29. Sospechas e intrigas

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Adelaide

Bash se dirigió hacia mi, entre confusión y desaprobación. Toda la gente se preguntaba lo que había ocurrido, algunos vieron la oportunidad para retirarse y otros cuantos esperaron para poder continuar con la celebración.

—¿Qué sucedió?. ¡Estas bien!.

Comenzó a correr para llegar prontamente hacia mi, no tuve el más mínimo impulso de acercarme a él, prefería seguir oculta entre las sombras del árbol que en los brazos de él.

Pero la acción puede más que el pensamiento.

Sebastián llegó hasta mi me tomó de la mano y con impulso jaló de esta para obligarme a quedar frente a él, después vino su típico berrinche...

—¡¿Qué sucedió?!. ¡Estuve preocupado!. ¡Primero lo de mi carro y después lo de la lluvia en el salón!. ¿Estas bien?—pasó tiernamente una de sus manos por mi cabeza—. ¿No estas mojada?.

No podía dejar de admitir lo mal que me sentía por mentirle. En lo más profundo de mí yacía todo un discurso hacia él, desde una verdad hasta una disculpa. No me costaba decírselo, considero que es mejor decir una hora de verdades a vivir en años de mentiras.

Pero de nuevo regresaba a mi, a mis pensamientos, controlando los hilos de mis acciones....

Thomas.

Él había dicho que hallaríamos la forma de terminar con eso. Juntos.

No sé cuánto más aguantaría sin poder decirle a Bash la verdad.

La fiesta continuó, tiempo después ya todo había regresado a la normalidad. Lo que aconteció fue el fingir sonrisas y risas de felicidad al entregar las invitaciones.

Eran las once y media de la noche, no había ni una señal de ellos...

Los nervios comenzaban a hacerme caer, comenzaba a tener mi manía de morderme las uñas, y a girar los ojos entorno al lugar, esperando atisbar el rostro de alguno de mis hermanos o de Thomas, Dylan y Chuck.

Aún no finalizaba la fiesta, Nataly seguía feliz con sus invitados y todo pintaba a que la celebración terminaría hasta horas de la madrugada, pero no importase la edad, mamá y papá siempre nos harían volver antes de las doce a casa.

Bash permanecía recargado sobre la puerta de su carro negro como todo un millonario, esperando llevarnos a casa, yo estaba a metros de él tratando de establecer contacto con mis hermanos o con los chicos.
Pero todo intento resultó en vano.

—¿Siguen sin contestarte?—preguntó Bash.

—Si—caminé hacia el con teléfono en mano—.Estoy empezando a preocuparme...

—Oh, tranquila amor, los encontraremos—Bash me abrazó ligeramente.

En esos momentos nadie importaba, solo aquellos que realmente amaba.
¿Donde estarían?.

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