Capítulo 3

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Y desde ese día en que Nick me dijo su nombre, me lo he cruzado incontables veces. No sé si sea coincidencia o qué pero, a donde vaya, tiene que estar ese rubio idiota molestándome. Y lo peor de todo no es su presencia, sino que no pierde oportunidad para molestarme cada vez que me ve.

No pude evitar preguntarle a Samanta de dónde lo conocía, pues no parecían tener la misma misma edad. Ella me comentó que era el primo de Edward, su mejor amigo y compañero desde niños, quien estaba viviendo junto a él en una casa heredada por parte de sus abuelos. La verdad es que envidiaba el que dos chicos jóvenes puedan tener una casa para sí mismos.

Nick era una verdadera molestia en verdad, pero no era un mal chico. Aún sostengo mi teoría de que sufre algún trastorno de doble personalidad pero me da miedo preguntárselo, pues podría ofenderse o cortarme el cuello ahí mismo, quién sabe.

Definitivamente, Elliot odiaba a Nick con toda su alma; siempre que lo veía parecía querer asesinarlo con la mirada, y lo haría si yo no estuviese ahí para impedirlo. Elliot era del tipo de persona que odiaba que lo molesten, aunque él consideraba molestia a cualquiera que se acerque y no le agrade.

En este momento me encuentro en mi clase de historia y sólo lo sé porque está escrito en la pizarra, pues no he podido concentrarme en toda la clase. Aunque no parezca me va bastante bien en el colegio, pero simplemente no puedo prestar atención a las clases; soy del tipo de persona que prefiere leerse el libro entero en su casa a venir a este insufrible lugar.

La campana sonó, anunciando el primer receso. Me levanté de mi lugar y miré a Elliot, quien se veía algo perdido desde ayer, aunque no sé por qué ni se me ocurre la razón. Decidí molestarlo un poco para ver su reacción.

—Hey, estúpido fósforo —lo llamé, zarandeando su hombro.

Amaba molestarlo respecto a su cabello rojizo. Juro que no exagero, pero es como si tuviese encendida una llama en su cabeza.

—¿Cómo me llamaste, emo imbécil? —dijo con un notable tono de irritación en su voz, frunciendo levemente el ceño pero sin quitar esa sonrisa cínica de su rostro.

Comencé a reírme, observando cómo levantaba su puño y lo apretaba fuertemente. Esa era la señal de que me golpearía sin descanso, por lo que salí rápidamente del salón de clases y comencé a correr por los pasillos, mirando de vez en cuando hacia atrás. Elliot no parecía querer desistir, por lo que sólo podía correr y rezar porque sea amable conmigo.

Miré una vez más hacia atrás y, cuando ya parecía estar alejándome de él, choqué inesperadamente contra alguien. Enseguida sentí el dolor en mi cabeza, pues parecía haberme golpeado con alguien realmente duro.

—Ay... —me quejé mientras sobaba mi cabeza.

Cuando abrí mis ojos, observé a la persona con la que había chocado y sentí la sangre subir a mi rostro, pues me encontraba tan cerca suyo que podría oírle tragar saliva sin ningún problema.

—¿Es costumbre tuya chocar contra las personas? Y ahora no sólo has chocado conmigo, sino que también estás sobre mí —dijo el rubio idiota de Nick, sin quitar esa irritante sonrisa de su rostro.

Me levanté lo más rápido que pude y me paré, observando seriamente a Nick a través de mis cabellos negros. Él también se levantó y limpió su ropa, sin dejar de mirarme y manteniendo aquella molesta sonrisa. Una mancha roja comenzó a crecer en su brazo, traspasando su camisa blanca.

—¡Lo siento! —me disculpé rápidamente.

Al parecer se había cortado con algo en el impacto, y esta vez era claramente mi culpa por andar distraído
—¿Sabes dónde está la enfermería? —me preguntó, mirando la herida en su brazo.

Realmente me sentía muy mal por verlo herido culpa mía. Tomé su mano y lo guíe hacia la enfermería, sin atreverme a mirar su rostro en este momento. Si bien no pude ver su expresión, me pareció escucharlo reírse suavemente.

Al llegar a la enfermería entré junto a él y me quedé a acompañarlo, pues era mi culpa que él se haya lastimado. La enfermera que se encontraba en su escritorio se paró a recibirnos, desinfectó la herida de Nick y la vendó, diciéndole que pronto curaría y quedaría como si nada hubiese pasado.

La enfermera se fue y nos dejó a ambos solos en un incómodo silencio. Comencé a jugar con mis dedos y esperé a que Nick rompiese el silencio, aunque no parecía tener intención de hacerlo.

—Y... ¿Estudias aquí? —pregunté mirándolo de reojo, sorprendiéndome en cuanto empezó a reírse.

—Tengo veintiún años, ya terminé la secundaria —aclaró, levantando levemente una de sus cejas—. ¿Tan joven me veo? —preguntó sonriendo, a lo que asentí al instante. Jamás creí que sería tres años mayor que yo.

Y el silencio volvió. Lo único que se podía escuchar era el leve sonido de gente hablando y riendo en los pasillos. Quise decir algo pero la campana sonó, interrumpiendo mis palabras.

—¿Debes ir a clase? —preguntó y asentí—. Entonces... —dijo sin terminar de hablar, anotando algo en un papel y entregándomelo.

Lo miré confundido mientras acepté aquel papel, guardándolo en el bolsillo de mis jeans. Él sólo sonrió y se levantó, despidiéndose con la mano.

—Adiós, niño emo —dijo antes de salir, logrando que frunciera el ceño.

Dejé que unos segundos pasaran antes de salir de la enfermería, pues no quería volver a toparme con él... No hoy, al menos. Ya nos habíamos visto muchas veces en esta semana.

Apenas salí pude notar que ya no quedaba mucha gente en los pasillos, por lo que aceleré mi paso para llegar a tiempo a mi salón; cuando entré, divisé a Elliot sentado en su lugar, el cual se encontraba junto al mío. El pelirrojo me miró y levantó su puño, logrando que un sudor frío recorriese mi espalda.

—¿Aún sigues enojado por eso? —suspiré mientras me sentaba en mi lugar. Él negó con su cabeza y lo miré curioso, alentándolo a que me dijese la razón.

—Te desapareciste todo el receso y estuve esperándote, pero aún así jamás volviste —habló, haciendo notar su enojo en su voz.

Odiaba admitirlo pero él tenía razón. Aunque fue una situación inevitable, pues no podía dejar a Nick solo... Aunque él eso no lo sabe, y mejor será que no lo sepa.

—Disculpa, Elliot —me disculpé, observando cómo el pelirrojo me miraba de reojo—. Soy un imbécil —dije honestamente, notando como él me daba su atención.

—Sí, eres un imbécil —dijo él. Bajé la cabeza y él sonrió, dándome un suave golpe en el hombro—. Pero aún así eres genial.

Sonreí al escuchar su halago y, antes de que pudiese responderle, el profesor entró al salón y la clase comenzó.

Polos opuestosWhere stories live. Discover now