Sinopsis

5.5K 541 159
                                    


—Me has usado todo este tiempo para mostrarle a tu familia que eres el hombre que esperan que seas, me has metido en ese mundo asqueroso y perverso, y tienes el descaro de decirme que no es el momento indicado de decirte todo lo que siento solo porque no quieres oírlo —jadeó con ironía. Sus mejillas rojas empapadas por aquellas lágrimas que no podía controlar.

León apretó sus manos a los costados de su cuerpo, conteniendo los impulsos de cruzar el límite, esas barreras que Stella no tuvo problemas en derribar y afrontar lo que estaba pasando entre ambos.

En algún punto lo que venía ocurriendo por semanas debía ponerse sobre la mesa. Ya no fingían, ya los besos y caricias ocurrían también a solas. La pantalla frente a su familia con el único propósito de liderar los túneles había quedado a un costado.

Pero Stella era la única en encararlo, en decirle que no quería continuar en ese juego.

Era todo o nada.

—Haz hablado de tus sentimientos porque querías hacerlo. Y lo de usarte que no te confunda, has hecho lo mismo —sentenció él con frialdad, observándola meterse detrás del mostrador y limpiar su rostro.

Stella quiso desaparecer, o mejor gritar, gritarle en la cara lo mucho que lo odiaba y quería, lo desesperante que era vivir con ese nudo en la garganta que solo él provocaba. Lo tortuoso que era respirar a su lado y no saber si volvería a verlo, si podría llegar a conocer toda esa oscuridad que él no pretendía abandonar.

—Entonces hasta aquí llega esto —los señaló a ambos —, lo que sea exista o no.

León sintió que el mundo caía sobre sus hombros, que al salir de esa pastelería saldría de la vida de esa mujer. Era la última vez que vería ese mostrador, la enorme vitrina con los mejores pasteles que haya probado. La última vez que pusiera un pie fuera de casa y supiera que existía otro lugar con el mismo calor.

Tampoco iba a detenerla, no encontraba un solo motivo por el que arriesgarse fuera suficiente. Aún así ella estuvo en la boda de su hermano, en el cumpleaños de su sobrino, en la reunión por el aniversario de Eleanor y Emilio, y ahora...ahora ya no estaría solo porque él no se atrevía a sincerarse.

Acomodó su chaqueta con naturalidad. Miró hacia un costado y chasqueó su lengua tratando de encontrar alguna excusa para que esa alianza no culminara.

—Podíamos seguir como estábamos. Todo esto no era necesario —disertó entre dientes, harto de saber que esa mujer era un cuento de hadas andante, que tanto color estaba dejándolo ciego, que tanto azúcar no podía ser bueno, y no se refería a esos pasteles.

Stella sacudió su cabeza, sus mechones rojos se movieron al compás como las llamas del fuego. Alzó su rostro, sus ojos llorosos, cristalinos, se clavaron en los suyos con ímpetu.

León temió que aquella fina y delicado mano no fuese la única capaz de ver lo siniestro de su alma. Ese mirar podía abrir un hueco en su pecho y presenciar su pulso desenfrenado.

—¿Esperas que me conforme con seguir fingiendo frente a tus hermanos y toda tu familia? ¿Qué parte de todo lo que he dicho no has entendido? —bramó afianzando su agarre al mostrador. Estaba tan enojada, tan dolida que ya no le importaba seguir rompiendo su propio corazón. Él ya lo había hecho.

—No tengo tiempo para una relación, ni siquiera estoy seguro de que quiera alguna. ¿Por qué carajos quieres complicar las cosas? ¡Eh!—espetó acercándose en dos rápidas zancadas, siendo testigo de la tensión que desbordaba ese momento.

Stella mordió su labio reprimiendo su llanto.

¿Por qué no hizo caso cuando se lo advirtieron? ¿Por qué se empeñó en seguirlo a su mundo y regresar con las manos vacías, sin él?

—Es increíble que aún no puedas recuperarte de lo que ella hizo contigo —suspiró tirando su cabello hacia atrás irritada.

—Nada tiene que ver con esto. No la traigas a esta conversación —exigió meciendo su cabeza.

—Eres un cobarde. Alguien que prefiere ver el mundo arder todo el tiempo antes de vivir un instante lo que en verdad quiere —acusó entre jadeos. Jamás dejaría de sorprenderle lo directa que llegaba a ser, la manera en la que hablaba de sus sentimientos como si fuese lo más sencillo de la vida —. Tienes razón ¿sabes? —limpió sus mejillas con fuerzas —. No es el momento.

—Stella...

—Y tú tampoco la persona indicada —alzó su mentón desafiándolo. León tensó su mandíbula ante la sola idea de que existiese otro hombre —. Porque las personas indicadas luchan por ti, se arriesgan por ti, te eligen con la misma confianza con lo que los eliges a ellos. Se preocupan no solo cuando todo es conveniente, sino cuando la vida duele por todas partes —admitió tras un sollozo —. Y tú dueles, León —admitió cubriendo su boca.

Dios, esta mujer...

León estiró su brazo sobre el mostrador, pero Stella se alejó rápidamente con sus manos temblorosas señalándolo.

—No tienes el derecho de pedirme que me conforme con algo a medias, no tienes el maldito derecho de pararte frente a mi y decirme que no es el momento luego que has conseguido lo que tanto buscabas —espetó furiosa, su largo cabello lo incitaba a tomarla con fuerza y callar su boca antes de que los hundiera a los dos—. No voy a rebajarme a eso. No voy a conformarme con tu cuento barato de que no es el momento. No voy a perder ni un solo minuto mendigándote, León. Nada de lo que digas o hagas va a convencerme de que vale la pena seguir esperando por alguien que no está dispuesto a dedicarme la misma cantidad de tiempo —indicó con carácter, notando el rostro del único hombre que la hacía ver la luz y la oscuridad en partes iguales, desencajarse por cada palabra —. Estoy cansada de que te escudes detrás de esa oscuridad de la que no quieres soltarte, y sé que es como eres y siempre has sido, pero estoy harta de que llegues tomes lo que necesitas y te vayas sin mirar atrás, sin importarte como me sienta.

—Stella, por favor...—se encontró pidiendo al darse cuenta que se le escurría de las manos lo que nunca aceptó que era suyo.

—No quiero verte de nuevo, no quiero saber nada de ti ni de toda esa organización que lideras con tus hermanos. No seguiré adelante con esta falsedad. Haz de cuenta que nunca me has visto, no creo que sea muy difícil para un hombre como tú olvidarse de otra mujer. Tienes los casinos y antros llenos de ellas —carcajeó ligeramente, su garganta seca —. Quédate con tu poder, y tu enferma y siniestra reputación si eso te hace dormir tranquilo por las noches. A mi déjame en paz. No vales mi tiempo, León Markov —acusó con una sonrisa fingida pero suficiente para conservar un poco de su orgullo.

Dios, había confesado todo lo que sentía y él la rechazó.

Reputación macabra © (Markov IV)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang