Capítulo 18

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—¿Algún día me dirás de donde viene tu obsesión por estos pasteles de menta?

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—¿Algún día me dirás de donde viene tu obsesión por estos pasteles de menta?

William sonrió al recibir su caja.

—¿No puede un simple hombre joven comprarlos porque le gustan?

Stella sacudió su cabeza resignada a que su cliente favorito tuviera siempre una respuesta para evadir hablar de su historia de vida.

—Al menos dime si tienes alguien con quien compartirlos.

—Tenía —alzó sus hombros indiferente, pero Stella percibió el dolor en sus gestos, en su mirada.

Quiso saber más, dedicarle más de su tiempo, pero la clientela a esa hora de la mañana estaba a tope. Él pareció saberlo y le guiñó un ojo antes de sacar por tercera vez el pañuelo de su saco y cubrir la tos que parecía doler en su pecho.

¿Qué pasaba con los médicos? ¿Era la única que se daba cuenta que William estaba empeorando?

—Hay dos bandejas listas para salir del horno —anunció Lea al pasar por su lado sacándola del trance.

—Primero debo pagar lo restante de los hornos —anunció apretando el sobre contra su pecho. Ahí estaba el cheque que Amelia les hizo llegar rápidamente.

Lea le sonrió encantada.

—¿Has averiguado algo sobre el local de al lado para la expansión?

Stella frunció sus labios y negó con su cabeza.

—No he podido dar con los dueños. Tal vez deba averiguar primero si lo tienen.

Uff, burocracia.

—Así es —asintió admirando a uno de sus trabajadores encargarse de despachar el mostrador —. Pero no perdemos nada.

—Supongo que esta noche volverás a ir al casino...

Ese tema todavía no la dejaba dormir y ya había pasado una semana desde que la familia de su prometido la puso en el paredón de los traidores. No había tenido contacto con ninguno de ellos pese a los mensajes de Eleanor y Amelia que no respondía.

No lo sentía correcto, además León no volvió a mencionar el tema, únicamente se veían en el casino, ponían frente a todos su mayor obra teatral y todo terminaba ahí. Faltaba un estrechan de manos y eran socios.

Una de esas tantas noches, su mente le jugó una mala pasada y terminó besándolo en la puerta de su oficina, un simple beso, de esos con los que te despides de tu pareja de años antes de ir de compras, o salir a caminar, de esos en los que una rutina ya está instaurada.

Él la miró fijamente y no se apartó, quizá porque no había sido la gran cosa, quizá porque tantas horas en un sofá sosteniendo una conversación con diferentes personas terminaron confundiendo la realidad de la ficción.

Reputación macabra © (Markov IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora