CAPITULO XXXVII

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Me desperté temprano para prepararme porque hoy era mi vuelo y necesitaba estar en el aeropuerto sin falta. Agregué los últimos detalles y ya estaba lista, no iba muy arreglada, solo con una sudadera negra, unos pantalones del mismo color y zapatos deportivos también negros. Tomé las maletas y me dirigí hacia la salida de la habitación, pero antes de salir contemplé todo muy detenidamente. Mi mirada captó un lápiz y papel, entonces pasó fugazmente por mi cabeza escribir una carta.

Volví a entrar en la habitación, dejé las maletas en la entrada, me senté en el escritorio y comencé a volcar todo lo que un día me hubiera gustado expresar con mis padres.

- ¡Lis, vamos que se hace tarde! - se escuchó un grito de mamá Lía a lo lejos.

- ¡Voy!

Terminé de escribir la carta minutos después, cayeron un par de lágrimas mientras la doblaba y la metía en mi sudadera. Rápidamente llegué a la puerta de la habitación, la cerré y tomé las maletas. Descendí las escaleras con un poco de dificultad ya que las maletas estaban un poco pesadas, he de admitirlo. Al llegar a planta baja recibí un fuerte reclamo:

- ¿Por qué tardaste tanto? Casi corro a buscarte. Extrañaría sus regaños.

- Me faltó empacar algo pero ya está hecho - respondí.

- Bien, ya está a punto de salir tu vuelo a Londres y nada que estás en el aeropuerto.

- Cierto, olvidé la hora. ¿Mamá Lía me vas a acompañar, verdad? - pregunté un tanto nostálgica.

- Lis - me agarró los hombros - Ya es tarde cariño, te pedí un taxi que te está esperando afuera.

- Mamá Lía, te quiero.

Nos abrazamos mientras ella susurraba un "te quiero" al oído y me deseaba un feliz viaje. Salí de aquella casa con lágrimas en los ojos, siempre disfrutaba estar con mamá Lía, pero tenía sentimientos encontrados. Fue el mejor verano en años, cómo no emocionarse.

Me subí al taxi y este arrancó. Miré por la ventana y vi a una triste Lía despidiéndome. A nadie le gustan las despedidas. Mientras el auto recorría las calles, mis ojos hacían lo mismo. Observaba el cielo azul, los hermosos árboles, personas caminando, niños con sus padres y aves volando por todas partes.

- ¿Al aeropuerto, señorita? - preguntó el conductor.

- Sí - respondí.

El aeropuerto no estaba lejos, así que llegamos rápidamente. Bajé del auto, sacaron las maletas del maletero y procedí a pagar al conductor. Agarré mis maletas con fuerza y miré el imponente monumento frente a mí. Un poco más decidida, me adentré en los pasillos del aeropuerto.

Llegué al área de check-in, me dirigieron a través de un túnel y oficialmente estaba a bordo, sin vuelta atrás...

- Señores y señoras, les agradezco que abrochen sus cinturones de seguridad. Estamos a punto de despegar. ¡Que tengan un buen viaje!

Minutos más tarde, ya estaba de nuevo en Londres. Solo tenía una hora para disfrutar de todo lo que no había disfrutado en años. Caminaba por las calles con una energía diferente, como si fuera otra persona.

Pero sabía que mis pies me dirigían a una parte que ya conocía, que me sabia de memoria, era como si mis pies trabajaran en forma automática, seguia caminando. Veo parques a lo lejos, más una fila larga de calles para llegar a mi ¿destino? Tal vez.

Desconecté mi mente de mi cuerpo por un largo rato, y cuando me di cuenta, estaba parada frente a mi antigua casa. Todo sucedió en cuestión de segundos. La puerta se abrió revelando a mis padres y los gemelos.
- ¿Qué haces aquí? ¡No te dije que te largaras! - gritó mi padre.

Escudos para el CorazónOnde as histórias ganham vida. Descobre agora