Capítulo 8

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—¡¿Dónde está Enzo?!

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—¡¿Dónde está Enzo?!

—¡Enzo!

—¡No, no!

Stella cubrió sus labios ante el desastre en que se convirtió ese salón. El derrumbe que cayó sobre la puerta, la manera en la que todos los invitados se cubrieron, y los gritos de auxilio de Eleanor en busca de su hijo.

Lo vio todo en cámara lenta en medio de todo el caos que la rodeaba. Personas corriendo en busca de un refugio, Emilio y Donovan con sus guardias tras la persona que colocó una bomba y estalló la entrada del hotel. León había salido despavorido por otra puerta siguiéndolos.

Estaba en shock, sus manos temblaban, su cuerpo inamovible ante el impacto de semejante suceso, uno que supo vendría, pero que no creyó fuese de tanta magnitud. Necesitaba ayudar, hacer algo que calmara el llanto desgarrador de esa mujer que gritaba y se aferraba a Sergei porque sospechaba que su hijo mas grande estaba bajo el escombro.

Cubrió sus oídos, los gritos eran cada vez más ensordecedores, los invitados ya salían al jardín pro ordenes de Donovan poniéndolos en fila. Nadie se iría de ese hotel sin que él lo autorizara.

Amelia por su parte intentaba calmar a Eleanor, pero sus brazos eran arañados ante la desesperación y la angustia, al igual que los de Sergei.

—¿Cómo supiste lo de la bomba?

Aquella voz la sacó del trance, pero enseguida llenándola de pánico.

—Señor...yo.

—Es claro que sabías que iba a explotar un auto en la entrada. Mi pregunta es ¿Cómo lo supiste? —increpó duramente.

Stella giró hacia él, temiendo que el mismo anciano que hoy se presentó como su futuro suegro podría decapitarla ahí mismo por la forma en la que la miraba. Sus dos manos sobre su bastón, un saco largo cubría todo su cuerpo, y sus ojos sin moverse un solo segundo de los suyos, intimidándola, obligándola a confesarlo.

¿Pero qué iba a confesar? ¿Qué podría decirle a ese hombre y que él no creyera que estaba jugando con su tiempo?

No podía pasar por lo mismo. No podía dejar que volvieran a tratarla de loca y apartarla como un bicho raro. En estos momentos, la necesidad de huir y encerrarse en su pastelería la tentaba, pero nadie dejaría que pusiera un pie afuera.

En ese mismo minuto para los Markov era la única sospechosa.

—No lo sé —suspiró abatida, su rostro empapado en lágrimas.

Orel era el único que parecía mantener la calma, quizá porque su familia pasaba por una pesadilla y él necesitaba tirar los hilos, hacer lo que ninguno hizo primero; interrogarla.

—Mi nieto está desaparecido, y como verás mis hijos han salido detrás de lo único que saben hacer sin ponerse de acuerdo. Porque una vez tocan esta familia no esperes que Donovan sea el único que da las ordenes, todos saben qué hacer —explicó —. ¿Vamos a decirnos mentiras, señorita Callen? No creo que ninguno de los dos estemos en la necesidad de perder el tiempo.

Reputación macabra © (Markov IV)Where stories live. Discover now