Capítulo 49

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La muerte de una remera

No más Logan llegó a casa de Robin se puso manos a la obra con lo del auto. Desconectó la bobina del encendido, el borne positivo de la batería y desinfló todos los neumáticos, para que se viera obligado a cambiar todas las gomas.

Luego, sin perder tiempo, se dispuso a llamar a Silver para que viniera en su auxilio, si era preciso lloraría. Sin embargo, su amigo lo sorprendió, no tuvo que rogarle, aunque le advirtió que lo haría solo por él y le pidió que cuidara de que ella no se acercara a él.

Por supuesto, Logan le prometería lo que fuera con tal de que acudiera a su pequeña trampa.

Mientras, Natasha andaba en el cuarto de Robin lidiando con su desastroso vestuario.

Según ella, su amiga tenía ropa para proveer un convento, pero lo que era ropa sexy adecuada para la situación, nada de nada. Al final terminó obligándola a ponerse la que ella traía puesta: una remera rosa y una saya corta de mezclilla que a ella, como es de suponer, le quedaban más ceñidas.

Tras dejarla vestida se fue al cuarto de Ivanna, puesto que estaba segura que encontraría allí algo mejor que ponerse que lo que disponía su compañera.

Cuando Silver llegó, ya ni Lo ni Naty andaban por todo aquello. No obstante, esto no pareció sorprender al futuro filósofo a juzgar por cómo se sonrió cuando Robin le dio la noticia.

Silver se puso inmediatamente a trabajar y enseguida se percató dónde era que estaban los «supuestos» problemas del automóvil; no obstante, demoró más de lo que esperaba en darle solución a la situación.

Su anfitriona daba constantemente viajes de la cocina al garage procurándole agua y refrigerios y cada vez permanecía por más tiempo haciéndole compañía al mecánico.

Cierto que no estaban teniendo una conversación amistosa, de hecho, si ella hablaba, él le respondía con monosílabos o le daba respuestas cortantes e hirientes. Aunque no dejaba de mirarla cuando creía que ella no estaba pendiente de él.

—¿Ese que vi el otro día en tu casa era tu hermano?—le preguntó en un intento por entablar un diálogo un poco más ameno.

—Eso dicen—contestó de mala gana.

—Se parecen mucho ustedes dos. No me hablaste nunca de tu hermano—dijo un tanto más confiada.

—Tú tampoco me hablaste nunca del tuyo. Ah no perdona, me olvidaba que lo que tienes con las mentiras y los embustes es patológico, no puedes evitarlo—añadió él, y con su sarcasmo, logró que ella se pusiera verde de rabia.

—Gilipollas—replicó la morena por lo bajo mientras regresaba al interior de la casa, aunque por supuesto, sabe que la escuchó.

Así estuvieron por alrededor de una hora, ni un minuto más ni un minuto menos. Después de ese tiempo soportando sus desplantes, Robin hasta se arrepintió de haber armado ese plan y comenzó a corresponderle a su actitud con soberbia y antipatía.

—Eres un perfecto imbécil, lo sabías—le dijo en un momento de furia.

—Y tú eres una engreída, amargada, insoportable y mentirosa—la encaró dejando de lado sus intentos por arrancar el auto y yendo en su dirección.

Estaban muy cerca uno del otro. Podían olerse. Se miraban como si no existiera nada más que la añoranza del uno por el otro.

—Y tú un troglodita irrazonable. Uyy, no sabes cuanto te detesto Silver Mur—ripostó ella sin dejar de encararlo, mostrándose más valiente de lo que en realidad se sentía.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now