Capítulo 17

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Buena chica

Los primeros pasos que debían dar ambos en pos de participar en el festival de danza era inscribirse en el concurso, cosa que hicieron esa misma tarde. Luego vendría el proceso de ponerse de acuerdo sobre qué género bailarían y quién haría la coreografía.

Pero a Robin lo que más le preocupaba era el tiempo y el espacio para los ensayos.

Quedaron que ensayarían dos horas al día después de clases, excepto los jueves, que por supuesto, ambos estaban «ocupados». Y por el momento, tendrían que usar el salón de clases en vista de que no tenían acceso a otro local.

Unas cuantas sillas movidas de lugar para hacer espacio y listo. Por suerte, no encontraron objeción a su idea por parte de la directiva del aula ni de la facultad. Siempre y cuando se comprometieran a devolver todo a su sitio una vez concluyeran sus actividades, no habría problemas. Vale aclarar que la mano complaciente del Decano Duval, había hecho posible tanta buenaventura.

En vista de este nuevo plan, a Robin no le quedó más remedio que aceptar finalmente la propuesta de Ivanna y esa propia tarde, comenzó a mudarse poco a poco a la casa de esta.

—Sólo serán 3 meses—, se repetía.

La primera tarde en la que se encontraron para practicar fue un verdadero caos. Para empezar, Robin seguía negada a despojarse de sus vestimentas de siempre y se apareció ante Silver con una indumentaria que daba la idea de que lo que se bailaría allí, no podía ser otra cosa que Flamenco.

Pero su inapropiado vestuario, aún cuando desató críticas de su compañero de baile, fue un problema menor comparado con lo que se sobrevendría después.

A ella le gustaba la salsa, a él, el merengue; si ella decía hip hop, él decía que reggué; si uno apostaba por un paso, al otro le parecía tonto y si aquel se entusiasmaba por tal o más cual música, su contraparte se encargaría de apagarle la ilusión.

Al final terminaron enredados en una pelea de las suyas, una de esas que los dejaban prestos a no mirarse más a la cara, pues se recitaban insultos que dejarían al mismísimo Lucifer con ganas de convertirse al cristianismo.

Se fue cada cual por su lado, enfadados hasta la médula, como solo él sabía ponerla a ella y viceversa.

Al otro día ni siquiera se miraron, y cuando el horario de almuerzo llegó, mientras los demás alumnos salían en estampida del salón, Silver dejó su silla y fue a pararse justo a la entrada. Permitió que salieran todos, pero a Robin le impidió el paso y una vez la tuvo a solas dentro del aula, cerró la puerta.

—¿No te cansas de ser infantil?—atacó ella primero.

—En qué quedó nuestra tregua. ¿Volvimos a las armas acaso?—hablaba y avanzaba hacia ella a la vez. La acorraló contra el buró principal. Robin sintió cómo la mesa le oprimía la espalda, por los laterales la rodeadan sus brazos, que se contraían mientras se aferraban a la madera, y al frente la invadía su olor a peligro.

—Escúchame bien lo que voy a decirte porque no pienso repetirlo—no había ni una sombra de gentileza en sus palabras. —A ti te hace falta participar en el festival, no a mí—prosiguió—si yo estoy metido en esto contigo es porque me lo pediste, así que a partir de ahora, no más peleas, no más insultos, no más desacuerdos. Si queremos que todo funcione tenemos que aprender, los dos, a trabajar como equipo y a respetar nuestras diferencias. O concordamos en ello o esto se acaba antes de empezar. ¿Qué me dices?—inquirió.

Robin no lo miraba a los ojos. Se concentraba en su entrecejo fruncido por la seriedad que le estaba impregnando al asunto, en la pequeña arruga que le ajaba la frente, en la nuez de Adán que se movía intranquila, en sus bíceps contraídos; cualquier cosa era mejor que enfrentarse a esos ojos perturbadores. Cualquier distracción era válida para no respirarlo.

Menta, perfume, sudor.

Él que quiere saber qué opina de lo que le ha dicho; ella que se ahoga, porque se niega a sentir el aroma que la rinde.

Cigarrillo, sal, hombría.

Él que persiste en acercarse a su cara, a su boca, a su nariz; ella que debe tomar aire para sobrevivir y entonces lo inhala, se llena los pulmones con su esencia y entonces, perece.

Ella, la que siempre se ha creído capaz de darle guerra a este hombre hasta las últimas consecuencias, depone las armas y le dice que sí, que no volverá a pasar, que intentará ser más comprensiva, más comunicativa, aunque tiene fuerzas para advertirle que espera que él se comporte igual.

Robin ahora espera que él se aleje, que la deje finalmente libre de su hechizo, pero justo cuando va a escapar de su prisión hecha de músculos, Silver vuelve a encarcelarla, y esta vez, va derecho hasta su cuello y le deposita dos palabras al oído:

—Buena chica—le sonríe de medio lado y se aparta.

Robin lo ve recoger su mochila y también lo ve salir. Ella saldrá unos minutos después, cuando su estómago, que últimamente hace lo que le da la gana, retorne a su posición.

Antes de irse le ha dicho que más tarde le comentará sobre un plan que ideó para ver si comienzan a fluir las cosas.

—«¿Qué se le habría ocurrido ahora?»—estuvo pensando en ello durante toda la hora del almuerzo, en la que por cierto, tampoco probó bocado. No solo la situación con Silver la atormentaba, también estaba lo de Lo, que la había esquivado en la mañana para no hablarle y lo de Nat, que ahora no le contestaba las llamadas, ni los mensajes.

Su teléfono vibró mientras recordaba a su amiga y albergó esperanzas de que se tratara de ella, sin embargo, era Silver avisándole que Logan se había ido a un bar y estaba de borracho que se caía, y él tuvo que acudir a su rescate.

Robin se lamentó por su espigado amigo y volvió a pensar en Natasha.

****

El futuro filósofo no acudió a clases ese jueves. Seguramente debía estar cuidando la enorme resaca de Logan. El día para Robin, por tanto, estaba siendo un fastidio.

Hoy todo le había salido mal, comenzando por el fiasco que se llevó cuando Tadeo no quiso que ella lo llevara a la escuela como siempre y prefirió irse con su abuela.

Sabía que no podía molestarse con el niño, pues en definitiva, Ivanna no era ninguna extraña para ellos, pero así y todo, no pudo evitar darle espacio a los celos y sentirse un tanto desplazada, aunque supuso que era algo normal y que ya se le pasaría. Era cuestión de acostumbrarse.

Natasha por otro lado le había enviado un escueto mensaje para decirle que no volvería a la escuela hasta la próxima semana, puesto que se encontraba en un viaje a la playa. Cero detalles.

Eso había estado muy, pero que muy raro. Naty no era de las que se callaba las cosas, muchos menos si estas involucraban diversión y a Jonás. Suspuso entonces que su poca comunicación se debía a su falta de tiempo y que ya le contaría a su regreso.

El día estaba siendo solitario para ella, por eso no podía esperar a que llegara la noche, ese momento en que su otra máscara, la ayudaría a saber más sobre él, para conquistarlo luego con mejores armas que las que cargaba cuando era una mujer del montón.

Cuando arribó al club, pensó que en su desespero había llegado más temprano de la cuenta, a juzgar por lo silencioso que estaba todo.
Iba a entrar por la puerta de servicio, como siempre, cuando un oficial de policía la detuvo y no le permitió subir.

Al parecer, proseguían las investigaciones por la muerte del muchacho cuyo cuerpo sin vida habían encontrado la semana anterior y el lugar permanecería cerrado al público por lo menos, una semana más.

Según pudo indagar, continuaban interrogando a los trabajadores que esa madrugada se encontraban en el local y a los dueños del mismo.

Dedujo entonces que ella, al no encontrarse en ese momento trabajando, pues rara vez los de su habitación se quedaban hasta tan tarde, se había librado de toda sospecha y por eso ni siquiera la habían convidado a declarar.

De la que se salvó. Respiró aliviada, aunque enseguida cayó en cuenta de que hoy sería un día sin sueldo y una noche sin Silver.

—Este, definitivamente, no es mi día—se dijo y emprendió el regreso a casa.

Cinco minutos después a Silver lo golpeaba la misma mala noticia.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now