la vida-la soltó como si le quemara su contacto y acto y seguido, salió de aquel cuarto como si estuviera dentro del peor de los círculos del infierno dantesco, el noveno, uno coincidentemente reservado a los traidores y del que él precisaba escapar con urgencia, si quería sobrevivir.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now