El colgante olvidado

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—Podría haberla matado —seguía murmurando Irina mientras se paseaba nerviosamente de un lado a otro. Sonaba diferente, casi furiosa. Afortunadamente no solía perder la calma; estaba seguro de que si expresara más abiertamente su furia, yo estaría temblando de pies a cabeza. Y no soy ningún cobarde.

Había querido acercarse a Emmeline pero debido al zarpazo que le había lanzado el lobo, tenía heridas horribles en el pecho. Estaban curando a una velocidad impresionante pero, a pesar que su cazadora no estaba tan dañada y tapaba gran parte de la vista, su sangre negra y viscosa se deslizaba hacia la parte baja de su abdomen. Si algo de esa sangre llegaba a rociar a Emmeline, sus heridas empeorarían. La sangre de vampiro quemaba y envenenaba como una de las peores sustancias conocidas.

Emmeline estaba tendida en el campo pero bastó que estuviera cerca durante dos minutos pasándole un poco de energía para que abriera los ojos. Era la primera vez que usaba la técnica fuera de clase, la señora Drayton estaría orgullosa.

A pesar de eso, me sentía fatal. No sabía qué me había pasado en el campo pero estaba seguro que había tenido que ver con el lobo. Ahora que estaba muerto y James se dedicaba a quemar su cuerpo, me sentía liberado, como si hubiera estado bajo un hechizo sin darme cuenta. Sólo cuando Emmeline lo había congelado durante aquellos tres segundos, pude reaccionar y cortarle el cuello, justo sobre una extraña marca oscura que me llamó la atención porque estaba grabada directamente sobre su piel, como si se rasurara para que pudiera verse. Tenía un brillo fantasmal que se apagó cuando su sangre bajó por mis dedos. Matarlo se sintió como una poción, como una lluvia rejuvenecedora. Sí, vale, suena raro, ¡pero juro que fue así!

Emmeline se incorporó ligeramente, mirando a Irina con preocupación.

—¿Estás bien? —fue lo primero que dijo. ¿Es que esta chica no se preocupa por sí misma? ¡Irina es un vampiro! Las cosas que pueden matarla son tan pocas que se cuentan con los dedos de una mano.

Como consecuencia, ella frunció el ceño ligeramente lo que, estaba casi seguro, era su forma de decir que la exasperaba su actitud.

—Sí.

—¡Dios santo! —dijo intentando ponerse de pie y cayendo de vuelta en mis brazos. Apretó los labios, aparentemente fastidiada por su propia debilidad, y quise decirle que no lo pensara de esa forma, porque ella había gastado demasiada energía con sus hechizos (y salvándome la vida por enésima vez)—. Estás sangrando.

—Ya no —contestó Irina metiendo su mano dentro de su cazadora. Con un sonido de rasgado, sus manos se llenaron de varios pedazos de tela de lo que debió haber sido su camiseta.

James eligió aquel momento para regresar.

—Díganme si soy yo o ese lobo realmente ha sido la cosa más grande que he tenido el desagrado de ayudar a matar en mi vida. ¿O es que los monstruos de Igereth son más grandes que los que rondan cerca de los humanos?

Irina negó con la cabeza e hizo surgir una llama en la punta de los dedos, con la que le prendió fuego a su camiseta. Esta ardió como si estuviera empapada de gasolina. Aquello hizo que me tragara mi opinión. El tipo era un hombre lobo, sí, pero era más escalofriante que cualquier hombre lobo que yo hubiera visto jamás.

Emmeline finalmente pudo ponerse de pie, aunque veía que sus piernas chocaban entre sí.

—No lo sé —dijo con un pequeño temblor más. Qué bueno que no había visto el cuerpo destrozado cuando se convirtió de nuevo en humano—, lucía bastante mal para ser un pura sangre.

—Eso no era un pura sangre —la contradijo James—. Era un maldito, estoy seguro. Ningún tipo que estuviera en sus cabales estaría así. Cuando se transformó de nuevo, lucía como alguien que se ha escapado de la cárcel. Sus ojos estaban volteados y tenía la barba hecha un asco. Quemar su cuerpo ha sido casi relajante.

La marca del lobo (Igereth #1)Where stories live. Discover now