Capítulo 29

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No te enamores de esa mujer

—Cinco días bro, cinco días lleva esquivándome como si tuviera sarampión. Ella cree que no me doy cuenta, que me trago sus excusas, pero yo sé que me evita para no tener que hablar conmigo de lo que pasó entre nosotros—Silver lleva más de media hora dale que te pego con el saco de boxeo en el gym y tiene a Logan castigado aguantando la gran bolsa de aserrín y telas.

Pero el flaco, que a duras penas logra permanecer de pie detrás del grueso implemento deportivo, no solo está aguantando los embates de los puños de su amigo, también se está sujetando las ganas que tiene de contarle sobre su conversación con Robin, para ver si logra calmarlo un poco.

No obstante, sabe que eso sería traicionar la confianza de la muchacha y no debe. Por eso ha optado por prestar oído a las quejas de su colega, las cuales eran cada vez más constantes, casi tanto como las estocadas que le daba a la cilíndrica bolsa.

—No acabo de entender a qué juega. Primero me provoca, hace que baje la guardia con ella, se deja provocar, me tienta para que avance, me deja hacer, no contraataca, al contrario, se deja llevar y entonces cuando creo que no lucharemos más, vuelve a ponerse los guantes. Te lo juro que va volverme loco. Casi prefiero la época en la que éramos perro y gato. Al menos sabía a qué atenerme—despotricaba el pugilista.

—Me parece que te estás tomando las cosas a la tremenda—se animó a hablar el pelilargo.

—Ah, te parece que exagero-frenó por instante sus impulsos. -Entonces tú crees que es normal que una tía que te gusta y a quien no le eres para nada indiferente, te invite a su casa, acepte que la beses; pero no cualquier beso, no señor, un beso de los que no se terminan hasta que no queda una sola prenda de ropa en pie y que después venga esa misma tía, que hace un momento se derretía en tus brazos, a decirte que solo son amigos, que aquello no se volverá a repetir y cinco días más tarde prácticamente no le hayas visto el pelo porque ni siquiera se atreve a mirarte de frente. No Logan no, no son paranoias mías. O me está poniendo a prueba para ver qué tan interesado estoy en querer estar con ella o simplemente es ella la que no está tan interesada en mí como creí—zanjó Silver y comenzó una nueva oleada de golpes contra el saco.

—Que no es eso hombre. No pongas el parche antes de que salga el hueco—le aconsejó el flacucho.

Silver detuvo el ataque. Agarró una toalla y se secó el sudor de la cara y el pecho, luego encaró a su amigo.

—Tú sabes algo y no me lo quieres decir. Natasha te ha contado alguna cosa y te pidió que no me dijeras ¿verdad?—insistió.

—Ya te dije que no sé nada, pesado. Es solo que confío en que lo que Robin siente por ti es auténtico y no es nada improvisado. Le gustas hace años, eso se nota y no creo que ahora que ha conseguido llamar tu atención vaya a echarlo todo a perder.

—Si es así porque no me ha mirado a los ojos en toda la semana; por qué no contesta mis llamadas y ni siquiera ha visto mis mensajes; por qué suspendió los ensayos usando al crío como tapadera.

—Tronco, por Dios, no seas intenso, sus razones tendrá y ya te las explicará, ten paciencia—le pidió Lo, tratando de salir de la complicada situación en la que se encontraba: nadando entre dos aguas, cada una más turbulenta que la otra.

Silver escuchó con atención a Logan y lo dejó estar, en definitiva al otro día era su cita con Júpiter y ella podía darle otros consejos al respecto.

Tendría que esperar.

Con ese pensamiento se encaminó a las duchas.

A la salida del gimnasio, ambos amigos se encontraron con la otra punta del tridente.

Jonás estaba en el área de las pesas, por eso no se habían visto e igualmente iba de salida, así que los tres chicos decidieron ir juntos a recuperar energías yendo a tomar un refrigerio antes de ir cada uno a su casa.

Por el camino lo pusieron al tanto del dilema del filósofo.

El rubio escuchó pacientemente toda la historia y cuando sus dos colegas esperaban las acostumbradas bromas, apelando a toda la seriedad de la que era capaz le dijo a Silver:

—Si lo que quieres es tirártela y después cada quien a su sitio, me parece bien que te preocupe que no puedas cumplir ese propósito, es normal. Ahora, yo espero que tus agobios para con esa tía no sean tonterías sentimentales de las tuyas. Por Dios Silver, no te enamores de esa mujer—Jonás casi que se lo suplica bajo la mirada escudriñante de sus compañeros de juerga.

—Por qué no—quiso saber el trigueño.

—Porque esa mujer no es para ti bro-le dio una palmada en el hombro tratando de relajar la tensión que le provocó el comentario que acababa de hacerle.

—Por qué no, explícame, qué sabes que yo no sé—volvió a preguntar Silver.

—Nada hombre. Te lo decía porque estás muy chamaco tú todavía para tener hijastros. Hay más peces en el mar, y sin hijos ¿verdad Lo?—safó como pudo y sopretexto de que tenía que comer con su padre esa noche, a acompañarlo a una cena de negocios, se fue del local, dejando a Silver con más dudas de las que ya tenía.

****

—«Me cago en mi puta vida»—gritó tras revisar por enésima vez el teléfono y comprobar que el último mensaje que le escribió, seguía sin recibir el visto. Acto y seguido, lanzó el móvil con aspereza sobre su colchón.

Ya había perdido la cuenta de los mensajes que le había enviado en toda la semana. Ninguno visto, y obviamente ninguno contestado.

A esa hora, con la noche que veía cerrarse desde su ventana, le entraron unas ganas locas de salir corriendo hasta su casa para pedirle explicaciones. No podía con la incertidumbre. No podía con la idea de sentirla tan lejos cuando llegó a creerla más cerca que nunca.
Pero preferió no dejarse llevar por los impulsos. No quería agobiarla, mucho menos parecerle un tío intenso, de esos que no dejan a las mujeres ni respirar con sus inseguridades disfrazadas de falsas atenciones.

—Ay Robin DeLuca, qué estás haciendo conmigo—se dijo mientras se apresuraba a tomar nuevamente su móvil y comenzaba a borrar todas y cada una de las líneas que le envió esa semana. Le parecía mejor que pensara que su comportamiento le había resultado indeferente, antes que lo fuera a tildar de tóxico.

Cuando terminó la tarea, dejó caer la cabeza en la almohada y se alegró de que al otro día sería jueves y podría ir a pedir la opinión de Júpiter sobre todo esto. Confiaba en que ella no se mostraría como sus amigos: uno pretendiendo que le restara importancia a lo que a todas luces era un problema, y el otro haciéndole agua el cerebro con sus misterios.

Se pregunta por qué Jonás le ha dicho eso sobre ella.

—«Tendrán alguna historia esos dos y por eso no quiere que vaya más allá con Robin»—piensa para sí, pero enseguida se obliga a quitarse esas ideas de la cabeza. John y DeLuca nunca se han llevado bien, casi ni se tratan.

—«Aunque eso puede ser una estrategia, además, ellos tampoco se han tratado bien jamás, y eso no los ha detenido para enrollarse a la menor oportunidad. Sus peleas no han evitado que se enamore de ella, al contrario, ha sido como combustible para hacer arder sus sentimientos»—continúa machacándose.

Cierra los ojos y hace que uno de sus antebrazos repose sobre su frente cuando cae en cuenta que acaba de reconocer que está enamorado de esa mujer.

Pero cómo no hacerlo si hace semanas que vive en su cabeza.

Mucho teme que la advertencia de Jonás, ha llegado demasiado tarde.

El secreto de sus juevesKde žijí příběhy. Začni objevovat