Perro del infierno

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A mi madre, cuando era pequeña, le encantaba contarme historias sobre todos los temas imaginables. Un día me hablaba sobre los planetas, otro sobre la fotosíntesis y, de vez en cuando, sobre los lugares que había conocido cuando era joven. Desde que se enteró que mi padre era un hechicero, mamá había sabido también que yo no iría a la secundaria como cualquiera, sino que a los doce años, debería elegir una academia para mí. Y aunque lo más fácil era elegir una que estuviera oculta en el mundo humano y cerca de casa, sabía que papá daría cualquier cosa porque yo asistiera a Diringher. Así que, con la mejor disposición, mi madre se dedicó a ser mi profesora particular, enseñándome todo lo que un niño normal aprendía en la escuela, aunque no me fuera a servir jamás. Qué puedo decir, incluso siendo hechicera, una niña necesita toda la distracción posible cuando sus padres se rehúsan a comprar una televisión.

Una de las cosas que mi madre adoraba era la mitología griega. En el momento en que el hombre lobo salió a la luz, mi primer pensamiento fue en esa dirección: aquello no era normal. Había visto hombres lobo muchas veces, había matado cinco en toda mi vida, lo cual era un número no impresionante pero sí muy bueno para mi edad. Este me recordaba más a las historias de mi madre, a Cerbero, que custodiaba la entrada al reino de Hades, el perro de tres Cabezas que no dejaba salir a los muertos ni entrar a los vivos. Debía medir más de dos metros, su pelaje negro relucía de forma irreal y su mirada tenía un brillo infernal. Era como si estuviera poseído. Claro que la mayoría de hombres lobo se ponía así con la cercanía de la luna llena. Los purasangre, que nacían con esa maldición, heredada de alguno de sus padres, podían controlar sus transformaciones a voluntad y la luna llena no los influía. Sin embargo, los malditos, que conseguían la maldición al ser mordidos por un hombre lobo, perdían la noción de sí mismos solo en tiempos de luna llena. La hermandad Lupus los introducía a su nueva realidad y les enseñaba a manejarse durante sus transiciones. Sin embargo, nunca faltaban los ataques de hombres lobos que vivían fuera de la ley. Tuve tiempo de pensar en muchas cosas en aquel momento porque la criatura solo pifiaba como un jabalí enojado, lo cual era extraño. No era luna llena, así que este debía ser un lobo pura sangre, pero su mirada era la expresión máxima de un lobo maldito. De hecho, nunca había visto un lobo que luciera tan… demoniaco.

Y entonces todo estalló.

Irina corrió hacia él al mismo tiempo que el lobo hacia nosotros y ambos chocaron en medio del claro. El sonido de la colisión fue como el de una pared derrumbándose. James, Kyle y yo empezamos a correr en direcciones diferentes mientras el lobo la perseguía.

—¡Letale Ignem! —oí gritar a James.

Una barrera de fuego consiguió detener al lobo unos segundos, pero inmediatamente clavó sus poderosas patas en el suelo y empezó a gruñir. Y en menos de un parpadeo toda la niebla del claro había desaparecido, como si hubiera sido absorbida por el lobo.

—¿Cómo diablos…? —empecé a decir, pero me detuve porque Irina volvió a lanzarse y la lucha se reinició.

—¡Vulnera! —la oí gritar. Pero el lobo esquivo el hechizo con una facilidad casi ridícula.

—¡Finem! —me atreví a gritar. Mi hechizo murió en su pelaje como una bengala lanzada contra el suelo. Chispas sin daño.

Me atravesó un flash de mi madre burlándose de quien fuera que había salido con la idea de realizar hechizos usando el latín sin poseer un buen conocimiento de este. Sobre todo teniendo a su disposición el lenguaje arcano, que producía una conexión más poderosa entre la palabra y la magia. Pero debido a que era más fácil controlarlos, los hechizos en el tipo de latín que escandalizaría a cualquier estudioso eran los más populares.

Aunque no funcionaron la primera vez, James, Irina y yo seguimos lanzando los mismos hechizos hasta darnos cuenta que el lobo se limitaba a esquivarlos o que tenían un efecto equivalente a una picadura de mosquito: trastornarlo aun más. El único que no parecía interesado en atacar, era Kyle. No había pronunciado una sola palabra hasta ese momento y continuamente estaba sacudiendo la cabeza.

—¡Mierda! —oí gritar a James mientras daba un salto tan increíble para evitar al lobo que solo era posible que hubiera usado magia—. ¡Gigeth Vinem!

Ese era un hechizo de lenguaje arcano. Es difícil transcribirlo a palabras, porque no es posible captar la pronunciación, la “g” tan rasposa como si tuvieras la garganta inflamada, la “m” final como si estuvieras a punto de agregar una “o” y mil detalles más.

Un rayo azul salió disparado hacia el lobo, consiguiendo que tropezara y abriera un camino de medio metro de profundidad en la tierra, pero nada más. Por el rabillo del ojo, vi a James ser lanzado contra la fila de árboles más cercana debido a la potencia del hechizo. A pesar de eso, todos tuvimos un silencioso acuerdo de empezar a usar hechizos arcanos. Se suponía que las cosas debían mejorar, hasta que vi que el hombre lobo había caído cerca de Kyle, que no lo miraba, sino que se estaba sosteniendo la cabeza como si tuviera una terrible migraña. La criatura dio salto directo a su garganta y Kyle apenas tuvo tiempo de voltear para verlo acercarse hacia él.

La marca del lobo (Igereth #1)Where stories live. Discover now