Capítulo 38

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León se acomodó en su silla frente a la enorme mesa de póker

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León se acomodó en su silla frente a la enorme mesa de póker. A su lado, Zafer apostaba entusiasmado como si estuviese dispuesto a perder todo su patrimonio únicamente porque su cabeza no parecía conectar con la realidad y salir de esa nube de emoción y amorío en la que andaba.

Lo miró de reojo, analizando sus gestos relajados y alegres, su estúpida y turca sonrisa que nadie podría borrar, ni siquiera si perdía esa ronda. Estaba por las nubes, no paraba de hablar con todo aquel que se acercara a la mesa de ese casino, juraba que podría abrazarlos y cambiar su personalidad a la de un hombre de bien.

—Hemos quedado para cenar, reservé todo el restaurante solo para nosotros.

Si, sí.

—Quiero que se sienta cómoda.

Ajá.

—Ya me encargué de su ex novio.

Listo.

Ahí estaba la idea a la que él se aferraba; un hombre dedicado a la vida que ellos tenían jamás dejaría de lado todo lo que era, su maldad, su esencia, sus negocios.

Y así se lo hizo saber a Zafer.

—Lo que tú no entiendes, rusito, es que un hombre puede ser el peor asesino y con su amada el hombre más dominado de este planeta.

León alzó sus cejas al recordar esa conversación. Seguía estando en la misma mesa esperando que su socio dejara tanta charla y lanzara sus cartas. Dios, es que irradiaba demasiada felicidad.

¿De verdad Lea había aceptado salir con él? ¿Acaso no estaba al tanto de lo que hacían para vivir? ¿Cómo podía meterse a ese mundo por su propia voluntad y con un tipo que le llevaba varios años?

Rascó su mentón sintiéndose incómodo. Incomodo con la sensación de incertidumbre ante tantas preguntas, pero también incomodo con la pizca de envidia que barría por todo su cuerpo. Jamás se detuvo a plantearse una cena romántica con Stella, o algún gesto como reservar un restaurante entero solo para ella.

Y odiaba profundamente que el arrepentimiento y la necesidad de querer ser otra persona lo invadieran. Todo sería más fácil si él no era él. Si sus traumas pasaran a segundo plano tal como sus dos hermanos lo hicieron para formar una familia, si un poco de empatía se albergara aún en su ser.

Pero era lo que era, con su reputación que él mismo se encargó de alimentar y fomentar todos esos años, hambriento de sangre y poder. Llegado este momento no podía evitar preguntarse ¿para qué? ¿Para ver como todos hacían sus vidas y él continuaba sin resolver sus problemas?

Treinta años y creía que en su cabeza aún seguía parado en sus veinte, con la misma rabia y rencor, con el mismo impulso de proteger a toda su familia.

Pero ellos ya tenían como protegerse, ya eran pequeños grupos dentro de la misma familia, y su labor ya quedaba demasiado grande cuando no había a quien proteger.

Reputación macabra © (Markov IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora