Capítulo 16

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Quiero que bailes conmigo

Esa misma mañana, mientras Robin luchaba contra los impulsos de querer asesinar a su amiga, por borde, Logan y Silver, quienes no se habían despegado desde que el flaco melenudo se le apareció al filósofo en su jardín, disfrutaban de un partido de fútbol en el que jugaban los niños que Silver ayudaba a entrenar.

Los pequeños de la escuela primaria local ganaron por la mínima, un gol por cero, a sus adversarios de otra institución del propio condado. Su entrenador estaba eufórico y nuestros dos amigos, pegaban brincos de alegría abrazados cual si acabaran de ganar la Copa Mundial. El fútbol tiene ese efecto.

Concluídas las celebraciones del momento, ambos se brindaron a recoger los balones y acondicionar nuevamente la cancha, en lo que el técnico principal se iba a preparar las estrategias a seguir para el duelo del fin de semana siguiente.

Lo, a pesar de que horas antes le había contado a su compañero todos y cada uno de los detalles que lo llevaron a involucrarse en su última gran locura, seguía dándose cuerda con el tema. Así de grande era el arrepentimiento.

Silver por su parte ya no sabía cómo consolarle. Le había sacado la carta de que cualquiera puede sucumbir ante el deseo; le había dicho que donde hay pasión no existe la lucidez; que no era un error que había cometido él solo; incluso intentó tranquilizarlo asegurándole que Jonás no tenía por qué enterarse.

Pero ninguno de sus argumentos habían logrado desterrar del rostro de su colega, la preocupación.

El larguirucho metía pelotas dentro de un saco mientras Silver recogía la red de una de las porterías cuando vieron a John abandonar su auto en la carretera que se extendía fuera del campo, y comenzaba a dirigirse en su dirección.

Jonás lucía una camisa rosa claro, abierta casi hasta el medio del pecho y con las mangas remangadas más arriba del codo. El lado derecho estaba totalmente libre, en tanto, el izquierdo, permanecía fuertemente trabado por el cinturón marrón, —a juego con sus zapatos— y escondido dentro de su bermuda gris.

Se veía tranquilo, con un andar sereno, pero algo en este comportamiento tan natural, disparó las alarmas de Silver, que dejó su tarea y fue a encontrarse con sus dos colegas.

El rubio fortachón fue el primero en llegar hasta donde se encontraba un inocente Logan que no vio venir el puño cerrado de John, hasta que este se estampó con una fuerza de 10 toneladas sobre su mentón.

El flaco desgarbado cayó en el suelo desparramado junto a los balones que sostenía en el saco.

Ni siquiera atinó a levantarse, mucho menos a defenderse. Sabía perfectamente a qué se debía el ataque y sabía perfectamente que en parte, lo merecía.

Cree que él hubiera hecho lo mismo, y por la misma razón, porque no, no piensa que Jonás esté molesto por la infelidad de Naty, está convencido de que eso le vale verga, lo que lo tiene así de indignado es la traición. La suya.

Parece cosa de antaño, pero la mujer de un amigo será sagrada por los siglos de los siglos. No importa el libertinaje de esta sociedad en la que vivimos, no importa cuánto avance la tecnología y con ella evolucione el pensamiento, eso no cambiará jamás.

Por eso, estando en el piso, tocándose el pómulo también adolorido, viendo como Silver apela a todas sus fuerzas para contener las ganas que tiene Jonás de volver a pegarle, piensa en lo mal amigo que ha sido, y otra vez, como cuando esta madrugada abandonó la «escena del crimen», la culpa lo abraza.

Y entonces se preguntó dónde rayos estaba su cargo de conciencia cuando empezó a enamorarse de ella, o ayer, cuando decidió dejarse llevar por el deseo de tenerla, al menos por una noche.

El secreto de sus juevesWhere stories live. Discover now