Capítulo 10

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Otra noche más

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Otra noche más.

Otra noche en la que cerraba la pastelería y se subía a la misma camioneta conducida por Sergei que aguardaba sobre la calle.

Era la cuarta noche consecutiva esa semana en la que tenía que colgar su delantal y alistarse para hacer acto de presencia en el casino. Donovan no le sacaba el ojo de encima, como un halcón la veía ingresar y meterse a la oficina de León.

El aburrimiento era real, las horas que perdía con su teléfono haciendo tiempo era casi como una eternidad. Cada tanto salía y pasaba por el antro y tomaba alguna copa. Para entonces lucía como una niña a la que su padre la llevaba a su trabajo, solo que eso nunca ocurrió, pues su padre se la pasó todos los días anclado al sofá bebiendo mientras su madre y abuelo sacaban la pastelería adelante.

Apenas se subió al cómodo asiento de cuero Sergei meció su cabeza saludándola.

Hoy se sentía diferente.

Por la ventanilla se despidió de Lea. En la esquina su novio aguardaba por ella como cada noche.

—¿Es necesario que esté hoy en el casino? No me agrada salir todas las noches —confesó resoplando.

La calefacción abrigaba sus pies recordándole la chimenea de la casa de sus padres. Daría todo por volver a ese lugar, a esas paredes con tanta historia que la vieron crecer.

—¿Por qué no se lo dices a León? Seguro que lo entienda.

—No se trata de León, sino de Donovan que me quiere ahí todas las noches.

—Entonces no tienes opción.

—Porque él es quien manda.

—Exacto —dijo tamborileando sus dedos en el volante. Su firme mirada atenta en el retrovisor.

—¿Qué pasa? Nos están siguiendo otra vez, ¿es eso?

La segunda noche una camioneta gris los siguió hasta el casino, y aunque creyó que Sergei se apresuraría por llegar y despistarlos, enlenteció la marcha, tranquilo, como si no fuese nada que lo preocupara.

Asustada, imitó su gesto. No había ningún auto o camioneta. Lo único que divisaba era a su amiga y pareja abrazados en la esquina de la pastelería.

Frunciendo sus labios, Stella jugueteó con sus dedos y miró hacia su costado. Era extraño, imposible de descifrar las actitudes de su cuñado. ¿Podría llamarle así? Daba igual.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —se atrevió a decir aprovechando esos minutos de recorrido que amagaban a ser incomodos cada noche si ella no tomaba la iniciativa.

—Puedes.

Desconocía el motivo, pero cuatro noches siendo escoltada por ese hombre tranquilizaban ese nudo de nervios en su estómago. Siempre temía qué pudiera pasar en aquel lugar, qué locura haría León para seguir con su juego.

Reputación macabra © (Markov IV)Where stories live. Discover now