Capítulo 1

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—Hoy tienes muchos clientes

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—Hoy tienes muchos clientes.

—¿Serán los pasteles?

—Mientras no sean los de menta y chocolate, que se lleven todos —acompañó con una risa. Cada tanto tosía y un pañuelo aparecía en escena.

Stella sabía que eso venía ocurriendo cada vez más seguido. Todas las mañanas sacaba el pañuelo disimuladamente para cubrir su boca. Según él era la edad, los años que trabajó y el mal clima de Santa Barbara.

—Esos siempre los guardo para ti, William —rechistó guiñándole un ojo.

—Sabes que puedes vender todos esos pasteles que con esa pintoresca sonrisa ya puedo irme feliz —aludió entre bromas.

—¿Aunque tengas sesenta?

—Y bien puestos, eh —sonrió peinando su cabello hacia atrás —¿Están todos? —inquirió revisando la bolsa y apartando el ticket de pago.

—Tres de menta, dos de chocolate.

—Qué sería de este viejo sin ti.

Stella recargó sus brazos en el mostrador. Algunos de los clientes ojeaban en las vitrinas cuál sería el pastel que llegaría a sus casas esa misma tarde. Otros conversaban sobre la leve música de fondo optando por frutilla o chocolate, y William siempre se metía primero en la fila intentando conversar un poco con ella.

Lo venía haciendo hace años, comprar todos los días. Stella desconocía otro miembro de su familia. Tampoco es que tuviera que estar averiguando. Pero cada vez que lo veía no podía evitar preocuparse por él, por ese cambio abrupto en su salud que él parecía no darle importancia. Se parecía tanto a su abuelo, sus mañas y gestos. William podía sacarle el mal humor de cualquier día solo con aparecer en el local.

—¿Estás seguro que no quieres casarte conmigo para quedarte con mi negocio? —arqueó su ceja rojiza.

—No si yo muero primero —bromeó ganándose una risa de parte de Stella —. Mañana la misma orden, un poco más de menta —susurró con picardía.

—Luego vendrá tu medico a cerrarme la pastelería por estar dándote tanto azúcar.

—Ese imbécil mejor que se calle. Yo estoy bien, tonterías.

Stella negó con su cabeza.

—Ve con cuidado —señaló con su cabeza hacia la puerta en el preciso momento que tres motos aparcaron en la acera.

—El peligro lo pasa mi corazón cada vez que entra a este lugar.

Las mejillas de esa mujer quedaron rojas, quizá hasta más intensas que el color de su cabello recogido.

—Hasta mañana, Stella. Cuida ese cabello —saludó su amigo antes de irse.

—¿Podrías decirme la diferencia entre este pastel y el cheesecake que tienes ahí? —Un nuevo cliente apareció delante de William.

Reputación macabra © (Markov IV)Where stories live. Discover now