Capítulo 43

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El show debe continuar...Eh, ¿y los bailarines?

Todo estaba bien ahora. La pareja había aclarado los malentendidos y nada más debía importarles ni a ellos, ni a sus amigos. Por supuesto, a Silver le bastó con dejar las cosas así de claras cuando volvieron a reunirse con el grupo. Ninguno se atrevió a cuestionar ni a indagar nada más, ni siquiera Jonás, que había sido la chispa que prendió la mecha la noche anterior.

Después de eso, solo quedaba pasar un domingo tranquilos y dichosos. Un domingo de celebraciones en el que hubo música, baile, bebidas, buena plática y pastel. El cierre feliz de un fin de semana que estuvo a punto de terminar con más caos que encierro en San Fermín.

Por fortuna, la sangre no llegó al río.
Para el lunes, ya todo estaba en su sitio y la vida, parecía transcurrir normal para los amigos: John se veía cada vez más emocionado en compañía de Marina; Naty y Logan no paraban de pelearse por cualquier bobada pero se amigaban con la misma facilidad con la que desataban las tormentas y Silver y Robin eran casi un par de recién casados disfrutando a plenitud de su luna de miel.

La fecha del concurso de baile estaba cada vez más cerca y ellos no perdían oportunidad para ensayar; incluso habían descuidado un poco las materias finales, aunque creían que una vez vencida la meta de la competencia, tendrían tiempo para ponerse al día y sacar sin problemas el último curso.

Los ensayos también eran un tiempo que aprovechaban para saciar el hambre de sus cuerpos. Cuando no era él quien la apetrujaba contra una pared para explorar el núcleo de su deseo, era ella la que lo provocaba. Eran pocas las tardes en la que no terminaban tan extasiados como exahustos.

Una vez casi los atrapan en pleno acto y si no llega a ser porque siempre cerraban la puerta con llave, la chica que volvió al aula a buscar un cuaderno que olvidó, los habría convertido en la comidilla de la escuela.

Dos meses llevaban de novios cuando una mañana, Silver se topó en la entrada de la universidad con alguien a quien, a juzgar por el efusivo saludo, hacía mucho tiempo que no veía y lo que es peor —según pensó Robin—se alegraba en demasía de ver.

Tanta fue la euforia de aquel sorpresivo encuentro, que Silver ni siquiera se molestó en presentar a Robin con la desconocida. Sí, era una muchacha, y muy hermosa por cierto.
Tenía el pelo castaño, como él; era alta, casi del mismo tamaño de él; con buena figura y un carácter muy parecido al suyo, por lo que podía verse a simple vista.

No, no eran familia.

De acuerdo a lo que su novio le contó, tras un inquisitivo interrogatorio, la muchacha era su vecina, su amiga de la infancia, mejor dicho, de toda la vida. Era un año menor que él, jugaba al fútbol y se había ganado una beca deportiva que la mantenía alejada durante meses de la ciudad. Su nombre era Lara, Lara Bailey.

—¿Por qué no me la presentaste?—quiso saber Ro en cuanto él terminó de recitarle la ficha técnica de su amiga.

—Porque estaba apurada. Vino a saludar a sus antiguos colegas y profesores y ya casi se terminan los turnos de clases—respondió él mirándola de reojo mientras se encaminaban al parqueo en pos de sus vehículos.

Ella no pareció quedarse muy conforme con la explicación y siguió indagando.

—¿Seguro que son solo amigos?—le dijo en tanto echaba su mochila en la parte trasera de su auto.

—Ahora lo somos—contestó él sin inmutarse.

La morena lo miró con ganas de asesinarlo.

—Y eso qué significa—lo encaró.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now