Capítulo 29

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El frío de la madrugada se calaba por su chaqueta, sus pies con aquellas zapatillas no iban abrigados para la ocasión, pero ¿Cuál era el calzado adecuado para estar a las cuatro de la madrugada en el jardín de esa cabaña con su teléfono en sus manos?

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El frío de la madrugada se calaba por su chaqueta, sus pies con aquellas zapatillas no iban abrigados para la ocasión, pero ¿Cuál era el calzado adecuado para estar a las cuatro de la madrugada en el jardín de esa cabaña con su teléfono en sus manos?

Todos dormían, nadie había notado su ausencia. Al menos desde que la familia supo que estaban atravesando una discusión como pareja, a nadie le extrañaba que ella durmiera en la pequeña oficina, pero desconocían que no podía pegar un ojo en toda la noche.

Leyó el mensaje por tercera vez, aquel donde dejaba por sentado que León no solo mató a su padre, sino al de esos italianos. ¿Por qué? ¿Dónde estaba la unión de esos dos hechos?

Había pasado una tarde agradable gracias a la idea de Eleanor por levantarle el ánimo. No sabía el motivo, pero por momentos se mordía la lengua de querer contarle toda la verdad acerca de su noviazgo, compromiso y matrimonio con León. Decirle que todo siempre se trató de una mentira, que su misión en esa familia era salvar lo único que tenía a su nombre, su pastelería. ¿Le diría también que su cuñado ocupaba cada parte de su mente día y noche? Dios, seguro no podría ni siquiera decirle una cuarta parte que la tratarían de loca.

No olvides que debes contarle con lujo de detalles que puedes ver a su padre.

Tiró su cabello detrás de su oreja. Por cada minuto que meditaba su situación comenzaba a sentir su cuerpo fuera de orbita, sus manos hormigueaban ante la ansiedad y el pánico de lo que fueran a decirle, de cómo fueran a mirarla una vez todos supieran cada mentira que se encargaron tanto ella como León de poner sobre la mesa.

Bloqueó su teléfono y lo apoyó en su pecho pensativa, sin respuestas, con el corazón estrujado ante la soledad que atravesaba. No tenía a nadie a quién confesarle sus secretos. La única persona que conocía cada uno de ellos era la misma que la miraba desde la ventana en medio de la oscuridad de la habitación.

De brazos cruzados, León la vigilaba de una manera macabra y sin importarle que ella se percatara. Stella le sostuvo la mirada deseando que las cosas fuesen diferentes, que la manera en la que él resolvía sus problemas no fuese con sangre, sin piedad, sin una pizca de remordimiento.

Deseaba tocar alguna fibra de su alma y conocer un sentimiento sincero hacia ella, algo que le dijera que estaban en la misma página. Pero con León no existían historias, ni libros que contar. Los renglones, los párrafos y cada hoja iban manchados de sangre, de venganza, de quedarse siempre en el mismo lugar porque la comodidad de tener el poder podía más.

No había espacio para sentimientos, no había espacio para una vida diferente. No había espacio para ella.

Suspirando apartó su mirada y apoyó sus brazos en sus rodillas siendo una con el frío de esa madrugada sabiendo que él seguía observándola. A su derecha, el portón se abrió despacio. No tenía otra cosa que mirar, así que se quedó quieta en aquel banco donde habían compartido una fogata noches atrás, y observó a Sergei ingresar acomodando su chaqueta. Las llaves de su auto y teléfono en mano.

Reputación macabra © (Markov IV)Where stories live. Discover now