Chico nuevo

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(Por: Emmeline)

Aquel día no iba a pasar nada emocionante excepto por los recién llegados.

—¿Qué crees, Irina? —pregunté en voz alta más a mí misma que a ella— ¿llegará alguien interesante?

Irina asintió ligeramente en mi dirección para hacerme saber que me escuchaba pero no despegó la vista de su libro. Tenía la apasionante capacidad de poder hacer muchas cosas a la vez, aunque claro, probablemente eso se deba a que...

—Desde aquí puedes ver el patio.

A Irina, como siempre, no le interesaban las novedades. Estaba sentada en toda su perfección en la gigantesca ventana de nuestra habitación, leyendo. Si no hubiera sido ella, no se lo hubieran permitido. Me constaba que esa ventana circular con un alféizar lo suficientemente amplio como para que pudiera sentarse a leer no era parte de una habitación corriente. Diringher tenía una fila de habitaciones en varios pasillos y pisos para sus estudiantes. Todas con dos camas, dos escritorios, dos armarios y un baño. Todas eran ligeramente rectangulares y con dos pequeñas ventanas cuadradas. Fin. Yo había compartido esas habitaciones durante un tiempo, en mi primer y segundo año en Diringher.  

Solía ser una chica normal en esa época. Bueno, bastante tímida en realidad. No tenía muchas amigas, pero al menos la gente me respondía si preguntaba algo. Cuando el director Rushton me mandó una nota diciéndome que cambiaría de habitación, casi me eché a llorar al ver con quién me había puesto. Por lo que sabía, Irina nunca había tenido una compañera de cuarto. Rushton le otorgaba aquello como un privilegio implícito y evidentemente nadie se quejaba.

Solía tenerle un miedo irracional, el mismo que todo Diringher aún conserva. En aquel momento fue como ser lanzada a la jaula de los leones, pero nunca imaginé que terminaría siendo perfecto. Por más sorprendente que pudiera parecer, Irina y yo nos hicimos amigas. O lo más cercano a una amiga que ella parecía poder manejar.

No es que esto sea muy esclarecedor y sospecho que tarde o temprano se darán cuenta que soy pésima haciendo honor a todo lo que era Irina. Ella era tan...imposible de definir en un par de líneas. Difícil en un libro y probablemente incluso en varios tomos.

Pasemos a temas que sí manejo, como mi adoración por la habitación 720. No era en absoluto como las aburridas cárceles que Diringher ofrecía como habitaciones. Estaba pintada de blanco, en consideración a mí. Eso pasó cuando Rushton me dijo que iba a quedarme con Irina hasta el resto de mis días en la academia porque no encontraba a alguien que quisiera ocupar mi lugar. Me sorprendió su sinceridad al declarar que le era imposible reemplazarme y decidí aprovechar el hecho de que nunca le decían a Irina qué podía o no hacer. A ella le dio igual cuando le pregunté si le importaría que yo pintara el cuarto.

—En absoluto —me aseguró echándole un vistazo al aburrido color verde vómito como si recién se hubiera fijado en él—. Ahora que lo pienso, debería haberlo hecho antes.

Me pasé todo el verano leyendo un libro sobre cómo pintar paredes con magia sin causar un desastre. Practiqué en mi propia habitación mientras respondía las cartas de Irina, bastante cortas pero amables. Aparecí el primer día con baldes de pintura proporcionados por mi padre y me puse manos a la obra. Irina se dedicó a leer y me ayudó ordenando el mobiliario de forma que no dañara la pintura fresca.

—Creo que ya han llegado—murmuró Irina, sacándome de mis recuerdos.

La oí claramente a pesar de que no habló en voz alta. Hace mucho, ella había dejado caer el comentario de que tenía hechizos en las paredes para evitar el ruido exterior, que la molestaba en extremo. No era algo común (creo que ni siquiera permitido), pero ¿quién iba a confesarlo? O mejor aún, ¿quién iba a decirle a Irina que no lo hiciera? Dudaba que Rushton o la señora Harewood pensaran que era lo suficientemente grave como para incordiarla.

Me pasé a la ventana. Irina tenía un libro en su regazo y sus ojos se movían perezosamente sobre las líneas. Los libros eran los únicos que conseguían arrancarle emociones profundas, e Irina les devolvía el favor siendo adicta a ellos. Sospechaba que sería la primera estudiante de Diringher en leerse la biblioteca entera antes de terminar la academia.

Los camiones se detuvieron y me fijé en el de séptimo, pintado con el color de nuestro año: el verde oscuro. Dos chicas y un chico descendieron. Suspiré resignada ante su evidente normalidad. Mi diversión del día acababa de terminar. Estaba a punto de volver a mi cama y deshacer "el hechizo de zoom", como le decía mi mamá, cuando Irina dijo:

—Las chicas acaban de gritar.

Una ligera sonrisa asomaba a sus labios. Le divertía hacer uso de sus capacidades y darme gusto con algunas cosas.

—Gracias —dije a pesar de saber que no era necesario—. ¡Santo Dios!

El chico que acababa de bajar del camión estaba para quitarle el aliento a cualquiera. Era bueno que yo estuviera a varios pisos de distancia o habría pasado lo de siempre: él me miraría, yo me pondría roja y balbucearía alguna cosa sin sentido, él frunciría el ceño y probaría otras dos veces hasta darse por vencido al ver que el resultado era el mismo. ¿Ya dije que soy tímida? Aunque lo he superado bastante desde que estoy con Irina.

El dios que acababa de descender tenía una musculatura que probablemente le daría geniales notas en Ataque y Defensa. Llevaba los cabellos castaños alborotados y caminaba como si fuera dueño del mundo. Lucía completamente fascinante.

Las chicas se arremolinaron a su alrededor hasta que alguien se abrió paso. A ese sí lo conocía. Era Kyle Anderson, un chico la mar de amable que era de los pocos que me hablaba incluso después de saber que era amiga de Irina. Tampoco estaba nada mal. Era alto, de pelo oscuro y ojos verdes que podrían quitar el aliento si tan solo se dedicara a mirar a la gente de otra manera que no fuera para hacerte sentir que podría ser tu mejor amigo y nada más. Aunque Kyle no tenía algo como "mejores amigos": no molestaba a nadie si lo dejaban en paz.  Aun así, por algunas clases de casos criminales, había intercambiado varias tardes de estudio con él.

Kyle habló con el nuevo chico unos instantes, y luego se fueron los dos. Tal vez se conocían, pensé. 

Al volverme, vi que Irina había despegado por primera vez los ojos de su libro. El esbozo de sonrisa seguía en su rostro.

—Se llama James Sandler —me informó— y será el compañero de cuarto de Kyle.

Nuevamente, Irina usaba sus dones. Yo era (creo) la única persona frente a la que no le molestaba ser ella misma en todo el sentido de la palabra y de vez en cuando, resultaba muy útil.

—Es guapo —murmuré, aún conmocionada.

Irina no dijo nada, pero podría jurar que de haber sido más expresiva, habría puesto los ojos en blanco.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora