Capítulo 26

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Hanna

El mareo me pide no luchar por levantarme, no quiero abrir mis ojos y encontrarme con la pesadilla de anoche. No como nada desde el miserable desayuno de ayer y mi estómago me pide a gritos no esforzarme, eso sin mencionar los reclamos que hace mi cuerpo con cada musculo que duele.

Obligo a mis parpados y abro con pesadez los ojos luego de un rato de letargo, pudieron haber sido minutos u horas lo que demoro en enfocar mi vista, pero una vez que lo hago identifico los dos rayitos del sol que ingresan desde el pequeño traga luz del lugar. El frio ha menguado pero el hambre solo aumenta con el dolor de estómago, por lo que mi nariz se activa cual sabueso siguiendo el olor hasta un pan y agua que se encuentra junto a la entrada.

Me arrastro evitando esforzarme para no gastar energías tomo en mis manos el pan en perfecto estado al que le doy mordidas desesperadas hasta desaparecer de entre mis manos en segundos. El agua refresca mi garganta seca y luego de unos momentos aprecio algo de vitalidad regresando a mi ser, aunque sea mínima, la suficiente como para ponerme en pie y concientizar de nuevo la situación confusa en la que me encuentro desde anoche.

Reviso el vestido gastado que traigo la suciedad lo pinta trayendo a mi mente las imágenes de como fui arrastrada hasta aquí limpiando el lugar con la ropa. Es así como con cada viso de lo que ocurrió, empiezo a entrar en desesperación, mi respiración se agita con mis hombros subiendo y bajando, comprendiendo que no abre la maldita puerta y que realmente estoy encerrada, comiendo como prisionero y que nadie aparece.

Camino de una lado al otro y cuando pasan unas dos horas en completo silencio a demás de mis pisadas, no soporto más y suelto patadas al suelo, araño la piel de mi nuca con desesperación y calor repentino.

—¡Sáquenme de aquí! —grito varias veces dominada por la repentina falta de aire —¡Jackson! ¿!Donde mierda estás!? ¡maldita sea! —necesito agua, más agua, tengo sed y calor.

De golpe deseo sacarme la ropa, las texturas y todo lo que me roza la piel me incomoda, solo quiero salir.

—¡Déjenme salir! ¡abran! ¡abran ya! —grito más duro que ante goleando la madera sin pena.

El pequeño ático parece reducirse a mi alrededor viviéndome bolita en el suelo mareándome al ver las paredes encerrándome, hasta que unas pisadas me regresan a la realidad.

—¡Silencio! —la voz femenina se escucha de inmediato cuando abre de golpe la puerta y yo consigo ver todo normal de nuevo.

Intento acercarme para salir, pero más tardo en dar una paso que en la mujer de cabellos dorados arrojarme agua helada con un balde haciéndome retroceder tiritando.

—¡Cállate! ¡no quiero escuchar ni un escandalo más! —sentencia con severidad.

—¿Dónde está Jackson? —pregunto ignorando el castañeo de mis dientes.

La quemo con la mirada deseando poder lanzar dagas con los ojos cuando niega con burla.

—Olvídate de mi hijo, esclava.

—¿Dónde diablos está? ¡exijo verlo! ¡exijo que me dejen salir de aquí de una buena vez! —me incorporo para de nuevo intentar esquivarla y bajar con el peso de la tela mojada sobre mi.

Sin embargo, la piedad parece no existir en esta familia de locos, pues esta mujer me empuja logrando que me de contra el suelo en la cabeza.

—Tu rebeldía ya no tiene más cabida, niña estúpida —dice para posterior a eso sentir el impacto de su pie contra mis piernas —, ¿no te quedó claro anoche? No vales nada —el veneno en sus palabras me salpica —, tu palabra aquí no vale nada para nosotros —tres golpes más que me obligan a retorcerme en el suelo —, ni siquiera para Jackson. —duelen más las palabras que los mismos golpes y me niego a creer la locura que dice.

A través del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora