Capítulo 35

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Intrigas en el cibercafé

Ella no lo sabía, pero en el maletero del auto iba celosamente recubierta dentro de una gran manta, una botella de vino, una pequeña cubeta con hielo, fresas y una caja de chocolate.

Por supuesto, todo fue ideado por Logan, siempre presto a salir al rescate de su amigo cuando le latía la vena del romanticismo y se quedaba seco de opciones viables.

Subieron por una empinada colina y aparacaron sobre un terreno llano que encontraron en la cima.

A sus pies, quedaba la ciudad, con sus luces, sus algarabías y el acostumbrado ajetreo de la vida diaria. Sobre sus cabezas, un cielo más estrellado de lo normal y a su alrededor, silencio, del que casi nadie tiene.

—¿Y tú de qué película sacaste este lugar?—preguntó ella tratando como podía de llenarse los ojos con toda la belleza que le ofrecían las vistas.

—Lo encontré esta misma tarde, mientras me devanaba los sesos a ver dónde podíamos tener nuestra primera cita—se rascaba la cabeza nervioso. —¿Te gustó?—le preguntó temeroso.

Ella se le acercó con una sonrisa coqueta.

—Es fascinante—aludió al tiempo que se unía a él en un beso de esos de los que se saben cuando empiezan pero nunca cuando terminan.

Silver se sintió aliviado de haber dado en el clavo y tras separar de mala gana sus labios de los de ella, se encaminó a preparar el picnic nocturno que había ideado su amigo.
Extendió la manta sobre el suelo del descampado, ordenó los comestibles y la bebida sobre esta e invitó a la chica a sentarse a su lado.

Una vez acomodados sobre la tela, procedió a destapar el vino para hacer un brindis.

—Mierda—se levantó de un salto y corrió al auto visiblemente cabreado. —Me cago en mi puta vida—lo escuchó gritar Robin que se había quedado muy entretenida comiendo fresas y bombones.

Al regresar donde ella, estaba molesto.

—Se me quedaron las copas—se lamentó. —Por suerte tengo un sacacorchos en el llavero, porque si no, ni la botella íbamos a poder abrir—le informó.

—¿Y cuál es el problema?—expresó ella encogiéndose de hombros.

—Que se fue al carajo el glamour—dijo destapando con rencor el envase de cristal verdoso. Cuando se sintió el sonoro descorche Robin le arrebató de las manos la botella y se empinó de esta, dándole un trago largo que dejó perplejo a su acompañante.

—Conmigo no necesitas al glamour ese—anunció ofreciéndole el frasco con la bebida semidulce.

Silver comenzó a sonreír al tiempo que la imitaba, solo que probó un sorbo pequeño, puesto que estaba manejando y él con eso de las leyes del tránsito era súper responsable.

—Te juzgué mal DeLuca, muy mal. Siempre pensé que eras una estirada, una perfeccionista, autosuficiente e intolerable—confesó por lo bajo.

—Vaya, casi no me tenías inquinia—bromeó ella. —Con lo bien que me caías tú a mí. Es que no entiendo cómo es que no lo notabas—dijo imitando la mueca trágica de una de las dos máscaras que representan al teatro, la triste, por supuesto.

—¿En serio que yo te caía así de bien?—ahora empleaba ese tono sensual que a ella la hacía perder el sentido de la orientación. —Permíteme decirte que lo disimulabas muy bien—aludió y se puso frente a ella, acomodó sus piernas entre las suyas y la obligó a abrirlas mientras la recostaba completamente sobre la manta.

No era su intención que respondiera su pregunta, así que fue derecho a su boca. La besaba como si no le importara otra cosa en el mundo que estar allí, empapándose los labios con el néctar de su jugosa boca. A medida que aumentaba la intensidad del beso, sus manos se atrevían a más, apretando las carnes de sus muslos, su cintura y sus pechos por encima de la ropa, haciendo que Robin gimiera cada vez con mayor fuerza.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now