19.- Deseo del padre

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19.- Deseo del padre

|Aizawa POV|

    

Iida había pedido mi ayuda para localizar al licántropo culpable de la muerte de dos guardabosques, así que aquí estaba, olisqueo el aire, tratando de encontrar algún rastro que me diga quién es el culpable de éstas muertes. Pero en cuanto logro reconocer un sutil aroma a madera quemada, mis ojos se abren con sorpresa. ¡Oh, mierda!

-¿Lo conoce?– me preguntó Iida, serio.

-Me temo que sí…– respondí, tajante. –Pertenece a un ex miembro de mi manada.

La expresión de Iida era una clara mueca de reproche hacia mí. Y no lo culpo. Era mi culpa, como Alfa, que estas personas murieran por uno de los míos.

-¿Por qué mató a estos humanos?– cuestionó Iida, mirando las salpicaduras de sangre secas que había en los troncos y el suelo.

-No lo sé…– admití.

Y es que Dabi apenas tenía un par de meses en mi manada, y no era el más conversador. Siempre parecía ocultar lo relacionado a su pasado, como si tuviese un motivo para despreciarlo. No lo sé, pero aún con el poco tiempo que llevaba de conocer a Dabi, sabía que nadie parecía ser su persona favorita. Siempre estaba solo.

Seguí olfateando, siguiendo ese débil rastro que había dejado Dabi. Hasta que, otros olores se mezclaron con el de Dabi, haciéndolo perder. ¿Qué rayos…?

-Lo perdí.– confesé, molesto. –Hay más licántropos con él. Ellos taparon su olor.

-¿Los seguimos?– cuestionó Iida.

-No, no sabemos cuántos son ni qué rango poseen.– razoné. Si eran Alfas tendríamos problemas, ya que Iida no podría hacerle frente a su fuerza y velocidad siendo un simple Beta.

Vi como él apretaba sus dientes, frustrado. Iida era alguien racional, pero estas muertes lo estaban afectando; después de todo su hermano le había confiado el puesto de Beta en su manada. Suspiré.

-Volvamos por ahora.– pedí, resignado.

Iida volvió a su manada y yo volví a la mía. Aunque no me atreví a salir del bosque al ver a Mirio sentado junto a Tamaki, hablando muy amenamente, en su forma humana. Sonreí y me di la vuelta. Ambos merecían un tiempo a solas… Aún cuando los padres de Tamaki no acepten a Mirio como su pareja, ellos estaban destinados y siempre buscan la forma de encontrarse, aunque solo fueran unos segundos. Es inevitable.

-¡Oyeeeeee, Shotaaaaaa!– me detengo, bufando al oír esa voz tan irritante. Y ni siquiera me hace falta girarme para ver a Hizashi acercarse corriendo.

-¿Qué sucede?– pregunté, tajante. No me gusta que ande gritando por ahí.

-Uy, ¡qué genio! Con razón sigues soltero.–

-No estoy de humor para juegos. Di qué quieres o me voy.– advertí.

-Vamos, Shota. Normalmente no eres tan frío ¿sucedió algo?– odio que pueda leerme tan fácil. Suspiré.

-No quiero hablar de eso ahora...

Él solo asintió, dándome un par de palmadas en el lomo, a modo de comprensión y apoyo. Aunque ese simple gesto conseguía calmar todas mis preocupaciones, haciéndome suspirar.

-¿Y tú?, ¿por qué vas gritando como loco?– pregunté.

-¡Ah, cierto! Te estaba buscando para decirte que tu dulce cachorrito ha estado destrozando todo desde hace un rato.–

-¡¿Qué…?!– miro el rostro del rubio, tratando de dar con un indicio de que se trata de una broma, pero no lo encuentro. Su rostro está serio, como pocas veces. –Solo me fui unas horas ¿qué diablos sucedió?

-No lo sé. No quiere hablar, solo se encerró en su casa.– suspiró. –Según Hagakure, lo escuchó discutir con ese chico pelirrojo y luego lo vió ir tras él, pero hace poco volvió solo y pareció perder el control.– explicó.

Comienzo a correr hacia la cabaña de Bakugo, dejando atrás a Hizashi. Un nudo se forma en mi estómago al pensar que Bakugo perdió el control de nuevo, como hace algunos años… cuando hirió mortalmente una chica humana. ¿Y si también perdió el control con Kirishima?, ¿y si él…?

Apartó mis pensamientos negativos cuando llego a mi destino y entro en la cabaña, adoptando mi forma humana. Y mis ojos se abren con sorpresa al ver el estado del lugar. En el suelo hay cristales de las ventanas rotas, así como también trozos de lo que, antes, solía ser la cama, ¡incluso hay tablas del suelo rasgadas! Y ahí, en medio de aquel desastre, estaba Bakugo en su forma de lobo, hecho un ovillo, gimoteando.

Tragué saliva al ver algunas manchas de sangre sobre el suelo y, con lentitud, me acerqué al lobo, tocando su lobo para llamar su atención.

-¿Bakugo…?– lo llamé, pero él se encogió en su sitio. –Bakugo, mírame…– pedí.

Él alzó su cabeza hacia mí, dejándome ver sus ojos acuosos y su pelaje mojado por las lágrimas que aún caían por sus mejillas.

-¿Qué sucedió?, ¿y Kiris…?– él aulla de dolor, mostrándome sus colmillos en una amenaza. Alzo mis manos en señal de rendición. –Está bien, solo… cálmate…– pedí.

Bakugo volvió a aullar, de forma desgarradora, haciéndome temblar. Estaba sufriendo… Y solo me atreví a abrazarme a su descomunal cuerpo, acariciando su pelaje con mimo, brindándole consuelo. Me dolía verlo así… Este mocoso arrogante se había vuelto como un hijo para mí y ¿a qué padre le gusta ver sufrir a sus pequeños? A ninguno, creo.

Y aunque él no me contase nada, yo sabía lo que sucedía. Kirishima se había ido… y se había llevado con él el corazón de mi rebelde hijo.

Good BoyWhere stories live. Discover now