El entrenamiento

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La única clase del día que me daba esperanzas de traer algo nuevo era “Magia oscura”. Era el segundo año que la teníamos y todos esperábamos cosas más interesantes. El anterior curso había sido tan teórico que Evan Wood se la pasó besando a Stella durante toda una clase sin que el profesor, absorto en sus notas, lo notara.

En realidad es más apropiado decir “Análisis de la Magia Oscura” porque jamás de los jamases en Academia alguna se enseñaría otra cosa. Sólo nos decían cómo combatirla en situaciones desesperadas y superficialmente, la manera en que funcionaba. Algo así como: “bueno y entonces el malísimo mago convoca al demonio. Lo reconocerán porque habrá algún pentagrama dibujado en el suelo.” Pero nunca nos decían qué hechizo usaban, qué se necesitaba, ni nada parecido.

“Eso es  estúpido”, decía Irina. “A la gente sólo le da más curiosidad. Y es así como empiezan los magos negros”.

Pero yo no lo creía del todo. No me sentía nada curiosa por convocar demonios y que la Cofradía me volara en mil pedacitos.

Aunque Driggers, nuestro maestro, tenía toda la apariencia de nunca haberse enfrentado a un mago oscuro en lo que llevaba de vida. Era delgaducho y bajito. Su voz era algo temblorosa y francamente parecía aun más débil que yo.

Pero Magia Oscura me decepcionó terriblemente y, después de eso, ni siquiera la señorita Robson de Armas logró captar mi atención. Cuando salimos, para Ataque y Defensa, Irina parecía divertida, lo cual se evidenciaba en que no caminaba con la vista fija en el suelo. Siempre le gustaba molestar a la señorita Robson con la forma en que usaría las armas, pero aquel día había respondido todas las preguntas sin vacilar y de forma políticamente correcta.

Y, de todos modos, Hibbard no era lo suficientemente temerario como para asustar a Irina. Hizo una demostración de ataque por un demonio de aire y dio la orden de que empezáramos a practicar. Uf, sí, el profesor estrella. Irina me atacó con una calma exasperante.

—Probablemente te parezca lenta, pero para los estándares normales en realidad voy bien —me quejé. Era verdad. Después de entrenar con Irina, incluso era excelente. Es decir ¡vamos! No había mucha gente que llevara siete horas y media de Ataque y Defensa, y luego tuviera tres horas de Ataque avanzado con tres horas de Defensa Avanzada. Todo en la misma semana. No, eso estaba reservado para los grandes luchadores de la academia. Y gracias a Irina yo era una de esos—. Dame algo de crédito ¿vale?

No podía negar que estaba bastante orgullosa de mí misma. Por no hablar de la sorpresa que se llevó mi padre cuando me vio practicar en verano.

Irina corrió hacia mí, esta vez a una velocidad decente y la tomé por las muñecas. No la moví ni un milímetro.

—Y no estoy usando mucha fuerza —dijo ella. Podía oír la sonrisa en su voz pero no verla en su rostro, esa era otra de sus habilidades.

Me esforcé por alzarla y la sentí tensarse un poco, mientras intentaba mantener la línea entre su verdadera fuerza y la que se suponía que debía tener un estudiante promedio. Logré moverla un poco. Seguimos intentándolo durante media hora y luego cambiamos de lugares. Me fue mucho mejor siendo ataque. Irina solo tuvo que alzarme por los aires y yo di muestras de mi progreso al aprender cómo caer sin hacerme daño. Aterricé lo más suavemente posible y esquivé con agilidad a Irina, que se preparaba para empezar la maniobra nuevamente. Me la pasé buscando formas diferentes de aterrizar en cada ataque y prácticamente estábamos haciendo una coreografía cuando Hibbard sopló su silbato. Estaba empapada y mi reloj me decía que apenas quedaban cinco minutos.

—Por ser el primer día, voy a dejar que me demuestren un poco de su estilo libre —gritó con la voz aumentada por el hechizo.

—Podemos calentar —sugirió Irina. Ella no sudaba, ni siquiera se veía agotada. Lo estaba haciendo por mí, de forma que me puse en posición de defensa, lista para sus puñetazos. Era una de las primeras cosas en las que ella me había ayudado, debido a que su velocidad para lanzar golpes me dio una agilidad para esquivarlos muy prometedora.

De repente, en medio de un rodillazo hacia mi estómago que logré parar, el gimnasio pareció detenido en el tiempo. Irina acababa de desequilibrarse un poco por mi defensa pero saltó hacia atrás y cayó con gracia inigualable. Puse los ojos en blanco.

—Si lo que querías era darle un efecto humano intentando mostrar que perdiste el equilibrio e intentabas recuperarlo, no ha funcionado —murmuré tan bajo que nadie, excepto Irina pudo oírme—. Te ha salido mejor que cualquier acróbata olímpico.

Sus ojos brillaron y las comisuras de sus labios temblaron hacia arriba.

De pronto, se oyeron pasos a un lado y vi a James Sandler caminando en nuestra dirección. Si no fuera porque Irina estaba allí, seguramente me habría sonrojado al ver la forma en que se le pegaba aquella camiseta a su cuerpo por el sudor.

Miré a Irina, imaginando que no le haría caso y seguiríamos con lo nuestro, pero ella lo estaba esperando. James se paró entre las dos y la miró a ella.

—¿Qué tal Irina? ¿No quisieras entrenar conmigo? Tu amiga puede practicar un segundo con Kyle.

Irina dirigió su mirada a través del gimnasio, probablemente buscando a Kyle, pero yo sólo estaba sorprendida de lo limpio que se veía el piso.

—¿Te han lanzado un hechizo de confusión? —oí que decía sin ningún rastro de amabilidad—. ¿O es que te has metido en la competencia de “Idiota del año”?

Esperaba que el señor Hibbard detuviera lo que fuera que podía pasar pero él no parecía dispuesto a nada.

—Pues sí, y me dan puntos extra cada vez que consigo superarme a mí mismo.

Me dieron ganas de reírme ante aquella réplica pero al ver que Irina no movió un músculo, me limité a sonreír.

—Eso explica muchas cosas. Y dime, ¿cuántos puntos te dan porque te clave esa gigantesca estaca en el estómago?

Oh, diablos, no me había fijado en eso. ¿Es que Kyle no se lo había dicho? De todas las armas que podía elegir, había ido a coger precisamente esa.

Vi a Irina moverse y cerré los ojos, esperando oír el cuerpo de James atravesando el gimnasio y estrellándose contra la pared más alejada, pero nada pasó. Cuando volví a abrirlos, estaban en un duelo de miradas.

—Vaya —dijo James que aún no parecía comprender nada—, ¿cómo has hecho eso?

Incluso yo estaba ofendida por su estupidez. Pero la alarma de la escuela me hizo dar un respingo. Lo mejor sería que Irina no se metiera en problemas, menos con un profesor allí.

Me acerqué y le susurré en voz baja que nos fuéramos de allí. Bueno, creí que lo hacía en voz baja, pero había tanto silencio que podría asegurar que todos me escucharon.

Irina se giró hacia mí y me tomó del brazo.

—La próxima vez no te libras de mí.

La sentí tensarse a mi lado y pensé que acabaría en el suelo de un momento a otro cuando ella se girara para matarlo. La verdad era que la próxima vez, sería James quien no se libraría de ella.

Lo mejor era no aparecerme en la cena, así que cuando entramos a la Academia chaqueé mis dedos, convocando algo de pastel de la mesa y subí con Irina.

He olvidado decir algo sobre nuestra habitación. En algún momento, ella había instalado una bañera. Una de verdad, con llaves elegantes y en las que te puedes recostar hasta quedarte dormida. Después que Irina se bañara (ella solía ser la primera porque no necesitaba mucho tiempo; de hecho, ni siquiera necesitaba bañarse), entré y me deslicé medio temblando en el agua caliente. Era más efectivo que cualquier hechizo relajante que hubiera leído. Mientras estiraba mis largas piernas en el agua, pensé que deberían incluirlo como nota al pie de página en los libros.

La marca del lobo (Igereth #1)Where stories live. Discover now