Capítulo 36

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Stella devolvía el micrófono con manos temblorosas cuando lo vio llegar, trepar el escalón con agilidad y acecharla con esa mirada felina

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Stella devolvía el micrófono con manos temblorosas cuando lo vio llegar, trepar el escalón con agilidad y acecharla con esa mirada felina.

Pese al movimiento de algunos guardias, León se agachó y la alzó sobre su hombro dándole el cierre al propio espectáculo que ella había comenzado, sin darle ni una milésima de segundo para huir.

—¡Bájame, bájame!

Entre forcejos y golpes en su espalda pasó por al lado de Mailo, encargándose de escupir en el piso frente a él, y continuar su camino. Conociendo sus intenciones con Stella no haría nada para detenerlo, cuidaría su imagen frente a ella; un hombre bueno, preocupado por su bienestar, incapaz de matar una mosca por miedo a que ella se asustara.

El guardia de su hermano apareció en la entrada de la mansión por la que León se movía tranquilo, como si fuese su propia casa en la que tarareaba una melodía entre silbidos y risas.

—¡Isaak, por favor! —reclamó Stella entre gritos.

Moy ser —agachó su cabeza en una especie de reverencia.

—Me agradas más que tu hermano, ya sabía por qué —rechistó palmeando su hombro.

—¡No, no! ¡Isaak, por favor, somos amigos!

Aquello hizo que León soltara una sincera risa que hizo vibrar todo su cuerpo, arrepintiéndose de inmediato de haber ingerido tanto champagne. Estaba a segundos de vomitarlo todo.

Las pisadas de León sobre las pequeñas piedras que adornaban la entrada resonaban con agilidad por salir de ahí, pero a su vez tranquilo, como si supiera que salía del territorio de los italianos triunfante, con una confesión pública hacia él.

Y eso hizo que Stella bufara molesta comprobando en cuesiton de minutos sus palabras. Estos sujetos caminaban por la vida sabiendo que eran amados, mientras ella se ahogaba en su propia miseria.

La puerta de la camioneta de León se abrió y él enseguida la dejó sobre el cómodo asiento. Quitándose su chaqueta la cubrió intentando no detenerse en apreciar la desnudez de su cuerpo, la tela de la que estaba hecha su ropa interior, la suavidad que cubrió sus manos solo por tocar su piel, el fuego escalando por todo su cuerpo entre la ira y el deseo de terminar con tanta distancia.

Pero la mirada severa de Stella le advertía que no se atreviera si quiera a intentar un solo movimiento, pero era como si no pudiese evitarlo, al menos un poco de contacto, de cercanía.

Sujetó el cinturón de seguridad luego de acomodarla en su asiento.

—Nos abrochamos el cinturón —indicó como si estuviese hablándole a uno de sus sobrinos.

Una sonrisa cubría sus labios en cuanto su cuerpo pasó sobre el suyo para ayudar a abrocharlo. En realidad, era él quien hacía todo, Stella permanecía pegada al respaldo como si quisiera fundirse en ese cuero.

Reputación macabra © (Markov IV)Where stories live. Discover now