El libro de la señora Drayton

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Saliendo de clases, Emmeline me detuvo. No se veía nerviosa, lo cual era extraño sin que tuviera a Irina alrededor.

—Oye, Kyle —tenía la vista en la pared del fondo y estaba recostada casualmente sobre la pared. No pude evitar pensar que se veía, de alguna forma… sexy. Malditas hormonas.

—¿Sí?

—¿Puedes hacerme un favor? —alzó la cabeza, destacando su largo cuello de cisne, como si estuviera tan cómoda que no pensara moverse.

—Lo que quieras —dije tratando de suprimir el tono de adoración. ¿Besarla? No, ¿en qué tonterías estaba pensando? Irina me destrozaría miembro a miembro. Sacudí la cabeza. No podía tener esa clase de pensamientos sobre Emmeline Swift.

Ella sonrió y se incorporó. En dos pasos se acercó, con sus ojos claros fijos en mí con decisión.

—Si Irina quiere ir al bosque, tiene sus razones. James y tú métanse en sus asuntos.

Y se fue de allí, dejándome a merced de los alumnos de la siguiente clase que empezaban a entrar. ¿Qué había sido eso?

Varios días después, seguía preguntándome lo mismo. No se lo podía decir a James, que desarrolló el exasperante hábito de analizar a Irina como si no hubiera otra estudiante en todo el instituto. No es que hubiera dejado de coquetear con las chicas, lo cual era un alivio, porque mis hormonas necesitaban un poco de ejercicio de vez en cuando. Sobre todo después de que me cruzara por la cabeza la locura de besar a Emmeline. Dudaba que alguien más lo notara, pero era como si James memorizara cada paso que Irina daba.

—Estás loco —fue mi opinión cuando le comenté que me había dado cuenta de lo que hacía.

—Tal vez —me respondió como si no le importara—, pero ¿te digo algo? Vale la pena. Irina Britt es lo más fascinante que he visto en mi vida. La he oído en clase, la he visto entrenar, caminar, leer, sonreír y no puedo creer que hasta ahora ningún chico en Diringher se haya fijado en ella.

—Ya sabes, nos gusta seguir vivos.

Después de eso, James me ignoró mientras me esforzaba con los deberes de Biología que tenía listos desde hace días. Algo sobre una patología producida en hombres lobo si se usaba una maldición demoniaca durante la primera transformación. El ensayo más aburrido del mundo porque se han dado menos de veinte casos en toda la historia.

Aquella noche, en Curación Avanzada, los otros tres alumnos de la clase y yo intentábamos salvar de morir a una pequeña planta casi subterránea cuya tierra había sido removida y al estar tan expuesta al exterior, sus raíces no lograban encontrar el agua a tiempo.

Siempre que practicábamos un nuevo hechizo o e incluso una nueva poción, empezábamos con plantas, luego animales y sólo en casos muy especiales, con verdaderas personas que estuvieran en la enfermería. Pero en tales ocasiones, la señora Drayton siempre estaba allí para supervisarnos.

—Muy bien Kyle, ya casi lo has conseguido —me animó cuando pasó a mi lado para analizar mi trabajo. Incliné la cabeza; aún estaba concentrado en enviar energía vital a las raíces en lugar de a las hojas.

Unos minutos después me senté en la hierba con el sudor cubriendo mi cara. Pero las pocas hojas de la planta que solían estar en tierra firme estaban verdes y llenas de vida y todavía podía sentir la magia en sus raíces mientras estas se adentraban en la tierra.

Las dos chicas estaban concentradas pero el alumno de octavo que trabajaba cerca a mí me dirigió una mirada de envidia mal disimulada.

—¿Puedo irme ahora señora Drayton? —dije comprobando que aún faltaba media hora.

La marca del lobo (Igereth #1)Where stories live. Discover now