Capítulo 53

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Cuidado con la alfombra

A la cena de fin de año de los Mur, Robin acudiría en calidad de invitada especial. Primero porque era el deseo de su novio, quien había dispuesto que la noche fuera memorable, en vista de que sería la primera de muchas festividades de este tipo que planeaba pasar con ella.

Segundo porque así lo había ordenado Doña Silvia, según dijo porque quería celebrar su reconciliación con su hijo.

La idea, por supuesto, la tenía muy ilusionada, aunque de vez en cuando se le alojaban par de temores en medio del pecho, como un mal presagio de que algo pudiera salir mal y echar a perder la velada.

Pensaba en la posibilidad de no caerle bien al menor de los hermanos, al que aun no le habían presentado; pero lo que más le preocupaba era tener que compartir con el patriarca de la familia. Le aterraba sobremanera la idea de que este pudiera arruinarles la fiesta.

No obstante, mientras se probaba una y otra vez los vestidos que tenía a mano, se obligó a inyectarle un poco de optimismo a sus pensamientos y a concentrarse en un problema aún mayor que el que le suponía su suegro:

—¿Qué me pongo?—se preguntó echando a un lado el atuendo que sostenía entre las manos y que no logró conquistarla.

Era inútil. Nada de lo que tenía en su closet la convencía. Todo era o muy sobrio o muy inapropiado para la ocasión.

No llamaría a Naty para pedirle auxilio y tampoco le daba tiempo ir de compras, además de que por la fecha y la hora no encontraría nada abierto. Se sentía en medio de una encrucijada de la que no sabía cómo salir, y lo peor, se le estaba acabando el tiempo.

Caminó para de veces de un lado a otro de la habitación y casi estaba dispuesta a revisar el guardarropa de Ivanna, pero de la nada, una idea le iluminó el rostro. Pensó en algo, mejor dicho, en alguien: se acordó de Júpiter.

Recordó que en la parte más recóndita de su closet, guardaba con celo toda la indumentaria que usó alguna vez mientras se disfrazaba de la chica enmascarada. Por supuesto, no pensaba ponerse nada de lo que había llegado a lucirle a Silver, puesto que no era su propósito abrir heridas que aún estaban cicatrizando.

Sin embargo, para su buena suerte, ahí estaba en todo su esplendor un traje de noche que solo había lúcido en una oportunidad, en presencia de quien se lo regaló, su cliente diseñador.

No más lo hizo salir de la funda que lo protegía, supo que era el elegido.
Su Júpiter la salvaba de nuevo, pensó.
No obstante, cuando Silver pasó a recogerla, todavía no había terminado de arreglarse, por lo que el trigueño se vio obligado a esperarla en el salón más tiempo del que había estimado.

—Como el hambriento de mi hermano me deje sin asado, voy a saciar mi apetito contigo—le gritó en el medio del pasillo que daba a su habitación.

No obtuvo respuesta, pero pocos minutos después, sentía una puerta cerrarse.

Robin se acercaba a él vistiendo un traje de un rojo reluciente, entallado en el torso y con unos tirantes muy finos zurcando sus hombros. La falda nacía ancha desde la cintura y se dividía en tachones igual de amplios en su parte delantera, la cual, por cierto, era más corta que la trasera, por lo que se podían apreciar con lujo de detalles, los tacones negros y altos que combinaban con su diminuto bolso de mano.

El cabello lo llevaba dividido en dos, gracias a una raya sin imperfecciones que llegaba hasta la mitad de la cabeza. Una cola de caballo completaba el estilizado peinado, el que hizo resaltar con unas argollas doradas, finísimas y enormes que adornaban sus orejas.

Silver la veía acercarse y con cada paso que daba sentía que perdía el habla, la capacidad para moverse, el sentido de la orientación...ahora solo tenía ojos, ojos para dejarse deslumbrar.

—Estás...—comenzó diciendo cuando la tuvo delante, pero calló. No encontró la palabra perfecta. En ese momento, cualquier cosa que fuera a decirle se le antojaba más insulto que elogio, pues ninguna le hacía justicia a tanta belleza.

—Tú también estás muy guapo—soltó ella para destrabarlo, y no mentía. Su chico de plata vestía una camisa azul pastel, con las mangas recogidas hasta los codos, un pantalón negro y una corbata café, a juego con sus zapatos.
Se miraron intensamente durante un par de segundos, disfrutando por separado de la atractiva imagen que proyectaba uno para el otro.

Ambos sabían que no era la belleza física la que los había unido, pero ello no significaba que no pudieran deleitarse con lo bello cuando lo tenían delante.

Pasados esos segundos de hipnosis, Silver corrió a los labios de su chica, pero esta esquivó su ataque aludiendo que le estropearía el maquillaje y eso los demoraría aún más, aunque en el fondo era consciente de que la realidad era que sus besos, pocas veces tenían frenos y no podían permitirse esa clase de imprevistos.

Silver aceptó de mala gana su negativa, pero, antes de partir, le advirtió que no se dejaría convencer tan fácil la próxima vez.

—Cuando quiera besarte de nuevo, lo haré, y no me importará que todos me vean con los dientes llenos de carmín—espetó con seriedad, aunque Ro hizo poco caso a su amenaza y se limitó solo a mirarle.

Le encantaba cuando se ponía así de posesivo.

****

Al llegar a la casona Robin se adelantó para abrazar a su suegra, a quien no había vuelto a ver desde su última visita. En medio del efusivo apretón entre ambas mujeres, en la misma entrada de la casa, Sergio Mur apareció para saludar y fue presentado enseguida por su madre a la recién llegada.

El encuentro entre cuñados casi fue tan afectuoso como el que le dio la matriarca de la familia, lo que acabó por convencer a la morena de que en verdad el más pequeño de los Mur, era de un carácter mucho más espontáneo que el de su hermano mayor.

Tras el breve reencuentro, las mujeres salieron disparadas para la cocina, pues Robin insistió en ayudar al menos a poner la mesa, en vista de que no quedaba mucho por hacer y la señora, no quería que hiciera nada que pusiera en peligro la beldad de su vestido.

De ahí que Sergio y Silver quedaron solos en el salón, a la espera de que fuera dada la orden de: ¡a comer!; aunque ello supondría que el ogro debería salir de su cueva, a donde se había refugiado, puesto que, para variar, no estaba para socializar.

Mientras aguardaba por saborear el trago que su hermano pequeño insistió en preparar, para demostrarle que no había pasado un curso de bartender por gusto, Silver se deleitaba con el ir y venir de su chica que, de vez en cuando, lo premiaba con besos al aire o guiños provocadores.

—Hey, cuidado con la alfombra que como la manches mamá te mata—escuchó que Sergio le decía a sus espaldas.

—De qué hablas, si no estoy comiendo nada y aun no me traes el dichoso trago—resabió el aludido.

—Pero no dejas de mirarala y ya estás empezando a babearte—ripostó entre risas el aprendiz de barman.

—Búrlate todo lo que quieras. Lo que pasa es que tienes envidia porque seguramente tengo una novia más hermosa que la tuya; ah no, espera, creo que ni siquiera tienes novia—se jactó Silver creyéndose vencedor de un duelo.

—En unos minutos haré que cambies esa patética expresión de triunfo por una de asombro, ya verás—contestó el chico en tanto, finalmente, le entregó su líquida creación.

—No te creo que invitaste a alguien—remarcó incrédulo el mayor de los Mur.

—Paciencia hermanito, todo a su tiempo—acotó Sergio chocando su vaso contra el de Silver quien enseguida, le dio un pequeño sorbo a la bebida comprobando que su hermano, sabía lo que hacía cuando mezclaba alcohol.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now